– Usted está hablando desde un sitio fuertemente vigilado por monitores -aconsejó el ordenador.
– A la mierda con eso -dijo-. Olvídate del hielo. Sin hielo. Dale entrada a la estructura. ¿Dixie?
– Eh, Case. -El Flatline habló a través del microcircuito vocal del Hosaka, sin nada de aquel acento cuidadosamente diseñado.
– Dix, estás a punto de meterte aquí dentro y conseguirme algo. Puedes ser tan directo como quieras. Molly está aquí, en algún lado, y quiero saber dónde. Yo estoy en la 335W, en el Intercontinental. Ella también estaba registrada aquí, pero no sé con qué nombre. Métete en este teléfono y revisa los registros.
– Escucho y obedezco -dijo el Flatline. Case oyó el sonido blanco de la entrada. Sonrió-. Listo. Rose Kolodny. Ya se ha ido. Me tomará algunos minutos meterme en esa red de seguridad lo bastante adentro como para encontrar una pista.
– Adelante.
Los esfuerzos de la estructura hicieron que el teléfono gimiese y carraspease. Case regresó a la habitación y puso el auricular boca arriba sobre la goma espuma. Fue hasta el baño y se cepilló los dientes. La pantalla del equipo audiovisual Braun se encendió en el momento en que salía una estrella pop japonesa, recostada sobre almohadones metálicos. Un entrevistador invisible preguntó algo en alemán. Case miró fijamente. La imagen saltó con melladuras de interferencia azul. -Case, muchacho, ¿te has vuelto loco o qué? -La voz era lenta y le resultaba familiar.
La pared de cristal mostró otra vez la imagen de Desiderata, pero la escena se hizo borrosa y retorcida, y se transformó en el interior del jarre de Thé en Chiba, vacío, rasguños de neón rojo repetidos hasta el infinito en las paredes de espejos.
Lonny Zone se adelantó; alto y con aspecto de cadáver, se movía con la lenta gracia submarina de la adicción. Estaba de pie, solo entre las mesas cuadradas, las manos en los bolsillos de los pantalones de piel de tiburón. -De veras, viejo, pareces estar muy despistado.
La voz provenía de los altavoces del equipo Braun.
– Wintermute -dijo Case.
El macarra se encogió de hombros con languidez y sonrió.
– ¿Dónde está Molly?
– No te preocupes por eso. Esta noche has enloquecido, Case. El Flatline está haciendo sonar alarmas en todo Freeside. No creí que lo hicieras, muchacho. Está fuera del perfil.
– Entonces dime dónde está Molly y le diré que pare.
Zone dijo que no con la cabeza.
– No eres demasiado capaz de seguirle la pista a las mujeres, ¿verdad, Case? Las pierdes a todas, de una forma u otra.
– Haré que te tragues todo eso -dijo Case.
– No. No eres de esa clase. Te conozco bien. ¿Sabes una cosa, Case? Estoy seguro de que crees que fui yo quien le dijo a Deane que eliminara a aquella hembrita tuya, en Chiba.
– No… -dijo Case, dando un paso involuntario hacia la ventana.
– Pero no fui yo. ¿Y qué más da? ¿Cuánto le importa, de veras, al señor Case? Deja de engañarle. Yo conozco a tu Linda, muchacho. Conozco a todas las Lindas. Las Lindas son un producto genérico, en el ramo al que me dedico. ¿Quieres saber por qué ella decidió quitarte del medio? Por amor. Para que te importara. ¿Amor? ¿Quieres hablar de amor? Ella te amaba. De eso estoy seguro. Aun. que valiera muy poco, te amaba. Y no pudiste manejarlo. Está muerta.
El puño de Case rebotó contra el cristal.
– No te estropees las manos, muchacho. Muy pronto estarás golpeando el teclado.
Zone desapareció, dando paso a la noche de Freeside y a las luces de los apartamentos. El Braun se desconectó.
Desde la cama, el teléfono balaba una y otra vez.
– ¿Case? -El Flatline estaba esperando.- ¿Dónde andabas? Lo conseguí, pero no es mucho. -La estructura recitó una dirección.- Encontré un hielo alrededor, demasiado extraño para un club nocturno. Es todo lo que pude obtener sin dejar mi tarjeta.
– Bueno -dijo Case-. Dile al Hosaka que le diga a Maelcum que desconecte el módem. Gracias, Dix.
– A tus órdenes.
Case permaneció sentado en la cama durante un largo rato, saboreando la nueva sensación.
La ira.
– Vaya. Lupus. Oye, Cath, es el amigo Lupus. -Bruce estaba de pie en la puerta, desnudo, empapado, las pupilas enormes.- Pero nos estábamos duchando. ¿Quieres esperar? ¿Quieres darte una ducha?
– No. Gracias. Necesito ayuda. -Apartó el brazo del chico y entró en la habitación.
– Eh, viejo… De veras…
– Me vais a ayudar. De veras os alegra verme. Porque somos amigos, ¿verdad? ¿No es así?
Bruce parpadeó. -Claro.
Case recitó la dirección que le había dado el Flatline.
– Yo sabía que era un gangster -gritó animadamente Cath, desde la ducha.
– Tengo un triciclo Honda -dijo Bruce, con una sonrisa vacua.
– Ahora nos vamos -dijo Case.
– En ese nivel están los cubículos -dijo Bruce, después de pedirle a Case que repitiese la dirección por octava vez. Volvió a subirse al Honda. Un líquido condensado goteó en la célula de hidrógeno del tubo de escape 'mientras el rojo chasis de fibra de vidrio se balanceaba sobre unos parachoques de cromo.
– ¿Vas a tardar mucho?
– No lo sé. Pero esperadme.
– Esperaremos, claro. -Bruce se rascó el pecho desnudo.- La última parte de la dirección… Creo que es un cubículo. El número cuarenta y tres.
– ¿Te están esperando, Lupus? -Cath se inclinó hacia adelante, por encima del hombro de Bruce, y miró hacia arriba. Durante el viaje se le había secado el pelo. -Pues no -dijo Case-. ¿Puede haber problemas?
– Sólo baja hasta el último nivel y busca el cubículo de tu amiga. Si te dejan entrar, no habrá problemas. Pero si no quieren verte… -Se encogió de hombros.
Case se volvió y descendió por una escalera en espiral de hierro forjado. Después de seis vueltas Regó a un club nocturno. Se detuvo y encendió un Yeheyuan. Miró las mesas. De pronto, se dio cuenta de cuál era el verdadero sentido de Freeside. Comercio. Podía olerlo en el aire. Era esto, la acción local. No la lujosa fachada de la Rue Jules Veme, sino la cosa verdadera. El comercio. La danza. El público era heterogéneo: tal vez la mitad eran turistas, y la otra mitad residentes.
– Abajo -le dijo a un camarero que pasaba-. Quiero ir abajo. -Mostró el chip de Freeside. El hombre señaló la parte trasera del club.
Caminó rápidamente, junto a las mesas abarrotadas, oyendo al pasar fragmentos de media docena de idiomas europeos.
– Quiero un cubículo -dijo a la chica que estaba sentada detrás de un mostrador con una terminal de computadora en el regazo-. En el nivel inferior. -Le dio el chip.
– ¿Preferencia de sexo? -La chica pasó el chip por una lámina de cristal en la pantalla del ordenador.
– Femenino -dijo Case automáticamente.
– Número treinta y cinco. Telefonee si no es de su gusto. Si lo prefiere, antes puede revisar nuestro catálogo de servicios especiales. -La chica sonrió. Le devolvió el chip.
Detrás de ella se abrieron las puertas de un ascensor.
Las luces del pasillo eran azules. Case salió del ascensor y escogió una dirección al azar. Puertas numeradas. Silencio, como en los corredores de una clínica para ricos.
Encontró el cubículo. Había estado buscando el de Molly; ahora, confundido, alzó el chip y lo apoyó contra un sensor negro, directamente debajo de la chapa que indicaba el número.
Cerrojos magnéticos. El sonido le recordó al Hotel Barato.
La muchacha se irguió en la cama y dijo algo en alemán. Tenía los ojos dulces y no parpadeaba. Piloto automático. Bloqueo neural. Case salió del cubículo y cerró la puerta.
La puerta del número cuarenta y tres era como todas las otras. Se detuvo. El silencio del vestíbulo indicaba que la aislación acústica de los cubículos era perfecta. No tenía sentido utilizar el chip. Golpeó con los nudillos contra el metal esmaltado. Nada. Como si la puerta absorbiese el sonido.