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»El primero que enviaron era de los mejores. Reflejos increíbles, injertos, más estilo que diez hampones comunes. Pero el segundo era, no sé, como un monje. Un clono. Un asesino de piedra, hasta la última célula. Era parte de él, la muerte, aquel silencio; lo envolvía como una nube… -La voz de Molly se apagó, el corredor se había bifurcado en dos idénticas escaleras descendentes. Ella fue por la de la izquierda.

»Una vez, yo era una niñita, estábamos ocupando ¡legalmente una casa, cerca del Hudson, y las ratas eran enormes. Por los productos químicos que llevaban dentro. Eran tan grandes como yo; y una noche una de ellas había estado escarbando debajo de la casa donde vivíamos. Cuando ya era casi de madrugada, alguien vino acompañando a un hombre viejo que tenía costuras en las mejillas y los ojos rojos. Traía un paquete de cuero grasiento, como los que se utilizan para guardar herramientas, para que no se herrumbren. Lo abrió: tenía un viejo revólver y tres cartuchos. El viejo puso una bala en el cargador y empezó a caminar de un lado a otro. Nosotros nos quedamos contra las paredes.

»Iba y venía. De brazos cruzados, cabizbajo, como si se hubiese olvidado del arma. Atento a los ruidos de la rata. No hacíamos ningún ruido. El viejo daba un paso. La rata se movía. La rata se movía, y él daba otro paso. Una hora así, y luego pareció recordar el revólver. Lo apuntó hacia el suelo, sonrió y apretó el gatillo. Volvió a hacer su paquete y se fue.

»Más tarde me metí debajo del suelo. La rata tenía un agujero entre los ojos. -Molly estaba mirando las puertas selladas que había a intervalos a lo largo del pasillo.- El segundo, el que vino por Johnny, era como aquel viejo. No era viejo, pero era así. Mataba igual que él. -El pasillo se ensanchó. El océano de suntuosas alfombras ondulaba suavemente bajo una enorme araña de cristal cuyo cairel más bajo llegaba casi al suelo. Un tintineo de cristal cuando Molly entró en el vestíbulo. TERCERA PUERTA A LA IZQUIERDA, titiló el display.

Ella giró a la izquierda, evitando el árbol invertido de cristal. -Lo vi sólo una vez. Cuando entraba en la casa. Él salía. Vivíamos en una fábrica restaurada, muchas jóvenes promesas de la Senso /Red, ese tipo de cosa. El sistema de seguridad ya era bueno, y yo lo había reforzado. Sabía que Johnny estaba allá arriba. Pero aquel hombrecito me llamó la atención cuando salía. No dijo una palabra. Bastó con que nos miráramos para que yo entendiera. Un hombrecito común, ropa común, sin ningún orgullo, humilde. Me miró y se metió en un taxi. Yo lo supe. Subí y encontré a Johnny sentado junto a la ventana, con la boca entreabierta, como si estuviese a punto de hablar.

La puerta que Molly tenía enfrente era antigua, una plancha tallada de teca tailandesa que parecía haber sido aserrada en dos para ajustarla al dintel. Bajo un dragón rampante había un rudimentario cerrojo mecánico de chapa inoxidable. Ella se arrodilló, sacó de un bolsillo interior un pequeño hatillo de apretada gamuza negra, y seleccionó un pico fino como una aguja. -Después de eso, no volví a encontrar a nadie que me gustara.

Insertó el pico y trabajó en silencio, mordisqueándose el labio inferior. Parecía guiarse por el mero tacto, los ojos desenfocados; la puerta era una borrosa mancha de madera clara. Case escuchó el silencio del vestíbulo, puntuado por el tenue tintineo de la araña de cristal. ¿Velas? Straylight era una contradicción. Recordó la historia de Cath acerca de un castillo con estanques y nenúfares, Y las cuidadas palabras de 3Jane que la cabeza recitara musicalmente. Un lugar que había crecido sobre sí mismo. Había en Straylight un ligero olor a humedad, un ligero olor a perfume, como en una iglesia. ¿Dónde estaban los Tessier-Ashpool? Él había esperado encontrarse con una pulcra colmena de actividad disciplinada, pero Molly no había visto a nadie. El monólogo de ella había hecho que se sintiera incómodo; nunca le había contado tanto acerca de sí misma. Aparte de la historia del cubículo, rara vez había dicho algo que indicase tan siquiera que había tenido un pasado.

Molly cerró los ojos. Se oyó un ruido. Más que escucharlo, Case lo sintió. Le hizo recordar los cerrojos magnéticos de la puerta del cubículo de Molly, en la casa de títeres. La puerta se había abierto para él, pese a que llevaba el chip equivocado. Había sido cosa de Wintermute, manipulando el cerrojo como había manipulado el microligero automático y el jardinero robot. El sistema de cerraduras de la casa de títeres era una subunidad del sistema de seguridad de Freeside. Este sencillo cerrojo mecánico plantearía un verdadero problema a la IA, ya que requería algún tipo de autómata, o bien un agente humano.

Molly abrió los ojos, guardó el pico en la gamuza, enrolló el paquete cuidadosamente, y lo metió de nuevo en el bolsillo. -Eres un poco como él -dijo-. Creéis que nacisteis para correr. Creo que lo que hacías en Chiba era una versión más burda de lo que harías en cualquier parte. A veces la mala suerte te hace esas jugadas: te reduce a los rudimentos. -Se levantó, se estiró y se sacudió.- Sabes, pienso que el hombre que Tessier-Ashpool mandó tras Jimmy, el muchacho que robó la cabeza, tiene que ser el mismo a quien los Yak encargaron que matase a Johnny. -Sacó la pistola de dardos de la funda y puso el cañón en automático.

La fealdad de la puerta impresionó a Case cuando ella se acercó. No la puerta en sí, que era hermosa, o que una vez había sido parte de algo más hermoso, sino el modo en que la habían aserrado para adaptarla a una abertura determinada. Hasta la forma estaba maclass="underline" un rectángulo entre curvas de hormigón pulido. Habían importado todo aquello, pensó, y luego lo habían ajustado a la fuerza. Pero nada ajustaba. La puerta era como los desacertados armarios, como el descomunal árbol de cristal. Entonces recordó la composición de 3Jane, e imaginó que los enseres habían sido traídos por el pozo para dar cuerpo a algún plan maestro, un sueño perdido tiempo atrás, en un compulsivo afán por llenar los espacios, obtener una réplica de una imagen familiar del yo. Recordó la colmena destrozada, las cosas ciegas que se retorcían…

Molly apretó una de las patas delanteras del dragón tallado y la puerta se abrió con facilidad.

La habitación en la que entraron era pequeña, abarrotada, poco más que un armario. Apoyadas contra una pared curva, había grises estanterías de acero para guardar herramientas. Una luz se había encendido automáticamente en la pared. Molly cerró la puerta y fue hasta los armarios.

TERCERO A LA IZQUIERDA, pulsó el chip óptico: Wintermute estaba otra vez manipulando el cronómetro de Molly, CINCO HACIA ABAJO. Pero Molly abrió primero el cajón de arriba. No era más que una simple bandeja. Vacía. El segundo también estaba vacío. El tercero, más profundo, contenía unas bolitas opacas de metal de soldadura y un pequeño objeto marrón que parecía un dedo humano. El cuarto cajón guardaba el ejemplar, hinchado por la humedad, de un obsoleto manual técnico en francés y japonés. En el quinto, detrás del guantelete blindado de un pesado traje neumático, encontró la llave. Era como una moneda de bronce opaco, con un tubo corto y hueco soldado en el borde. Ella la hizo girar lentamente en la mano y Case vio incisiones y rebordes en el interior del tubo. Una de las caras tenía grabadas las letras CHUBB; la otra era lisa.

– Él me contó -susurró ella-. Wintermute. Cómo esperó durante años. Entonces no tenía verdadero poder, pero podía usar los sistemas de seguridad y vigilancia de la Villa para averiguar dónde estaba todo, cómo se movían las cosas, adónde iban. Vio que alguien perdía esta llave hace veinte años, y se las arregló para que otro la dejara aquí. Luego lo mató, al chico que la trajo. Tenía ocho años. -Cerró los dedos blancos sobre la llave.- Para que nadie la encontrara. -Sacó un cordón de nailon negro del bolsillo del traje y lo pasó por el orificio circular, sobre las letras. Hizo un nudo y se colgó la llave al cuello. – Siempre estaban fastidiándolo con lo anticuados que eran, dijo, con todos sus trastos del siglo diecinueve. Se veía igual al finlandés en la pantalla de aquella madriguera de títeres de carne. Si no me hubiera cuidado, habría creído que era el finlandés. -El display destelló la hora: caracteres alfanuméricos sobre los cofres de acero gris.- Dijo que si se hubiesen convertido en lo que querían habría podido largarse hace mucho tiempo. Pero no fue así. Se jodieron. Locos como 3Jane. Así la llamó, pero parecía que la apreciaba.