– ¿Ese es el modo en el que estás racionalizando todo esto? ¿Considerándolo un buen negocio? -preguntó ella, colocando una mano encima de la de él-. Marcus, las personas que trabajan en Colette ahora no son responsables por lo que le ocurrió al negocio de tu padre. Carl Colette fue el hombre que dirigía la empresa entonces y ya lleva muerto muchos años. Tenía una hija que se marchó hace mucho tiempo y de la que no se han tenido noticias desde entonces. No ha habido ningún Colette como responsable de Colette Inc. desde que la viuda de Cari murió hace más de diez años.
– Esto no tiene nada que ver con quién trabaje en Colette -insistió él-. Cuando era niño me interesaban mucho las gemas y las joyas, gracias a la empresa de mi padre, y quiero seguir expandiendo ese interés. El nombre de la empresa que compré no significa nada para mí. Se trata simplemente de un negocio. He buscado el mejor trato posible y Colette parecía estar en una situación menos estable y más accesible que las demás.
Con un rápido movimiento, Marcus giró la mano y atrapó los dedos de Sylvie entre los suyos. Rápidamente, ella la apartó y se la colocó sobre el regazo.
– Entonces, ¿tienes la intención de mantener Colette intacta aunque cambies el nombre?
– Yo no he dicho eso. Sin embargo, como ya te he explicado, siempre me aseguro de que se tenga en cuenta a los buenos empleados cuando adquiero un negocio.
– Si tú lo dices -replicó Sylvie, no muy convencida.
– Claro que lo digo -concluyó él. Entonces, se volvió para llamar al camarero.
Mientras tomaban los entremeses, Marcus consiguió dirigir la conversación hacia temas menos espinosos. Averiguó que Sylvie era una aficionada al teatro, particularmente a los musicales, y que tenía grabaciones de todas las obras de Andrew Lloyd Weber que habían estado en escena. Descubrieron que, el verano anterior, habían visto algunos espectáculos en el mismo teatro, de cuyo consejo de dirección Marcus formaba parte.
– ¿Cómo te empezó a interesar el teatro? -quiso saber él-. ¿Formaba alguien de tu familia parte del mundo de la escena?
– Simplemente me gusta -respondió ella, mirando hacia el lago-. No vi una representación hasta que estuve en el instituto-. Era… soy… huérfana.
– Lo siento. No quería avivar malos recuerdos -dijo Marcus, cubriéndole una mano con una de las suyas, como ella había hecho antes.
– No importa -susurró ella, respirando profundamente.
– ¿No fuiste adoptada?
– No. Era una niña algo rebelde. Si yo hubiera sido un posible padre adoptivo, habría salido corriendo al ver un niño como yo -comentó ella. A pesar del tono ligero de voz, se notaba un fuerte dolor.
– Parece un modo muy poco agradable para crecer.
– No estuvo tan mal. En realidad, casi no pienso en ello desde que he conseguido rehacer mi vida.
– ¿Desde qué has conseguido rehacer tu vida? Ni que fueras una expresidiaria.
– No, pero no creo que me faltara mucho para haberlo sido. De niña era bastante salvaje.
– ¿Cómo de salvaje? ¿De las que siempre andaba metida en peleas o de las que robaba a la gente?
– De ninguna de las dos maneras. Tenía un método para tratar con las casas de acogida que no me gustaban. Me pasaba el tiempo escapándome hasta que se cansaban de tratar de contenerme. Después de la cuarta o la quinta vez, me enviaban a un colegio para jóvenes al borde de la delincuencia. Era como una institución militar y al principio lo odiaba, pero la disciplina era exactamente lo que yo necesitaba. Entonces -añadió, extendiendo los brazos-, me convertí en la ciudadana modelo que ves hoy en día.
– Sospecho que, en el fondo, sigues siendo una rebelde.
Sin embargo, mientras el camarero se acercaba de nuevo a la mesa, no pudo evitar pensar en cómo Sylvie se había convertido en la persona que era. Su infancia parecía una verdadera pesadilla.
¿A quién se habría dirigido para conseguir amor y seguridad? La infancia de Marcus no había sido demasiado perfecta, pero siempre había podido contar con sus padres. Por primera vez, se le ocurrió que había cosas mucho peores que tener unos padres divorciados, aunque le hubiera resultado muy duro.
Mientras tomaban el café, la orquesta empezó a tocar una suave melodía. A su alrededor, varias parejas se levantaron y se dirigieron a la pista de baile.
– ¿Te gustaría bailar?
– Me encantaría -respondió ella.
Los dos se levantaron y fueron hacia la pista. Allí, Marcus la tomó entre sus brazos y empezaron a moverse a ritmo de un vals. Sylvie era buena bailarina. Cuando los pasos se fueron haciendo más difíciles, Marcus la estrechó un poco más entre sus brazos, gozando al ver que ella no perdía el paso.
Su mano estaba extendida sobre la piel desnuda de su espalda. Bajo las yemas de sus dedos, la carne parecía seda. Sabía perfectamente que no llevaba sujetador y tuvo que contenerse para no mirarle los pechos. A medida que la música se fue haciendo más rápida, él la agarró con más fuerza. Cada vez que sus miradas se cruzaban, Marcus creía ver en los ojos de ella la misma fascinación sexual a la que él se estaba enfrentando. Había deseado a muchas mujeres antes, pero no recordaba haberlo hecho con la misma intensidad. Aquella atracción le ponía nervioso. Sin embargo, no iba a tratar de no prestarle atención.
Los dos estaban riendo tras unos movimientos algo energéticos cuando una mujer de más edad se les acercó y dijo.
– Los dos bailáis muy bien. Debéis practicar mucho.
– Bailamos mucho -dijo Sylvie, sonriendo a la mujer.
Cuando la mujer se alejó, Marcus no pudo contener la risa.
– Mentirosa.
– No estaba mintiendo. Yo bailo con frecuencia. Y se ve que tú también, porque si no, no lo harías tan bien. Lo que ocurrió es que ella dio por sentado que lo hacemos juntos.
– Eres muy escurridiza. Recuérdame que nunca me tome nada como lo dices.
En aquel momento, la música empezó a ser más lenta. La risa de Marcus fue desapareciendo cuando la miró a los ojos. La estrechó un poco más contra él, agarró con más fuerza los dedos de ella y le llevó la mano hacia su tórax. Olió el limpio aroma de su cabello rizado. Tenía el rostro de Sylvie tan cerca del suyo que casi podía descansar sus labios sobre la sien de la joven. Resultaba una idea muy tentadora, pero se contuvo.
Bailaron en silencio durante unos minutos. Lentamente, empezó a acariciarle suavemente la sedosa piel de la espalda y, a pesar de la fuerte atracción sexual que había entre ellos, sintió que se iba relajando, músculo a músculo. La deseaba, pero eso podía esperar. En aquellos momentos, resultaba maravilloso tenerla simplemente entre los brazos.
– Esto es muy agradable -murmuró.
– Sí, lo es.
– Sylvie… Disfruto estando contigo.
Estaba más allá de un nivel físico. Sylvie era una mujer inteligente e ingeniosa, decidida y dispuesta a defender sus puntos de vista. Era la mujer más atractiva que había conocido nunca. Era única.
– Yo también. Demasiado.
– ¿Cómo se puede disfrutar algo demasiado?
– Bueno, ya sabes a lo que me refiero. Estamos en bandos opuestos de lo que parece que podría llegar a ser una batalla muy desagradable.
– Eso es trabajo. Esto es personal -susurró él, estrechándola un poco más, hasta que sus muslos se tocaron y pudo sentir sus rotundos senos contra su pecho. Sylvie no se apartó y Marcus gozó con el íntimo placer de bailar tan juntos, disfrutó con la excitación que la cercanía de la joven le estaba produciendo en la entrepierna-. Muy personal…
– No estoy segura de que podamos separar las dos cosas.
– Yo sí. ¿Por qué no acordamos estar en desacuerdo en ese asunto? -sugirió él, al sentir que Sylvie apoyaba ligeramente la cabeza sobre su hombro-. Y lo dejamos así.