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– Te echaré mucho de menos.

El anhelo que notó en su voz le hizo relajarse, lleno de satisfacción.

– Bien. Yo también te echaré de menos.

Llamó a su despacho cuando llegó a Toledo y se sintió mucho mejor al escuchar su dulce voz. El miércoles, se dijo que no iba a llamarla. Aquella vez no le había hecho promesa alguna que pudiera interpretar mal. Sin embargo, a las nueve de aquella noche, mientras estaba tumbado sobre la cama del hotel, deseando que ella estuviera a su lado, o mejor aún, debajo de él, cedió a los pensamientos que le recordaban a Sylvie constantemente.

Cuando ella contestó, la tensión que había sentido hasta entonces se relajó tan rápidamente que le pareció que tenía las piernas de plomo.

– Hola.

– ¡Marcus! -exclamó ella, encantada. Entonces, moderó rápidamente el tono de voz-. ¿Va bien tu viaje?

– Sí. Vuelvo a casa mañana y… mañana a estas horas te tendré entre mis brazos.

– Ven corriendo -ronroneó ella.

– Ojalá estuviera ahora allí contigo.

– A mí también me gustaría.

Entonces, le dijo, con todo detalle, lo que le gustaría estar haciendo, hasta que su propio cuerpo empezó a palpitar de necesidad y oyó que la respiración de Sylvie se aceleraba.

– Y cuando nos recuperemos, volveremos a empezar…

– Tú eres un hombre muy malo. ¿Cómo voy a poder dormir después de eso?

– Tan mal como yo sin tenerte entre mis brazos…

El silencio que se produjo fue tan inmediato que Marcus no supo cuál de los dos se había sorprendido más, si él o ella. Entonces, volvió a escuchar la voz de Sylvie.

– Hasta mañana…

Su avión aterrizó a las tres y media de la tarde del día siguiente. Marcus había pensado pasar por su despacho, pero cuando se montó en el coche que le estaba esperando, le dijo que fuera a Colette. No podía esperar hasta la tarde para verla.

Cuando llegó allí, dejó a las recepcionistas completamente sorprendidas. Sin embargo, no les dijo adonde se dirigía, dado que sabía más o menos dónde estaba el despacho de Sylvie. Quería sorprenderla.

– ¡Marcus!

Estaba sentada delante de su escritorio. Al verlo, se levantó de la silla rápidamente y se arrojó a sus brazos. Cuando recordó dónde estaba, trató de recuperar la compostura, pero Marcus no estaba dispuesto a permitírselo.

– Bésame.

Ella emitió un sonido extraño, pero se entregó a él, llena de gozo, dejando que la besara tan profundamente como quisiera y cómo se atreviera en un lugar público. Sylvie le acariciaba la espalda y los hombros y su cuerpo se amoldaba tan perfectamente al suyo que Marcus deseó poder chascar los dedos y transportarlos a un lugar más privado.

– ¡Me alegro tanto de que estés de vuelta! -exclamó ella. Por primera vez en su vida, Marcus sintió que el mundo era perfecto.

– Yo también me alegro -respondió, mientras trataba de controlar la erección que Sylvie le había producido-. ¿Puedes marcharte ahora?

– No -contestó ella, muy triste, mientras se recomponía vestido y cabello.

– ¿Estás segura de que tu trabajo no puede esperar hasta mañana?

– No es trabajo. Es qué mi amiga Maeve está aquí.

– ¿Y?

– ¡Oh! Se me había olvidado que no conoces a Maeve -dijo ella, tirando de él al tiempo que atravesaba la sala-. La prometí que la ayudaría en el cuarto de baño antes de que Wil y ella se marcharan hoy.

Marcus no comprendía. Sabía que Wil era su jefe. Sin embargo, cuando abrió la puerta que comunicaba su despacho con el de al lado, lo entendió todo.

Maeve Hughes estaba en una silla de ruedas. Se mostró cálida y afectuosa cuando Sylvie se la presentó. Su marido le resultaba algo familiar, por lo que supuso que había estado en las reuniones a las que había asistido.

– Sylvie me ha dicho que has estado fuera de la ciudad -comentó Maeve.

– Sí, y me alegro mucho de estar de vuelta -replicó Marcus, sonriendo a Sylvie.

Cuando volvió a mirar a Maeve, vio que la mujer estaba intercambiando una mirada muy significativa con su marido. Ya no le importaba quién supiera lo suyo con Sylvie. De hecho, quería que todo el mundo lo supiera. Sentía que era suya.

Muy pronto, estarían en su apartamento, en su enorme cama de hierro, haciendo el amor como había soñado en los tres días qué había estado alejado de ella.

Tras unos minutos de charla cortés, Sylvie y Maeve se excusaron y salieron del despacho.

– Según tengo entendido, Sylvie ha creado una nueva campaña -comentó Marcus, para romper el silencio.

– Sí -respondió Wil-. Ha hecho un trabajo estupendo. ¿Te gustaría verlo?

Marcus siguió a Wil cuando este entró en el despacho de Sylvie y se dirigió a un caballete que había en un rincón.

– Esta es la presentación que ha hecho hoy mismo para todo el departamento. Es para la colección Everlasting, nuestra nueva línea de anillos de compromiso y de alianzas de boda. Cuando pregunté quién quería este proyecto, Sylvie se empeñó en conseguirlo. Una de sus mejores amigas, Meredith, la diseñó. Sylvie cree que los anillos son preciosos y su admiración se nota en esta campaña.

– No sabía que ella estaba tan íntimamente relacionada con las campañas publicitarias. Di por sentado, que, como ayudante tuya, se encargaría de supervisar al resto del departamento -comentó Marcus, mientras admiraba los anuncios que había diseñado. Había utilizado rosas rosas y una mujer con un hermoso vestido de novia y un hombre muy guapo como motivos centrales de la campaña.

– No siempre se ocupa de los procesos creativos, pero, si conoces a Sylvie, sabrás que no es mujer que se conforme con mirar desde la barrera. De vez en cuando, tengo que dejarla que pase a la acción o hace que mi vida sea miserable…

– Lo entiendo perfectamente.

Entonces, el teléfono empezó a sonar en el despacho de Wil.

– Perdóname, por favor -dijo, antes de volver a su despacho.

Marcus permaneció al lado del caballete, contemplando los diseños de Sylvie. Tenía mucho talento. Evidentemente, era un genio en su trabajo.

En aquel momento, una pelirroja entró corriendo en el despacho.

– ¡Eh, Sylvie! ¿Sabes qué…?

Al ver a Marcus, se detuvo en seco. Después de lo que pareció ser una eternidad, la mujer recuperó la compostura. Entonces, dio un paso al frente y extendió la mano.

– Hola, señor Grey. Siento haberle molestado. Estaba buscando a Sylvie.

– Hola -respondió Marcus, algo molesto de que todo el mundo lo reconociera.

– ¿Sabe dónde está Sylvie?

– En estos momentos está con la esposa de Wil. Estoy seguro de que regresará enseguida, si quiere esperar.

– No importa. Ya hablaré con ella mañana.

– ¿Quiere que le dé algún mensaje? -preguntó él, antes de que la mujer se marchara.

– No, no era nada importante -contestó la mujer, mostrándole una foto-. Solo quería mostrarle la foto que les hemos hecho a nuestras hijas por Navidad. Tienen cuatro y seis años. Sylvie las cuida a veces y ellas creen que es fantástica.

– Le ocurre a la mayoría de la gente.

– Sí, es cierto. Bueno, encantada de haberlo conocido, señor. Como he dicho antes, ya la veré mañana.

– No soy el enemigo -musitó Marcus, cuando la mujer ya había desaparecido.

Entonces, la mano se le quedó inmóvil sobre la página que estaba a punto de pasar. Tal vez no fuera el enemigo, pero todos creían lo contrario. Incluso él mismo lo había pensado y eso que su trabajo no corría peligro aunque aquella empresa cambiara de manos.

Lentamente, comprendió que Sylvie le había presentado a personas de su mundo y sabía que su mundo era Colette. Sus amigos eran Colette.

Will y Maeve. Marcus sabía que Maeve tendría problemas para conseguir un seguro médico si su marido se quedaba sin trabajo. Jim y la pelirroja que acababa de entrar tenían familias que mantener…