Выбрать главу

Colocó el chip contra la lámina negra.

Los cerrojos hicieron un ruido metálico.

Fue como si ella le pegase, de algún modo, antes de que él hubiera abierto la puerta. Cayó de rodillas, la puerta de acero contra la espalda; las cuchillas de los rígidos pulgares de ella se le acercaron vibrando a los ojos.

– Cristo Jesús -dijo Molly, golpeándole el costado de la cabeza mientras ella se ponía de pie-. Eres un idiota… ¿Cómo se te ha ocurrido? ¿Cómo llegaste a abrir esas puertas, Case? ¿Case? ¿Estás bien? -Se inclinó sobre él.

– El chip -dijo Case, tratando de respirar. El dolor le empezaba en el pecho. Ella lo ayudó a levantarse y lo empujó hacia el interior del cubículo.

– ¿Sobornaste a la encargada, arriba?

Case meneó la cabeza y cayó sobre la cama.

– Respira hondo. Cuenta. Uno, dos, tres, cuatro. Reténlo. Y ahora exhala. Cuenta.

Case se tocó el estómago.

– Me pateaste -logró decir.

– Tendría que haberte golpeado más bajo. Quiero estar sola. meditando, ¿entiendes? -Se sentó junto a él.- Y me están dando información. -Señaló una pequeña pantalla empotrada en la pared, frente a la cama.- Wintermute me está contando acerca de Straylight.

– ¿Dónde está la muñeca de carne?

– No hay ninguna. Este es el servicio especial más caro de todos. -Molly se puso de pie. Llevaba puestos los tejanos de cuero y una camisa suelta oscura.- Wintermute dice que mañana actuaremos.

– ¿De qué se trataba todo aquello, lo del restaurante? ¿Por qué desapareciste?

– Case, si me hubiese quedado, podría haber matado a Riviera.

– ¿Por qué?

– Por lo que hizo. El show. -No lo entiendo.

– Esto costó mucho dinero -dijo ella, extendiendo la mano derecha como si sostuviese una fruta invisible. Las cinco cuchillas se deslizaron hacia afuera y luego se retrajeron suavemente-. Dinero para ir hasta Chiba, dinero para Regar a la operación, dinero para que te arreglen el sistema nervioso y tengas los reflejos necesarios para controlar el equipo… ¿Quieres saber cómo obtuve ese dinero, cuando estaba comenzando? Aquí. No aquí, pero en un lugar parecido, en el Ensanche. Al principio era una broma, porque una vez que te implantan el circuito recortado, parece dinero gratis. A veces te despiertas dolorida, pero nada más. Alquilar la mercancía, de eso se trata. Tú no estás presente, sea lo que sea lo que está pasando. La casa tiene el software para cualquier cosa que un cliente quiera pagar… -Hizo sonar los nudillos.- Muy bien, estaba ganando mi dinero. El problema era que el circuito recortado y los circuitos que me pusieron en la clínica de Chiba no eran compatibles. Entonces el trabajo empezó a doler, sangraba, y podía recordarlo… Pero no eran más que malos sueños, y no todos eran malos. -Sonrió.- Después empezó a ponerse raro. -Sacó los cigarrillos del bolsillo de Case y encendió uno. – Los de la casa se enteraron de lo que yo hacía con el dinero. Ya tenía las cuchillas colocadas, pero el acabado neuromotor significaría otros tres viajes. Todavía no me era posible dejar el trabajo de muñeca. -Inhaló y soltó una corriente de humo, seguida por tres anillos perfectos. – Entonces, el hijo de puta que manejaba el negocio consiguió que le hicieran un tipo de software especial. Berlín; ahí es donde se juega duro, ¿sabes? Un gran mercado para los vicios podridos, Berlín. Nunca supe quién fue el que escribió mi programa, pero estaba basado en todos los clásicos.

– ¿Y sabían que tú te enterabas de todo? ¿Que mientras trabajabas, seguías consciente?

– No estaba consciente. Es como el ciberespacio, pero vacío. Plateado. Huele a lluvia… Puedes verte cuando tienes un orgasmo, es como una pequeña noval allá en el extremo del cielo. Pero yo estaba comenzando a recordar. Como los sueños, ¿entiendes? Y no me lo dijeron. Cambiaron el software y empezaron a alquilarme para los mercados especializados.

Parecía que hablase desde muy lejos. -Y yo lo sabía, pero no dije nada. Necesitaba el dinero. Los sueños se hicieron cada vez peores, y yo me decía que por lo menos algunos no eran más que sueños; pero por ese entonces estaba segura de que el jefe tenía una clientela especial para mí. Nada es demasiado para Molly, dice el jefe, y me da un aumento. -Sacudió la cabeza.- El hijo de puta estaba cobrando ocho veces lo que me pagaba, y creía que yo no lo sabía.

– ¿Y qué era lo que le permitía cobrar tanto?

– Pesadillas. Verdaderas. Una noche… una noche, yo acababa de volver de Chiba. -Dejó caer el cigarrillo, lo aplastó con el tacón del zapato, y se sentó, recostándose contra la pared.- Esa vez los cirujanos fueron muy adentro. Fue trabajoso. Deben de haber alterado el circuito recortado. Yo me desperté… Estaba con un cliente… -Hundió los dedos en el colchón de espuma.- Era un senador. Reconocí enseguida la cara gorda. Los dos estábamos cubiertos de sangre. Había alguien más. Ella estaba toda… -Tiró del colchón.- Muerta. Y el gordo hijo de puta decía «¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Todavía no hemos terminado».

Molly se echó a temblar.

– Entonces supongo que le di al senador lo que realmente quería, ¿sabes? -El temblor cesó. Soltó la goma es. puma y se pasó los dedos por el cabello oscuro. – Los del negocio pusieron precio a mi cabeza. Tuve que esconderme durante un tiempo.

Case la miró fijamente.

– Por eso Riviera tocó un punto neurálgico anoche -dijo-. Supongo que quieren que yo lo odie todo lo posible, para que esté psicológicamente dispuesta a entrar detrás de él.

– ¿Detrás de él?

– Él ya está allá. En Straylight. Por invitación de Lady 3Jane, toda esa mierda de la dedicatoria. Ella estaba en un palco privado, una especie de…

Case recordó el rostro que había visto. -¿Vas a matarlo?

Ella sonrió. Fría. -Sí, él va a morir. Pronto.

– Yo también tuve una visita -dijo él, y le contó acerca de la ventana, tropezando en las cosas que la figura de Zone había dicho de Linda. Ella asintió con la cabeza.

– Quizás quieren que tú también odies algo. -Tal vez ya lo odio.

– Tal vez te odias a ti mismo, Case.

– ¿Cómo estuvo? -preguntó Bruce, cuando Case subió al Honda.

– Pruébalo alguna vez -dijo Case, frotándose los ojos. -Me es difícil verte como a uno de esos aficionados a las muñecas -dijo Cath, triste, poniéndose con el pulgar un dermo nuevo en el antebrazo.

– ¿Podemos volver a casa ahora? -preguntó Bruce. -Seguro. Déjame en Jules Veme, cerca de los bares.

12

LA RUE JULES VERNE era una avenida circular, que rodeaba el medio del huso, mientras que Desiderata lo recorría en sentido longitudinal y terminaba, en ambos extremos, en los soportes de las bombas de luz Lado-Acheson. Si uno giraba a la derecha, desde Desiderata, y seguía un rato por Jules Veme, podía llegar, por la izquierda, hasta Desiderata.

Case miró cómo se alejaba el triciclo de Bruce; luego se volvió y caminó junto a un puesto de revistas enorme y brillantemente iluminado. Las cubiertas de docenas de revistas japonesas presentaban los rostros de las últimas estrellas del simestim del mes.

Directamente encima de él, bordeando el eje nocturno, el cielo holográfico fulgía con extravagantes constelaciones que parecían naipes, las caras de un dado, un sombrero de copa, un vaso de martini. La intersección de Desiderata y Jules Veme era una especie de quebrada; los balcones en terraza de los habitantes de los precipicios de Freeside se superponían hasta Regar a las verdes mesetas de otro complejo de casinos. Case observó un microligero sin piloto que viraba con gracia, siguiendo una corriente de aire que lo llevaba hacia arriba, al borde de una meseta artificial cubierta de hierba; durante unos segundos el planeador fue iluminado por el resplandor del invisible casino. Era una especie de biplano, de un polímero que parecía telaraña, con dibujos grabados en las alas como una mariposa gigante. En seguida desapareció, tras el borde de la meseta. Case había podido ver un guiño de neón reflejado en cristaclass="underline" o bien en lentes, o bien en las torres blindadas de los láseres. Los microligeros automáticos eran parte del sistema de seguridad del huso, controlados por algún tipo de computadora central.