Sylvie se quedó helada. Por supuesto. Aquello era exactamente lo que Rose había hecho, y una de esas obras benéficas se llamaba Sylvie Bennett. Comprendió que su beca para la universidad no había sido casualidad, como tampoco que Colette la hubiera aceptado inmediatamente ni que hubiera encontrado un hermoso apartamento por el que pagaba una módica renta… Rose era una mujer maravillosa.
La reunión terminó poco antes de las cinco. En el momento en que Marcus terminó su discurso, todos los empleados se acercaron para hablar con Rose o con él. Entonces, Sylvie se volvió a Meredith.
– Te veré a la hora de cenar.
– Me he enterado que has dimitido. No me lo creía hasta ahora, pero es cierto, ¿verdad? -dijo su amiga. Sylvie asintió-. ¿Por qué? Creía que Marcus y tú…
– No, por favor -le suplicó Sylvie, levantando una mano-. No lo hagas.
Antes de que su amiga pudiera decir nada más, se marchó de la sala.
Acudió al apartamento de Rose a las seis, tal y como se había decidido. Cuando Rose le abrió la puerta, Sylvie se acercó a ella y la abrazó. Al sentir que la mujer la rodeaba con sus brazos, sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
– Gracias -susurró Sylvie-. Por todo.
– Gracias a ti, querida niña -replicó Rose-. Una de mis mayores penas fue que Mitch y yo no pudiéramos tener hijos. Desde que tú y yo nos encontramos, me he dado cuenta de que la biología cuenta muy poco a la hora de amar a un niño. Verte progresar en la vida ha sido una de las mayores alegrías de mi vida.
Sylvie trató de hablar, pero le resultó imposible. Tenía miedo de desmoronarse y echarse a llorar como una niña. Finalmente, Rose la abrazó y la llevó al comedor.
– Vamos con las otras. Ya tendremos tiempo de hablar después.
Lila, Meredith y Jayne ya estaban allí. Cuando Rose y Sylvie entraron en la habitación, las tres quedaron en silencio.
– Dejadme adivinar -dijo Sylvie, tratando de bromear-. No estabais hablando del tiempo, ¿verdad?
Lila se sonrojó y Meredith pareció muy apenada. Sin embargo, Jayne le sonrió.
– Estábamos compartiendo lo que sabemos sobre ti. Dado que no nos has dicho nada, nos vemos reducidas a intercambiar rumores.
– Prometo explicároslo todo, pero, en estos momentos, me muero por escuchar la verdadera historia de Rose Carson.
– Apoyo la moción -afirmó Meredith, levantando la copa en su honor.
Sylvie se relajó un poco. Lo último que quería era contarles a sus amigas los acontecimientos que la iban a llevar a California. No sentía entusiasmo alguno por su nuevo puesto y tenía miedo de que se le notara. Con suerte, se podría escapar de contarlo todo aquella noche.
Mientras cenaban, admiraron el árbol de Navidad de Rose, que estaba adornado con unas figuras de frutas muy antiguas.
– Llevan muchas generaciones en mi familia -les explicó Rose.
Entonces, les habló de su infancia. Había sido hija única, inmersa en el negocio de joyas de su familia.
– Sabía que, algún día, la empresa sería mía, aunque yo era una niña algo difícil. No siempre aprecié las oportunidades que se me daban, pero al fin, senté la cabeza y empecé a trabajar en los puestos más inferiores de la empresa, tal y como creía mi padre que debería hacer. No mucho tiempo después, empecé a trabajar en el departamento de diseño, y creé un broche realizado con ámbar y varios metales preciosos…
– ¿Nuestro broche? -preguntó Lila.
– El mismo -respondió Rose-. A mi padre no le gustó. Dijo que no encajaba con el estilo de Colette. El diseñador jefe fue un poco más amable conmigo. Me dijo que mi trabajo estaba por delante de su tiempo. Yo discutí con mi padre y tuvimos una fuerte confrontación. Me sentí como lo había hecho cuando era una niña rebelde, siempre desilusionando a todos, sobre todo a mis padres, y me marché del despacho. Me fui andando a mi casa, pero, cuando salía de la empresa, me encontré con un joven que había empezado a trabajar hacía poco en la sección de ventas -añadió, con una dulce sonrisa, que revelaba la belleza que Rose debía haber tenido veinte años atrás-. De hecho, me choqué con él y los dos caímos al suelo…
– ¿Fue amor a primera vista? -quiso saber Meredith.
– Sí. Se llamaba Mitch Carson. Lo primero que hizo cuando me ayudó a ponerme de pie fue alabar el broche que yo llevaba puesto. Supe enseguida que cualquier hombre que pudiera ver el valor de mi diseño era un hombre especial. Además, a mí Mitch me pareció el hombre más sexy que había conocido hasta entonces. ¡Quise arrojarme entre sus brazos y pedirle que me besara!
– ¡Qué romántico! -suspiró Lila.
– Efectivamente, era el hombre más romántico que he conocido nunca -susurró Rose, mirando los anillos de diamantes que llevaba puestos-, pero a mis padres no les gustó. Él me animaba a experimentar con mis diseños. Me llevaba a navegar, a bailar y a las carreras, actividades que mis padres no aprobaban.
– ¿Por qué? -preguntó Sylvie, pensando en los momentos que había pasado bailando con Marcus. Aquellos recuerdos le durarían a ella también toda la vida.
– Creo que tenían miedo de que me divirtiera demasiado -respondió Rose-. Mis padres eran muy estrictos y anticuados.
– Es increíble -apostilló Jayne-. Tú no eres así.
– De eso puedes darle las gracias a Mitch. Mis padres amenazaron con desheredarme si seguía con él. Sabía que si los escuchaba me convertiría en una mujer conservadora y gruñona como ellos, así que nos fugamos. Cuando mi padre se enteró, amenazó de nuevo con desheredarme, pero Mitch y yo nos mudamos a California. Nunca volví a tener noticias de mi padre, aunque mi madre me dijo años después que había lamentado mucho no volver a verme. Sin embargo, era demasiado orgulloso para admitir que se había equivocado.
– Entonces, ¿qué te trajo de nuevo a Youngsville? -preguntó Meredith.
– Mitch y yo pasamos treinta maravillosos años juntos. Lo único que hubiera aumentado nuestra felicidad habría sido tener un hijo, pero no pudo ser. Entonces, él murió en un accidente náutico antes de cumplir los cincuenta.
Un profundo silencio reinaba en la sala. Sylvie se acercó un poco más a Rose para rodearla con un brazo.
– Lo sentimos mucho -musitó.
– Yo no -afirmó Rose-. Mitch y yo nos queríamos mucho. Yo no habría cambiado ni uno solo de nuestros días juntos. Era un hombre vital, vibrante, que recibía cada día a una velocidad de vértigo. Yo no habría tratado de cambiarlo aunque hubiera sabido cómo iba a terminar.
Lila se puso a llorar. Jayne le dio un paquete de pañuelos de papel.
– Entonces, ¿regresaste aquí después de quedarte viuda?
– No inmediatamente. Me quedé en California unos cuantos años más, pero después de que muriera mi padre, mi madre me pidió que regresara a casa y me hiciera cargo de Colette. Ella era una mujer sencilla, que había estado toda la vida dominada por mi padre, y no sabía nada del negocio. Yo no me pude negar, aunque sí evité implicarme en el negocio. Simplemente me quedé con las acciones familiares y votaba en las reuniones.
– Y entonces, compraste esta casa y la llamaste como la piedra que adorna tu hermoso broche -añadió Sylvia.
– Efectivamente.
– ¿Cómo consiguió Marcus que te implicaras de nuevo en Colette? -preguntó Jayne. Sylvie trató de no mostrarse afectada al oír su nombre, pero notó que Meredith la miraba de reojo.
– Una de las cosas que me enfrentó con mi padre fue la exclusividad. Cuando Marcus me dijo que pensaba hacer que las joyas de Colette fueran más asequibles, la idea me gustó enseguida. Además, ese hombre no acepta un no por respuesta.
Un incómodo silencio flotó sobre la sala.