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¿En Straylight? Siguió caminando, pasando bares que tenían nombres como el Hi-Lo, el Paradise, le Monde, Cricketeer, Shozoku Smith's, Emergency. Escogió el Emergency porque le pareció el más pequeño y más abarrotado, pero pocos segundos después se dio cuenta de que era un sitio para turistas. Aquí no se hablaba de dinero; en el aire había una tensión sexual congelada. Pensó brevemente en el club sin nombre que estaba encima del cubículo alquilado de Molly, pero la imagen de los ojos esperados de ella, fijos en la pequeña pantalla, lo disuadieron. ¿Qué le estaría revelando Wintermute ahora? ¿Las plantas de la Villa Straylight? ¿La historia de los Tessier-Ashpool?

Compró una jarra de Carlsberg y encontró un sitio libre contra la pared. Cerrando los ojos, buscó el nudo de rabia, el carbón, puro y pequeño, de su ira. Todavía estaba allí. ¿De dónde había venido? Sólo recordaba haber sentido una especie de desconcierto cuando lo mutilaran en Memphis, absolutamente nada cuando había matado para defender sus intereses en Night City, y un flojo malestar después de la muerte de Linda bajo la cúpula inflada. Pero nada de rabia. Pequeña y lejana, en la pantalla de la mente, una imagen que se parecía a Deane se estrellaba contra algo que parecía la pared de una oficina, en una explosión de sangre y pedazos de cerebro. Lo supo entonces: la ira había venido en la arcada, cuando Wintermute suprimió el fantasma simestim de Linda Lee, quitándole de cuajo la sencilla promesa de comida, calor, una cama. Pero no se había dado cuenta hasta que conversó con la holoestructura de Lonny Zone.

Era una cosa extraña. No podía calificarla.

– Aturdido -dijo. Había estado aturdido durante mucho tiempo, años. Todas aquellas noches en Ninsei, las noches con Linda, aturdido en la cama y aturdido también en el centro frío y sudoroso de algún negocio de drogas. Pero ahora había encontrado algo tibio, este fragmento de asesinato. Carne, le dijo Ama voz interior. Es la carne que habla. ignórala.

– Gangster.

Abrió los ojos. Cath estaba junto a él, vestida de negro, con el pelo todavía alborotado después del viaje en el Honda.

– Creí que te habías ido a casa -le dijo, Y disimuló su confusión con un trago de Carlsberg.

– Hice que Bruce me dejara en una tienda. Me compré esto. -Pasó la mano por la tela, la curva pelviana. Case vio el dermo azul que llevaba en la muñeca.- ¿Te gusta?

– Seguro. -Automáticamente revisó los rostros de alrededor y luego volvió a mirarla.- ¿qué crees que estás por hacer, cariño?

– ¿Te gusta la beta que te dimos, Lupus? -Ahora ella estaba muy cerca; irradiaba calor y tensión, los ojos entornados, cubriendo unas pupilas enormes, y un tendón en el cuello tenso como la cuerda de un arco. Estaba drogada y temblaba, de pies a cabeza, vibrando imperceptiblemente.- ¿Te colocaste?

– Sí. Pero la resaca es una mierda. -Entonces necesitas otra.

– ¿Y eso qué implica?

– Tengo una llave. Subiendo la colina, detrás del Paradise, el lugar más exclusivo. Gente que esta noche baja al pozo por negocios, si me entiendes…

– Sí, te entiendo.

Ella apretó la mano de Case entre las suyas; tenía las palmas calientes y secas. -Eres un yak, ¿verdad, Lupus? Un soldado gaijin que trabaja para los yakuza.

– Tienes buen ojo, ¿eh? -Case retiró la mano y buscó un cigarrillo.

– ¿Y cómo es que conservas todos los dedos? Creía que teníais que cortaros uno cada vez que tuvieseis un problema.

– Nunca tengo problemas. -Encendió el cigarrillo.

– Vi a la chica que está contigo. El día que te conocí. Can-fina como Hideo. Me asusta. -Sonrió, una sonrisa demasiado ancha.- Eso me gusta. ¿A ella le va, con otras chicas?

– Nunca me lo ha dicho. ¿Quien es Hideo?

– Ella lo llama el criado. Un dependiente de la familia.

Case se obligó a mirar con expresión aburrida a la gente que había en el Emergency. -¿Deejane?

– Lady 3Jane. Gente rica. El padre es dueño de todo esto.

– ¿De este bar?

– ¡De Freeside!

– Vaya, vaya. Tienes amigos importantes, ¿eh? -Alzó una ceja. La rodeó con un brazo, la mano sobre la cadera de ella.- ¿Y cómo es que conoces a estos aristócratas, Cathy? ¿Eres alguna clase de niña de sociedad de incógnito? ¿Tú y Bruce sois herederos de algún crédito entrado en años? ¿Eh? -Extendió los dedos, masajeando la piel debajo de la fina tela negra. Ella se retorció contra él. Rió.

– Bueno, ya sabes -dijo, los ojos entornados en lo que habría querido ser una expresión de modestia-, le gusta ir de una fiesta a otra. Bruce y yo estamos siempre en fiestas… A veces ella se aburre mucho, allá adentro. De cuando en cuando el viejo la deja salir, siempre que Hideo la acompañe.

– ¿Dónde es que se aburre?

– Lo llaman Straylight. Ella me contó, es tan bonito, todos los estanques y nenúfares. Es un castillo, un castillo de verdad, todo de piedra y puestas de sol… -Se acurrucó contra él. – Eh, Lupus, viejo, necesitas un dermo. Así podremos estar juntos.

Llevaba un pequeño monedero de cuero alrededor del cuello, colgado de una cinta delgada. Las uñas, mordidas, en carne viva, eran de color rosado brillante contra el bronceado inducido. Abrió el monedero y sacó un blister con un dermo azul. Algo blanco cayó al suelo. Case se inclinó y lo recogió. Una garza origami.

– Me la dio Hideo -dijo Cath-. Quiso mostrarme cómo, pero nunca me sale bien. Los cuellos quedan siempre para atrás. -Volvió a guardar el papel doblado en el monedero. Case observó mientras Cath rompía la burbuja, retiraba el dermo del papel y se lo aplicaba a él en el interior de la muñeca.

– ¿Esta 3Jane tiene la cara en punta, nariz de pájaro? -Se miró las manos que dibujaban una silueta en el aire.¿Pelo oscuro? ¿Joven?

– Sí. Pero es una aristo, ¿sabes? Es decir… Todo ese dinero.

La droga se le vino encima como un tren expreso, una columna de luz al rojo blanco que le subía por la espina dorsal desde la zona de la próstata, iluminándole las costuras del cráneo con rayos X de energía sexual en cortocircuito. Los dientes le vibraron como diapasones dentro de sus cavidades, cada uno de ellos produciendo un tono perfecto, claro como el etanol. Bajo la brumosa capa de carne, los huesos parecían cromados y lustrosos, las articulaciones lubricadas con una película de siliconas. Tormentas de arena se le debatían sobre el abrasado suelo del cráneo, generando altas olas de estática que rompían detrás de los ojos, esferas del más puro cristal que se expandían…

– Vamos -dijo ella, tomándolo de la mano-. Ya te llegó. Ya está. Subamos la colina; seguirá toda la noche.

La rabia se le expandía, inexorable, exponencial, montada sobre la ola de betafenetilamina como onda portadora, un fluido sísmico, rico y corrosivo. Su erección era como una barra de plomo. Los rostros que los rodeaban en el Emergency parecían muñecas pintarrajeadas, las partes rosadas y blancas que correspondían a las bocas que se movían y se movían; las palabras emergían como globos de sonido discontinuo. Miró a Cath y le vio cada poro de la piel bronceada, los ojos planos como cristal mudo, un tinte de metal muerto, una ligera hinchazón, asimetrías mínimas en el pecho y la clavícula, la… Un destello intenso de luz blanca detrás de los ojos.

Soltó la mano de Cath y fue bamboleándose hasta la puerta, empujando a alguien que estaba en su camino.

– ¡Vete a la mierda! -gritó ella detrás-. ¡Hijo de puta!

No sentía las piernas. Las usó como zancos, tambaleándose enloquecidamente por el pavimento embaldosado de Jules Veme, un lejano tronar en los oídos, su propia sangre, filosas láminas de luz que le biseccionaban el cráneo en una docena de ángulos.