Выбрать главу

– Sí. Lo construyó de la nada. Sí… -Molly se volvió y siguieron caminando.- Cuadra. Sabes, el hombre no tiene vida privada. No que yo sepa. Ves un tipo así y crees que hará algo cuando está solo. Pero no Armitage. Se sienta a mirar la pared. Luego algo se activa y se pone a funcionar a toda máquina al servicio de Wintermute.

– Entonces ¿por qué tiene ese depósito en Londres? ¿Nostalgia?

– Quizá no sabe que lo tiene -dijo ella-. Quizá sólo está a su nombre, ¿no?

– No entiendo -dijo Case.

– Pensaba en voz alta… ¿Cómo de listo es un IA, Case?

– Depende. Algimos no son más listos que un perro. Mascotas. De todos modos, cuestan una fortuna. Los más listos son tan listos como los de Turing quieran que sean.

– Oye, tú eres un vaquero. ¿Cómo es que no estás totalmente fascinado por esas cosas?

– Bueno -dijo él-, para empezar, son escasos. La mayoría pertenece a los militares, los más listos, y no podemos romper el hielo. Es de ahí que viene todo el hielo, ¿sabes? Y luego están los polis de Turing, gente difícil. -La miró.- No sé… es que no son parte del juego.

– Los jinetes, todos iguales -dijo ella-.No tienen imaginación.

Llegaron a un ancho estanque rectangular donde unas carpas picaban los tallos de unas flores blancas. Molly pateó un pedrusco hacia el agua y observó cómo las ondas se extendían.

– Eso es Wintermute -comentó-. Un negocio realmente grande, parece. Estamos en el punto donde las ondas son demasiado anchas; no podemos ver la piedra que golpeó el centro. Sabemos que allá hay algo, pero no sabemos por qué. Quiero saber por qué. Quiero que vayas y hables con Wintermute.

– No podría acercarme -dijo Case-. Estás soñando.

– Inténtalo.

– No se puede.

– Pregúntale al Flatline.

– ¿Qué es lo que queremos sacarle a ese Riviera? -preguntó él, con la esperanza de cambiar de tema.

Molly escupió en el estanque. -Dios sabrá. Preferiría matarlo a mirarlo. He visto su perfil. Es una especie de Judas compulsivo. No puede gozar sexualmente a menos que sepa que está traicionando el objeto deseado. Eso es lo que dice el informe. Y primero tienen que amarlo. Tal vez él también los ame. Por eso a Terzi le fue fácil tenderle una emboscada, porque hace tres años que está aquí comprando políticos para la policía secreta. Probablemente Terzi le dejaba mirar cuando salían convertidos en ganado. En tres años se ha encargado de dieciocho. Todas ellas mujeres de entre veinte y veinticinco. Eso mantuvo a Terzi provisto de disidentes. -Metió las manos en los bolsillos de la chaqueta. – Porque si encontraba a una que de veras quisiera, se aseguraba de que se convirtiese en una militante política. Tiene la personalidad como el traje de un Moderno. El perfil dijo que era un tipo muy escaso, uno entre dos millones. Lo que de cualquier forma habla bien de la naturaleza humana, supongo. -Miró fijamente las flores blancas y los lerdos peces con expresión amargada. – Creo que tendré que comprarme algún tipo de seguro especial sobre ese Peter. -Luego se volvió y sonrió, y hacía mucho frío.

– ¿Qué significa eso?

– No importa. Volvamos a Beyoglu y encontremos algo que se parezca a un desayuno. Esta noche también la tengo muy ocupada. Tengo que recoger sus cosas del apartamento en Fener, tengo que volver al bazar y comprarle unas drogas…

– ¿Comprarle drogas? ¿Qué nivel tiene?

Molly rió. -No está muriéndose de ganas, cariño. Pero parece que no puede trabajar sin ese sabor especial. De todos modos, me gustas más ahora, no estás tan flaco. -Sonrió. – Así que iré a ver a Alí y traeré provisiones. Puedes estar seguro.

Armitage estaba esperando en la habitación del Hilton.

– Hora de hacer las maletas -dijo, y Case intentó descubrir al hombre llamado Corto tras los ojos azul claro y la máscara bronceada. Pensó en Wage, allá en Chiba. Sabía que por encima de cierto nivel, los operadores tendían a anular la personalidad. Pero Wage había tenido vicios, amantes. Incluso, se había dicho, hijos. El vacío que encontraba en Armitage era algo diferente.

– ¿Ahora adónde? -preguntó, pasando junto al hombre para asomarse a la ventana, y mirar la calle-. ¿Qué tipo de clima?

– No tienen clima, sólo fenómenos climáticos -dijo Armitage-. Toma. Lee el folleto. -Dejó algo sobre la mesa baja y se puso de pie.

– ¿Riviera pudo salir sin problemas? ¿Dónde está el finlandés?

– Riviera está bien. El finlandés, en viaje de vuelta. -Armitage sonrió, una sonrisa que significaba tanto como una sacudida en la antena de algún insecto. El brazalete de oro tintineó cuando estiró el brazo para golpear débilmente et pecho de Case. – Y no te pases de listo. Esos saquitos están empezando a gastarse, pero tú no sabes cuánto.

Case mostró una cara de piedra y se obligó a asentir.

Cuando Armitage se fue, recogió uno de los folletos. Era de impresión costosa en francés, inglés y turco.

FREESIDE… ¿POR QUÉ ESPERAR?

Los cuatro tenían reservas en un vuelo de la THY que salía del aeropuerto de Yesilkóy. En París tomarían el transbordador de la JAL. Sentado en el vestíbulo del Estambul Hilton, Case miró a Riviera, que examinaba unas imitaciones de fragmentos bizantinos en las vitrinas de la tienda de regalos. Armitage, con la gabardina terciada sobre los hombros a modo de capa, estaba de pie a la entrada de la tienda.

Riviera era delgado, rubio, de voz suave, pronunciación impecable y dicción fluida. Molly había dicho que tenía treinta años, pero era difícil adivinarle la edad. También había dicho que era legalmente apátrida y que viajaba con un pasaporte holandés falsificado. Era en verdad un producto de los anillos de desechos que circundan el núcleo radiactivo de la antigua Bonn.

Tres sonrientes turistas japoneses entraron con alborozo en la tienda, saludando a Armitage con corteses cabezadas. Armitage cruzó la tienda, demasiado rápido, demasiado obviamente para acercarse a Riviera. Riviera se volvió y sonrió. Era muy hermoso; Case pensó que las facciones eran obra de un cirujano de Chiba. Un trabajo sutil, en nada parecido a la insípida mezcla de agradables rostros pop de Armitage. La frente del hombre era alta y lisa, los ojos grises, serenos y distantes. La nariz, que podía haber resultado demasiado perfecta, parecía que se había fracturado y que luego la habían arreglado torpemente. Un atisbo de brutalidad destacaba la delicadeza de la mandíbula y la vitalidad de la sonrisa. Los dientes eran pequeños, regulares y muy blancos. Case observó cómo las manos blancas jugaban con las imitaciones de fragmentos escultóricos.

Riviera no actuaba como un hombre que había sido atacado la noche anterior, drogado con un dardo de toxina, secuestrado, sometido al examen del finlandés, y forzado por Armitage a unirse al equipo.

Case miró su reloj. Molly ya tendría que haber regresado de su expedición en busca de drogas. Volvió a mirar a Riviera. -Apuesto a que ahora estás volado, imbécil -dijo al vestíbulo del Hilton. Una madura matrona italiana que llevaba una chaqueta de frac de cuero blanco bajó las gafas Porsche para rnirarlo. Case le echó una amplia sonrisa, se puso de pie y se colgó la maleta al hombro. Necesitaba cigarrillos para el vuelo. Se preguntó si habría una sección de fumadores en el transbordador de la JAL.

– Hasta más vernos, señora -dijo a la mujer, que en seguida volvió a ponerse las gafas y le dio la espalda.

En la tienda de regalos había cigarrillos, pero él no tenía ganas de hablar con Armitage ni con Riviera. Salió del vestíbulo y encontró una consola automática en una cabina estrecha al final de una fila de teléfonos.

Revolvió las lirasis que llevaba en los bolsillos e introdujo las pequeñas monedas de aleación opaca una tras otra, vagamente divertido por lo anacrónico del procedimiento. El teléfono más cercano se puso a sonar.