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– Buenas tardes, señora Carson.

– Señor Grey -respondió la mujer, aliviada por su silencio-. Ella, la chica del 2D, tiene un resfriado -añadió, dirigiéndose a Sylvie-, así que pensé que le sentaría bien un poco de mi sopa de pollo y fideos.

– Estoy segura de que te estará muy agradecida, Rose. A mí siempre me sienta fenomenal. ¡Oh! Casi se me había olvidado. Todavía no te he devuelto el broche. Voy a buscarlo.

– No hay prisa, querida -afirmó Rose-. Puedes bajármelo en otra ocasión. Ahora vete y diviértete.

– ¿Estáis hablando del broche que tú llevabas esta tarde? -preguntó Marcus-. Era precioso. De ámbar, si recuerdo bien. Una pieza verdaderamente hermosa.

Para su sorpresa, Rose Carson se sonrojó.

– Es muy viejo, pero yo lo tengo en mucha estima, aunque no vale mucho.

– Si usted lo tiene estima, entonces claro que tiene valor -replicó Marcus, con firmeza, ganándose una sonrisa de la mujer.

Sylvie lo miró con aprobación antes de responder a Rose.

– De acuerdo, te lo bajaré mañana. Además, hay algo de lo que quiero hablar contigo.

Unos momentos después, mientras salían por la puerta principal, Sylvie se dirigió a Marcus con una sonrisa.

– Eso que le dijo a Rose ha sido muy bonito.

– Lo decía en serio -respondió él, mientras le abría la puerta de su coche para que entrara.

Al hacerlo, el abrigo blanco se abrió ligeramente, mostrando unos esbeltos muslos. Cuando Marcus se inclinó para ayudarla a recoger el abrigo, sintió de nuevo el delicioso perfume. El pulso se le aceleró otra vez.

Fueron hacia el norte, hacia el Club de Campo Youngsville, un lujoso establecimiento privado. Sylvie estuvo en silencio durante el trayecto. Tenía las manos sobre el regazo y no dejaba de juguetear incesantemente con los dedos, haciendo girar los pulgares uno sobre otro.

– He leído tu expediente personal -dijo él, de repente.

– ¿Cómo ha dicho?

– Tenía que saber dónde vivías -respondió Marcus, a pesar de que no era del todo cierto. Su secretaria podría haberlo hecho por él.

– Pensé que para eso estaban las secretarias -replicó Sylvie, como si le hubiera leído el pensamiento.

– No siempre. Bueno, cuéntame por qué elegiste trabajar en Colette. He visto que llevas cinco años en la empresa. ¿Fue tu primer trabajo después de la universidad?

– Sí, Me gradué en Marketing y Administración. Cuando me enteré de que Colette tenía una vacante, me puse muy contenta. Siempre me han gustado las joyas hermosas y las piedras preciosas, aunque no entran dentro de mi presupuesto.

– ¿Dónde empezaste? -preguntó él, a pesar de que ya lo sabía.

– Estoy segura de que ya lo sabe -contestó ella, de nuevo, como si supiera lo que estaba pensando.

– Hazme el favor. Me gustaría que me lo dijeras tú.

– De acuerdo. Envié un currículum a Colette antes de terminar mis estudios, pero no tenía muchas esperanzas de que me contrataran. Cuando recibí una llamada para que fuera a hacer una entrevista, me sorprendí mucho, pero decidí aprovechar la oportunidad. Me contrataron como ayudante del departamento de ventas y luego pasé a marketing. Me encanta lo que hago.

– Podrías hacer lo mismo en otra empresa.

– No quiero trabajar para otra empresa. Quiero mucho a Colette. Las personas con las que trabajo se han convertido en buenos amigos. Sus parejas son mis amigos también. Soy madrina del nieto de mi primer supervisor. No se puede tirar todo eso por la borda. Colette es mucho más que dinero, más que acciones en el mercado de valores. ¿Por qué quiere destruirla? -añadió, volviéndose para mirarlo.

– Yo nunca he dicho que quiera destruirla. Tú y tu «familia» habéis creado muchas historias que podrían no ser ciertas -replicó él, optando por no darle información alguna.

– Podrían serlo. He notado que no ha respondido a mi pregunta. ¿Pensará al menos en las personas que dependen de Colette para poder sobrevivir?

– De acuerdo -respondió él, tras aparcar el coche. Entonces, se dirigió hacia la puerta de Sylvie para ayudarla a salir.

– ¿De acuerdo? -le espetó ella-. ¿Qué significa eso? ¿Que considerará mi punto de vista o que ya no quiere hablar más del tema? Quiero que me lleve ahora mismo a mi casa, señor Grey.

Dos

– ¡Vaya! -dijo Marcus-. No quiero pelear contigo, Sylvie.

– ¿Y entonces qué quiere hacer?

Marcus vio que ella lamento haber dicho aquellas palabras en el momento en que le salieron de la boca. Entonces, sonrió pícaramente.

– ¿Ahora o después?

– Eso ha sido lo que le he preguntado, ¿verdad? -le espetó Sylvie.

– Efectivamente -replicó él, tomándola por el codo y dirigiéndose con ella hacia la entrada del club-. Sugiero que suspendamos toda conversación sobre puntos en los que estamos en desacuerdo durante el resto de esta velada. No tengo a menudo la oportunidad de cenar con una mujer tan hermosa como tú y me gustaría saborear el momento.

Sylvie dudó. Durante un momento, Marcus pensó que se iba a negar. Entonces, sacudió la cabeza y se dispuso a entrar por la puerta.

– Usted es capaz de convencer a cualquiera, señor Grey. Tendré que tener mucho cuidado con usted.

– No creo que tengas que preocuparte, a menos que sigas llamándome señor Grey. Me llamo Marcus.

– Marcus -repitió ella, con una sonrisa.

Mientras la ayudaba a quitarse el abrigo, él pensó que aquel movimiento de labios había sido uno de los gestos más sensuales y eróticos que había visto nunca. Entonces, el maître los acompañó a la mesa que él había reservado, con vistas al lago Michigan.

– Incluso en invierno es hermoso -comentó Sylvie, mientras contemplaba el lago.

A continuación, Marcus pidió una copa de vino blanco. Mientras lo tomaban, Sylvie le sonrió a través de la llama de las velas.

– No me dijiste que tu padre tuvo en el pasado una empresa de diseño de joyas y gemas. Creo que se llamaba Van Arl.

Marcus se quedó inmóvil, con la copa muy cerca de los labios. Lentamente, se obligó a dar un sorbo y a ponerla de nuevo sobre la mesa.

– Hace muchos años que Van Arl no existe. Es historia.

– No creo que veinticinco años sea historia.

– Si tú lo dices… ¿Dónde has oído hablar de Van Arl?

– Tú no eres el único que ha venido preparado. Esta tarde hice un poco de investigación sobre ti, aunque yo no tuve la ventaja de tener un completo expediente a mano.

– Estupendo. He tenido que escoger a Sherlock Holmes para que salga conmigo -bromeó él, tratando de adoptar una actitud más relajada-. ¿Qué es lo que quieres saber sobre Van Arl? Cuando estaba todavía en funcionamiento, yo era un niño. Tengo muy pocos recuerdos sobre ella.

– Durante un tiempo, fue un negocio muy floreciente. Seguramente Colette le hacía la competencia, ¿verdad?

– Lo fue durante los años sesenta y setenta. En otro momento, también solía suministrar gemas y piedras finas a Colette -respondió él, sorprendiéndose por la tranquilidad que estaba mostrando en la voz-. Hasta que Colette se llevó al equipo de diseño de mi padre, aunque supongo que ya lo sabrás si has investigado un poco al respecto.

Sylvie asintió. Cuando Marcus la miró, vio una pena en aquellos ojos color chocolate que despertó en él una furia que no había sentido en años.

– Esto no es una venganza -replicó-, si es eso lo que estás pensando. Aunque sería una historia estupenda.

– Así es. Especialmente dado que Van Arl no podía competir sin esos diseñadores y que la falta de trabajos de calidad empezó a afectar a los beneficios de la compañía.

– ¿Acaso se les puede culpar? Aparentemente, Colette les ofreció a esas personas más dinero y mejores beneficios de los que tenían en Van Arl. Simplemente, mejoraron sus condiciones de trabajo. De eso estoy seguro. Hicieron un buen negocio. Como yo lo voy a hacer con mi decisión de absorber Colette.