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– ¿Hay detalles? -preguntó Riviera-. Necesito un guardarropa, ¿entiendes?

– Apréndete las calles -dijo Armitage, regresando al centro del modelo-. Aquí tienes la calle Desiderata. Ésta es la Rue Jules Verne.

Riviera revolvió los ojos.

Mientras Armitage recitaba los nombres de las avenidas de Freeside, una docena de brillantes pústulas apareció en la nariz, las mejillas y el mentón de Riviera. Hasta Molly se echó a reír.

Armitage hizo una pausa, y los miró a todos con una mirada fría y vacua.

– Lo siento -dijo Riviera, y las pústulas titilaron y desaparecieron.

Case despertó, ya avanzado el período de descanso, y advirtió la presencia de Molly, que estaba acurrucada junto a él sobre la espuma. Podía sentir la tensión de ella. Permaneció acostado, confundido. Cuando Molly se movió, la mera velocidad con que lo hizo lo dejó atónito. Se había levantado saliendo de la sábana de plástico amarillo antes de que él se diera cuenta de que la había abierto.

– No te muevas, amigo.

Case se volvió y metió la cabeza en la abertura del plástico.

– ¿Qué…?

– Ciérrala.

– Tú eres el hombre -dijo una voz sionita-. Ojo de Gato y Navaja Andante, dijeron que se llamaban. Yo Maelcum, cariño. Los hermanos quieren conversar contigo y con el vaquero.

– ¿Qué hermanos?

– Los fundadores. Los Ancianos de Sión, sabes…

– Si abrimos esa escotilla, la luz despertará al jefe -susurró Case.

– Pondremos todo muy a oscuras, ahora -dijo el hombre-. Venid. Yo y yo iremos a ver a los Fundadores.

– ¿Sabes lo rápido que puedo cortarte, amigo?

– No te quedes ahí hablando, hermana. Vamos.

Los dos Fundadores de Sión que aún sobrevivían eran ancianos; ancianos por el acelerado envejecimiento de quienes pasan demasiados años fuera del abrazo de la gravedad. Las piernas morenas, debilitadas por el calcio perdido, parecían frágiles bajo la áspera luz solar reflejada. Flotaban en el centro de una selva multicolor, un mural comunitario de colores chillones que cubría por completo el casco de la sala esférica. El aire era espeso por el humo resinoso.

– Navaja Andante -dijo uno, cuando Molly entró flotando en la sala-. Como hacia un poste de castigo.

– Es una historia que tenemos, hermana -dijo el otro-, una historia religiosa. Nos alegra que hayas venido con Maelcum.

– ¿Por qué no hablan en dialecto? -preguntó Molly.

– Yo soy de Los Ángeles -dijo el anciano. Sus rizos eran como un árbol espeso con ramas de lana de acero-. Hace mucho tiempo, fuera del pozo de gravedad y de Babilonia. Para conducir a las Tribus a casa. Ahora mi hermano te compara con Navaja Andante.

Molly extendió la mano derecha y las hojillas destellaron en el aire humoso.

El otro Fundador se rió echando la cabeza hacia atrás. -Pronto llegarán los Últimos Días… Voces. Voces que gritan en el desierto, que profetizan la ruina de Babilonia…

– Voces. -El Fundador de Los Ángeles miraba fijamente a Case.- Controlamos muchas frecuencias. Siempre escuchamos. Vino una voz, de entre el Babel de lenguas, hablándonos. Nos impresionó mucho.

– Llámalo Winter Mute, invierno mudo -dijo el otro, dividiendo la palabra.

Case sintió que se le erizaba la piel de los brazos.

– El Mute nos habló -dijo el primer Fundador-. El Mute dijo que tenemos que ayudarte.

– ¿Cuándo fue eso? -preguntó Case.

– Treinta horas antes de vuestra llegada a Sión.

– ¿Habían oído esa voz antes?

– No -dijo el hombre de Los Ángeles-, y no estamos seguros de lo que significa. Si éstos son los últimos Días, habrá falsos profetas…

– Escuche -dijo Case-, es una IA, ¿sabe? Inteligencia artificial. La música que ustedes oyeron probablemente se metió en los bancos de aquí y cocinó lo que pensaba que les gustaría…

– Babilonia -intervino el otro Fundador- es la madre de muchos demonios, yo y yo lo sabemos. ¡Hordas multitudinarias!

– ¿Cómo fue que me llamaste, viejo? -preguntó Molly.

– Navaja Andante. Y tú traes una peste a Babilonia, hermana, a su más oscuro corazón…

– ¿Qué tipo de mensaje transmitió la voz? -preguntó Case.

– Nos pidió que os ayudáramos -dijo el otro-, que tal vez sirváis como instrumento de los últimos Días. -El rostro cubierto de arrugas parecía perturbado. – Se nos pidió que enviásemos a Maelcum con vosotros, a bordo del remolque Garvey, al puerto babilónico de Freeside. Y eso haremos.

– Maelcum es un muchacho rudo -dijo el otro-, y un excelente piloto de remolque.

– Pero hemos decidido que Aerol vaya también, en el Babylon Rocker, para vigilar el Garvey.

Un incómodo silencio llenó la cúpula.

– ¿Y eso es todo? -preguntó Case-. ¿Ustedes trabajan para Armitage o qué?

– Nosotros les alquilamos espacio -dijo el Fundador de Los Ángeles-. Tenemos cierta relación con diversos tráficos, aquí, y ningún respeto por la ley de Babilonia. Nuestra ley es la palabra de Jah. Pero es posible que esta vez hayamos cometido un error.

– Mide dos veces, corta una -dijo el otro, con voz suave.

– Vamos, Case -dijo Molly-. Regresemos antes de que el hombre piense que no estamos.

– Maelcum os llevará. El amor de Jah, hermana.

9

EL REMOLQUE MARCUS GARVEY, una cáscara de acero de nueve metros de longitud y dos de diámetro, crujía y se estremecía mientras Maelcum tecleaba el rumbo de navegación. Estirado en su red elástica de gravedad, Case contemplaba la musculosa espalda del sionita a través de una bruma de escopolamina. Había tomado la droga para evitar la náusea del mareo, pero los estimulantes que el fabricante incluía para contrarrestar el fármaco no actuaban sobre su alterado sistema.

– ¿Cuánto tardaremos en llegar a Freeside? -preguntó Molly desde su red, junto al módulo de pilotaje de Maelcum.

– Ya falta poco, creo.

– ¿Nunca pensáis en horas?

– Hermana, el tiempo es tiempo, ¿sabes? Da miedo -y sacudió sus rizos- en los controles, y yo y yo llegaremos a Freeside cuando yo y yo lleguemos…

– Case -dijo ella-, ¿habrás hecho algo para entrar en contacto con nuestro amigo de Berna? Lo digo por todo el tiempo que pasaste en Sión, enchufado y moviendo los labios.

– Con el amigo -dijo Case-, ya. No. No lo hice. Pero tengo un cuento parecido, que pasó en Estambul. -Le contó lo de los teléfonos en el Hilton.

– Jesús -dijo ella-. Se nos fue una oportunidad. ¿Por qué colgaste?

– Podría haber sido cualquiera -mintió él-. Sólo un chip… No sé… -Se encogió de hombros.

– No sólo porque tuvieras miedo, ¿eh?

Case volvió a encogerse de hombros.

– Hazlo ahora.

– ¿Qué?

– Ahora. De todos modos, coméntalo con el Flatline.

– Estoy dopado -protestó, pero extendió la mano hacia los trodos. La consola y el Hosaka habían sido instalados detrás del módulo de Maelcum, junto a un monitor Cray de muy alta resolución.

Ajustó los trodos. El Marcus Garvey había sido armado alrededor de un antiguo y enorme limpiador de aire ruso, un aparato rectangular pintado con símbolos rastafaris, Leones de Sión y Cruceros de la Estrella Negra, los rojos y los verdes cubriendo elocuentes autoadhesivos en cirílico. Alguien había pintado el equipo de pilotaje de Maelcum con un aerosol rosado, caliente y tropical, y había raspado el exceso de pintura de las pantallas y los monitores con una navaja. Las juntas que sellaban la esclusa de aire estaban adornadas con burbujas semirrígidas y con cintas de arcilla traslucida, como hebras de algas artificiales. Case miró por encima del hombro de Maelcum hacia la pantalla central y vio la imagen del acoplamiento: la trayectoria del remolque era una línea de puntos rojos, y Freeside un círculo verde y segmentado. Observó cómo la línea se extendía y generaba un nuevo punto.