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– Lo dudo -respondió ella, mientras buscaba en su bolso para sacar las llaves-. Es un colchón muy grande. Además, si no lo es, te puedes quedar con mi cama y yo dormiré en el sofá.

– No -afirmó él, cuando entraron en la casa, mientras cerraba la puerta-. Yo solo dormiré en tu cama si tú estás a mi lado.

– No voy a dormir contigo -susurró Sylvie, tratando de no prestar atención al fuego que parecía arderle en el vientre-. Creía que eso ya había quedado establecido.

– A veces los planes cambian -replicó él, tras quitarse la cazadora y colgarla, junto a su bufanda, en el ropero-. Además, yo nunca dije que estuviera de acuerdo.

Sylvie abrió la boca para protestar, pero de repente se dio cuenta de que él estaba bromeando. Entonces, después de quitarse también el abrigo, decidió cambiar de tema.

– ¿Has pensado más sobre tus planes en relación con Colette Inc.? -preguntó, mientras iba a la cocina.

El buen humor desapareció del rostro de Marcus, dando paso a una máscara sin expresión alguna. Sylvie se arrepintió de haber dicho aquellas palabras en el momento en que le salieron de la boca. Marcus estaba empezando a gustarle, tal vez más de lo que debería, y no quería estropear la velada.

– Pienso en Colette constantemente -replicó él.

– ¿En qué sentido? -quiso saber, sin poder evitarlo, mientras sacaba dos tazas para el café.

– Sobre la mejor manera de integrarla en las empresas que tengo en la actualidad. En ese tipo de cosas.

– Pero… pero no puedes. ¡Marcus, no puedes disolver Colette! ¿Cómo puedes decirme que no habrá recortes en el personal si hay una fusión?

– No puedo hacerte ninguna promesa.

– ¿No puedes o no quieres? -le espetó ella, mientras seguía preparando el café.

Marcus se acercó a ella y le puso las manos sobre los hombros, apretando suavemente mientras bajaba la cabeza y le hablaba al oído.

– Cualquiera de las dos. Ambas. Tú eliges -dijo él, dándole la vuelta-. No quiero hablar de trabajo contigo, Sylvie.

Ella lo miró, con lágrimas en los ojos. La pasión por su empresa se había vuelto a apoderar de ella cuándo volvió a hablar.

– No puedo separar mi vida como tú, en esos pequeños compartimientos -añadió, antes de deslizarse por debajo del brazo de Marcus y dirigirse hacia la habitación-. Voy a buscar unas cuantas cosas. Esta noche, me iré a dormir con Rose. Tú te puedes quedar con mi cama.

Sylvie no se volvió a mirarlo y se metió corriendo en su habitación.

Marcus no hacía más que dar vueltas en el sofá cama de Sylvie. Finalmente, se levantó después de pasar una noche casi en blanco. Suponía que era una estupidez, pero había hablado en serio lo de no querer dormir en su cama sin ella. Aunque todavía no había amanecido, la luz que iluminó la esfera de su reloj le dijo que eran casi las seis y media.

Estaba solo en el apartamento de Sylvie. ¡Maldita sea! Se había hecho muchas ilusiones sobre pasar la noche en su casa, pero dormir solo en un incómodo sofá cama no había sido una de ellas. Agarró las toallas que ella le había preparado antes de marcharse y se metió en el cuarto de baño. Allí, abrió la ducha y se metió debajo, deseando que el agua pudiera llevarse todos sus problemas.

Fusión. En su corazón, sabía que no era aquello lo que había pensado. Colette dejaría de existir cuando hubiera terminado de absorberla entre sus empresas. Se convertiría en joyas Grey, una división de Empresas Grey, o algo por el estilo.

«Es solo un negocio. Un buen movimiento empresarial. Colette ha estado teniendo problemas últimamente. El nombre de Grey volverá a lanzarla». No quiso pensar en el hecho de que habían sido los rumores sobre que Grey fuera a absorber a Colette lo que había hecho bajar el precio de sus acciones. No era culpa suya. Él no había empezado los rumores. Aunque tampoco había hecho nada para suprimirlos. Entonces, Colette había lanzado aquel pleito contra Grey. Y lo habían perdido, porque no habían podido demostrar, tal y como él había sabido, que él tuviera nada que ver con aquellos rumores, aunque casi hubiera deseado que así fuera. Varios inversores se habían puesto en contacto con él antes de que Marcus les hubiera ofrecido comprarles su parte.

Aquellos pensamientos le hicieron pensar en su trabajo. Decidió ir a casa a cambiarse antes de ir a su despacho aquella mañana. Aquello le recordó por qué estaba en aquel apartamento en vez de su espaciosa casa.

Se vistió y se acercó a la ventana. En Youngsville no solía nevar tanto como en otras partes del estado, pero tenía que haber más de treinta centímetros de nieve sobre el suelo. Seguía nevando ligeramente, pero las carreteras estaban limpias. Así conseguiría llegar a su casa y cambiar el Mercedes por un vehículo más apropiado para aquellas condiciones.

Encendió la televisión y puso el tiempo. Habría más nieve aquella noche. Parecía que el invierno había empezado con toda su fuerza.

En la cocina, recalentó el café que Sylvie no se había tomado la noche anterior. No estaba muy bueno, pero él tampoco estaba de buen humor. Se lo acababa de tomar y se estaba poniendo el abrigo cuando la puerta principal se abrió. Sylvie entró lentamente y se detuvo en seco cuando vio que él estaba despierto.

– Buenos días -dijo él.

– Buenos días.

Estaba encantadora, como siempre. Iba ya vestida para su trabajo, con un bonito traje color lavanda que resaltaba más aún su piel color marfil y sus exóticos rasgos. También parecía algo turbada.

– Sobre lo de anoche… -comentó Sylvie.

– Sé que quieres que…

– No. Sé que no es justo que me hables sobre tu negocio -musitó ella-. Siento haberme enfadado tanto contigo anoche, solo que… Por favor, si puedes, analiza con cuidado a todo el personal antes de que empieces con los despidos. Hay muchas personas maravillosas trabajando allí que no se merecen encontrarse sin trabajo por culpa de una vieja deuda.

– No es una vieja deuda -replicó Marcus, impacientemente, aunque sabía que no era así-. Es un negocio. Sin embargo, te prometo que tendré cuidado cuando, y sí, tengo que tomar decisiones de recorte de personal.

– Gracias.

– Creía que no ibas a volver a hablarme nunca -susurró él, tomándola entre sus brazos. Entonces, tras levantarle la barbilla, trató de darle un beso. Sin embargo, ella se zafó antes de que pudiera hacerlo.

– Si fuera lista, no lo haría. No obstante, supongo que no debo de serlo mucho porque no he podido hacerlo.

– Me alegro.

Entonces, la besó posesivamente, con un profundo intercambio que prendió fuego a lo más profundo de su ser.

– Mañana por la noche, tengo entradas para una obra de teatro en el Ingalls Park Theatre. Ven conmigo.

– De acuerdo.

Entonces, Marcus se marchó. Primero fue a su casa y luego a su despacho. Se sentía satisfecho del modo en que estaban progresando las cosas entre ellos.

Había rodeado los hombros de Sylvie con su brazo. Estaban sentados en el palco privado de Marcus, la noche siguiente, viendo una hermosa producción de Canción de Navidad de Dickens. Aunque Sylvie había tratado de concentrarse en la obra, la cercanía de Marcus la distraía constantemente. La palma de su mano le rodeaba el hombro y su dedo pulgar le acariciaba suavemente la piel de cuello.

Debería despreciarse por su debilidad. Debería haber mostrado algo de coraje y haber resistido a la tentación. No debería estar allí con él, implicándose afectivamente con él. Sin embargo, tanto si le gustaba como si no, ya estaba implicada.

Además, si era sincera consigo misma, le gustaba. Mucho. No había salido con muchos hombres a lo largo de sus veintisiete años. Una vez hubo superado sus problemas de infancia y de juventud, se había centrado en sus estudios y, cuando había empezado a trabajar en Colette después de terminar la universidad, se había entregado enteramente a su carrera. No había tenido mucho tiempo para hombres. Tampoco había habido muchos candidatos llamándole a la puerta para que cambiara de opinión. Había llegado a la conclusión de que era demasiado… No sabía cómo definirse. ¿Autosuficiente? ¿Inteligente? ¿Con fuerza de voluntad? Tal vez un poco de todo. Los hombres con los que había salido habían sido cosa de una sola noche. No había salido con nadie una segunda vez, pero no le había importado.