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– Déjalo -dijo Case.

Case conoció a su primer Moderno dos días después de haber visto en el monitor el resumen del Hosaka. Los Modernos, había resuelto, eran una versión contemporánea de los Grandes Científicos que él había conocido en la adolescencia. Había en el Ensanche una suerte de ADN adolescente activo y fantasmal, que contenía los preceptos codificados de diversas y efímeras subculturas y los reproducía a intervalos irregulares. Los Panteras Modernos eran una variante suavizada de los Científicos. De haber contado con la tecnología adecuada, todos los Grandes Científicos habrían tenido enchufes atiborrados de microsofts. Lo que importaba era el estilo, y el estilo era el mismo. Los Modernos eran mercenarios, payasos, tecnofetichistas nihilistas.

El que apareció en la puerta de la buhardilla con una caja de diskettes de parte del finlandés era un muchacho de voz suave llamado Ángelo. Su cara era un nuevo injerto cultivado en colágeno y polisacáridos de cartílagos de escualo, lisa y repugnante. Uno de los ejemplos de cirugía opcional más desagradables que Case hubiera visto nunca. Cuando Ángelo sonrió, dejando entrever los afilados colmillos de un animal grande, Case llegó a sentirse aliviado. Trasplantes dentales. Al menos éstos ya los conocía.

– No debes dejar que unos críos de mierda te hagan sentir la brecha generacional -dijo Molly. Case asintió, absorto en las figuras del hielo Senso/Red.

Ahora sí. Esto era lo que él era, quién era. Olvidó comer. Molly dejó paquetes de arroz y bandejas plásticas de sushi en una esquina de la larga mesa. A veces se resistía a tener que dejar el tablero para utilizar el inodoro químico que habían instalado en un rincón de la buhardilla. En la pantalla se formaban y volvían a formarse dibujos de hielo mientras él tanteaba en busca de brechas, esquivaba las trampas más obvias y trazaba la ruta que tomaría a través del hielo de la Senso /Red. Era buen hielo. Un hielo estupendo. Los dibujos ardían mientras él yacía con el brazo bajo los hombros de Molly, contemplando el rojo amanecer a través de la rejilla de acero de la claraboya. Un laberinto multicolor de puntos electrónicos fue lo primero que vio al despertar. Iría directamente al tablero sin molestarse en vestirse, y se conectaría. Estaba entrando. Estaba trabajando. Perdió la cuenta de los días.

Y a veces, al quedarse dormido, especialmente cuando Molly partía en viaje de reconocimiento con una cuadrilla de Modernos contratados, le llegaban imágenes de Chiba. Rostros y neón de Ninsei. Una vez despertó de un confuso sueño con Linda Lee, sin poder recordar quién era ella ni qué había significado para él. Cuando consiguió acordarse, volvió al trabajo, y trabajó nueve horas seguidas.

La penetración en el hielo de la Senso /Red le llevó un total de nueve días.

– Dije una semana -dijo Armitage, incapaz de esconder su satisfacción cuando Case le mostró su plan para el programa-. Te has tomado tu tiempo.

– No jodas -dijo Case, sonriendo a la pantalla-. Esto es un buen trabajo, Armitage.

– Sí -admitió Armitage-, pero no dejes que se te suba a la cabeza. Comparado con lo que tendrás que afrontar, esto es un juguete de vídeo galería.

– Te amo, Madre Gata -susurró el enlace de los Panteras Modernos. La voz sonaba como estática modulada en los audífonos de Case.

– Atlanta, Carnada. Parece que ahora sí. Adelante, ¿entendido? -La voz de Molly se oía un poco más clara.

– Escuchar es obedecer. -Los Modernos de Nueva Jersey utilizaban un plato receptor reticulado para que la señal codificada rebotara en un satélite de los Hijos de Cristo Rey en órbita geosincrónica sobre Manhattan. Preferían considerar toda la operación como un complicado chiste privado, y su elección de los satélites de comunicación parecía haber sido deliberada. Las señales de Molly estaban siendo transmitidas desde un plato parabólico de un metro de diámetro, sujeto con resina epóxica a la azotea de una torre bancaria de cristal negro, casi tan alta como el edificio de la Senso /Red.

Atlanta. El código de reconocimiento era sencillo. De Atlanta a Boston, a Chicago y a Denver; cinco minutos para cada ciudad. Si alguien lograba interceptar la señal de Molly, decodificarla, sintetizar su voz, el código avisaría a los Modernos. Si ella permaneciese más de veinte minutos dentro del edificio, sería muy poco probable que saliera.

Case bebió el último trago de café, acomodó los trodos, y se rascó el pecho bajo la camiseta negra. Tenía sólo una idea aproximada de lo que los Panteras Modernos pensaban hacer para distraer a los encargados de seguridad de la Senso /Red. La tarea de los Modernos era asegurar que el programa de intrusión que él había escrito se conectara a los sistemas Senso/Red cuando Molly lo necesitase. Observó la cuenta regresiva en la esquina de la pantalla. Dos. Uno.

Tomó el mando y activó el programa. -Línea principal -susurró el enlace; su voz era el único sonido mientras Case se adentraba en los estratos fulgurantes del hielo Senso/Red. Muy bien. Conectó con el simestim y penetró en el sensorio de Molly.

El codificador enturbió levemente la entrada visual. Ella estaba de pie frente a una pared de espejos salpicados de dorado, en el gran vestíbulo blanco del edificio, mascando chicle, aparentemente fascinada por su propia imagen. Aparte de las enormes gafas de sol que ocultaban las lentes especulares implantadas, conseguía en gran medida dar la impresión de pertenecer a aquel lugar: otra muchacha turista con la esperanza de ver a Tally Isham. Llevaba un impermeable de plástico rosado, una camiseta blanca de red, holgados pantalones blancos de un corte que había estado de moda en Tokio el año anterior. Sonreía inexpresivamente y hacía globos con el chicle. Case tuvo ganas de reír. Podía sentir la cinta de microporos en las costillas de ella, sentir las pequeñas unidades planas bajo la cinta, y el codificador. El micrófono pegado a su cuello casi podía pasar por un dermodisco analgésico. Dentro de los bolsillos de la chaqueta rosada las manos se abrían y cerraban sistemáticamente en una serie de ejercicios de relajamiento. Tardó unos cuantos segundos en darse cuenta de que la extraña sensación en los extremos de los dedos de Molly era provocada por las cuchillas que se asomaban y se retraían.

Regresó. El programa ya había alcanzado la quinta puerta. Observó mientras el rompehielos destellaba y cambiaba de posición frente a él, consciente apenas de que sus manos se movían sobre el tablero, haciendo ajustes menores. Traslúcidos planos de color barajados como un mazo de cartas de prestidigitador. Saca una carta, pensó, cualquiera.

La puerta pasó borrosamente. Rió. El hielo Senso/Red había aceptado su entrada como transferencia de rutina desde el centro del consorcio en Los Ángeles. Había entrado. Detrás de él subprogramas virales se desprendían entreteniéndose con la trama codificada de la puerta, lista para desviar la información correcta de Los Ángeles.

Volvió a entrar. Molly se paseaba frente al enorme y circular mostrador de recepción al fondo del vestíbulo.

12:01:20 cuando el anuncio ardió en el nervio óptico de Molly.

A medianoche, sincronizado con el chip de detrás del ojo de Molly, el enlace en Jersey había ordenado: -Línea principal. -Nueve Modernos desperdigados a lo largo de doscientas millas del Ensanche habían marcado simultáneamente MAX EMERG desde cabinas telefónicas. Cada Moderno repitió un texto breve, colgó y se perdió en la noche, quitándose los guantes de cirugía. Nueve centrales de policía y agencias de seguridad pública absorbieron la información de que una oscura subsecta de fundamentalistas cristianos acababa de reivindicar la introducción en dosis clínicas de un psicoactivador prohibido llamado Azul Nueve en el sistema de ventilación de la Pirámide Senso /Red. Se había demostrado que Azul Nueve, conocido en Califomia como Ángel Doliente, había producido paranoia aguda y psicosis homicida en el ochenta y cinco por ciento de los sujetos experimentales.