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Ahora era rutina: trodos, sentarse, y alternar estados.

El archivo de investigación de la Senso /Red era un espacio cerrado de almacenamiento; los materiales almacenados allí tenían que ser físicamente retirados antes de que los llevaran a internase. Molly cojeaba entre filas de idénticos armarios grises.

– Dile que cinco más y luego diez a la izquierda, Prole -dijo Case.

– Cinco más y diez a la izquierda, Madre Gata -dijo el enlace.

Ella dobló a la izquierda. Una bibliotecaria de rostro lívido, arrinconada entre dos armarios, con las mejillas empapadas, los ojos en blanco. Molly la ignoró. Case se preguntó qué habrían hecho los Modernos para provocar tal grado de terror. Sabía que tenía algo que ver con una falsa amenaza, pero había estado demasiado atento al hielo para seguir la explicación de Molly.

– Ése es -dijo Case, pero ella ya se había detenido frente al armario donde estaba la estructura. El diseño le recordó a Case las estanterías neoaztecas de la antesala de Julie Deane en Chiba.

– Hazlo, Cortador -dijo Molly.

Case pasó al ciberespacio y transmitió una orden que viajó por el hilo rojo a través del hielo del archivo. Cinco sistemas de alarma estaban convencidos de que funcionaban todavía. Las tres complicadas cerraduras se desactivaron, pero consideraron que habían permanecido cerradas. La memoria permanente del banco central sufrió una pequeñísima alteración: la estructura había sido retirada por orden ejecutiva un mes antes. Si un bibliotecario quisiese verificar la autorización, encontraría los registros borrados.

La puerta se abrió sobre unas bisagras silenciosas.

– 0467839 -dijo Case, y Molly sacó del anaquel una unidad negra de almacenamiento. Se parecía al cargador de un gran rifle de asalto: tenía la superficie cubierta con adhesivos de advertencia e índices de seguridad.

Molly cerró la puerta del armario y Case regresó a la matriz.

Extrajo la línea a través del hielo del archivo. La línea regresó en seguida al programa y activó automáticamente una reversión completa del sistema. Las puertas de la Senso /Red se cerraron tras él. Los subprogramas se reintrodujeron en el núcleo del rompehielos cuando él dejó atrás las puertas donde habían sido emplazados.

– Fuera, Prole -dijo, y se derrumbó en la silla. Luego de concentrarse en la implementación de un programa, era capaz de continuar conectado y sin embargo consciente de su propio cuerpo. Podrían pasar días antes de que Senso/Red descubriese el robo de la estructura. La clave sería la desviación de la transferencia de Los Ángeles, que coincidía demasiado exactamente con el operativo de terror de los Modernos. Dudaba que los tres vigilantes con que Molly se había encontrado en el pasillo viviesen para contarlo. Volvió a cambiar de fase.

El ascensor, con la caja de herramientas de Molly sujeta al tablero de control, permanecía donde ella lo había dejado. El vigilante yacía aún aovillado en el suelo. Case advirtió el dermo que tenía en el cuello por primera vez. Algo de Molly, para mantenerlo sometido. Ella pasó por encima del vigilante y quitó la caja de herramientas antes de oprimir el botón de VESTÍBULO.

Cuando la puerta del ascensor se abrió, con un sonido sibilante, una mujer que estaba entre la multitud se abalanzó de espaldas hacia el ascensor y golpeó de cabeza contra la pared de atrás. Molly la ignoró, inclinándose para quitar el dermo del cuello del vigilante. Luego, de un puntapié arrojó los pantalones blancos y el impermeable rosado fuera del ascensor; tiró también las gafas oscuras y se arregló la capucha sobre la frente. La estructura, metida en el bolsillo canguro, le punzaba el esternón. Salió del ascensor.

Case había presenciado el pánico anteriormente, pero nunca en un recinto cerrado.

Los empleados de la Senso /Red, después de salir en tropel de los ascensores, habían arremetido contra la salida, sólo para encontrarse con las barricadas de espuma de los Tácticos y los rifles de arena de los Rápidos del EMBA. Los dos grupos, convencidos de que mantenían a raya una horda de asesinos potenciales, se ayudaban mutuamente con una eficiencia poco característica. Más allá de los restos de las puertas principales, había cuerpos apilados en medio de las barricadas. Los latidos huecos de las pistolas antimotín servían de fondo al ruido que hacía la muchedumbre mientras iba y venía atropelladamente sobre el pavimento de mármol del vestíbulo. Case nunca había escuchado un ruido semejante.

Tampoco Molly, aparentemente. -Jesús -dijo. Y vaciló. Era como un lamento in crescendo hacia un ululante aullido de terror crudo y absoluto. El suelo del vestíbulo estaba cubierto de cadáveres, de ropas de sangre, y de largas y pisoteadas tiras de papel amarillo.

– Vamos, hermana. Nos toca salir. -Los ojos de los Modemos miraban fijamente desde la enloquecida agitación del policarbono; sus trajes no se adecuaban a la vorágine de formas y colores que se movía detrás de ellos.- ¿Estás herida? Vamos, Tommy te ayudará. -Tommy le dio algo al que hablaba: una cámara de vídeo envuelta en policarbono.

– Chicago -dijo ella-. Estoy en camino. -Y entonces comenzó a caer, no sobre el suelo de mármol, pringado de sangre y vómito, sino a un pozo tibio como la sangre, al silencio y la oscuridad.

El líder de los Panteras Modernos, quien se presentó como Lupus Yonderboy, llevaba un traje de policarbono con un dispositivo de grabación que le permitía reproducir sonidos de fondo a voluntad. Posado sobre la mesa de trabajo de Case, como una especie de gárgola de arte de vanguardia, miraba a Case y a Armitage con ojos entornados. Sonreía. Tenía el pelo rosado. Una selva multicolor de microsofts se erizaba detrás de su oreja izquierda, que era puntiaguda y estaba coronada por más pelos rosados. Le habían modificado las pupilas para que captaran la luz como las de un gato. Case le miró el traje, sobre el que se movían colores y texturas.

– No supisteis controlar la situación -dijo Armitage. Estaba de pie como una estatua, en medio de la buhardilla, envuelto en los oscuros y brillantes pliegues de una gabardina 'de aspecto costoso.

– El caos, señor Alguien -dijo Lupus Yonderboy-, es nuestro estilo y nuestro modo. Nuestro plato fuerte. Ella lo sabe. Es ella con quien tratamos. No con usted, señor Quién. -En su traje se había formado ahora un extraño diseño angular de tonos crema y pálido verde aguacate. Necesitaba un equipo médico. Ella está ahí. Nos ocuparemos. Todo está bien. -Volvió a sonreír.

– Páguele -dijo Case.

Armitage lo miró con enfado. -No tenemos dinero.

– Ella sí tiene -dijo Yonderboy.

– Páguele.

Armitage cruzó la habitación en silencio hasta la mesa y sacó tres gruesos fajos de nuevos yens de los bolsillos de su gabardina. -¿Quiere contarlo? -preguntó a Yonderboy.

– No -dijo el Pantera Moderno-. Usted pagará. Usted es un señor Alguien. Usted paga por seguir siéndolo. No un señor Quién.

– Espero que no se trate de una amenaza -le dijo Armitage.

– Se trata de un negocio -dijo Yonderboy, metiendo el dinero en el bolsillo delantero del traje.

Sonó el teléfono. Case contestó.

– Molly -le dijo a Armitage, pasándole el auricular.

Las formas geodésicas del Ensanche se aclaraban al gris del alba cuando Case salió del edificio. Sentía las extremidades frías e inconexas. No podía dormir. Estaba hastiado de la buhardilla. Lupus se había marchado, luego Armitage, y a Molly la estaban operando en algún sitio. El suelo vibró bajo sus pies cuando un tren pasó sibilante. A lo lejos se oía un ulular de sirenas.