– ¿De qué? -Ella se sentó. Case sintió que las cuchillas se movían, apenas, bajo las uñas.
– De lo que se nos ocurra. Lo que se me ocurra. Es mi fiesta. Los núcleos me despertaron. Hace veinte horas. Algo estaba sucediendo, dijeron, y me necesitaban. ¿Eras tú ese algo, Molly? Con seguridad no me necesitaban para que me encargase de ti; no lo creo…Otra cosa… Pero estaba soñando, ¿sabes? Durante treinta años. Tú no habías nacido cuando me acosté a dormir por última vez. Nos dijeron que no soñaríamos con el frío. También nos dijeron que nunca sentiríamos frío. Locuras, Molly. Mentiras. Por supuesto que soñé. El frío dejaba entrar lo que estaba afuera, de eso se trataba. Lo de afuera. Durante toda la noche construí esto para escondernos. Al principio no era más que una gota, un granito de noche que se colaba, atraído por el frío… Otros lo seguían, y me llenaban la cabeza, como la lluvia llena una piscina vacía. Recuerdo los lirios. Los estanques eran de terracota, las niñeras de cromo, y había brazos y piernas que titilaban al atardecer cruzando los jardines… Soy muy viejo, Molly. Tengo más de doscientos años, si cuentas el frío. El frío. -De pronto, alzó el cañón de la pistola, atento. Los tendones de los muslos de Molly estaban rígidos como alambres.
– El frío puede llegar a quemarte -dijo ella, cautelosa. -Allí nada se quema -dijo el anciano, impaciente, bajando el arma. Los pocos movimientos que hacía eran cada vez más escleróticos. Tenía que esforzarse para no menear continuamente la cabeza-. Nada se quema. Ahora lo recuerdo. Los núcleos me dijeron que nuestras inteligencias han enloquecido. Con todos los millones que pagamos, hace tanto tiempo. Cuando la inteligencia artificial era sobre todo un concepto de vanguardia. Dije a los núcleos que me haría cargo. La verdad es que escogimos mal el momento, con 8Jean allá en Melbourne y nadie más que la dulce 3Jane para ocuparse del negocio. O tal vez lo escogimos muy bien. ¿Cómo saberlo, Molly? -Alzó de nuevo el arma.- Ahora ocurren cosas extrañas en la Villa Straylight.
– Jefe -preguntó Molly-, ¿conoce a Wintermute?
– Un nombre. Sí. Para hacer conjuros, quizás. Un señor del infierno, seguramente. En mis tiempos, querida Molly, llegué a conocer a muchos señores nobles. Y a no pocas damas. Incluso a una reina de España, una vez, en este mismo lecho… Pero estoy divagando. -Tosió convulsivamente sacudiendo el cañón de la pistola. Escupió sobre la alfombra cerca del pie descalzo.- Cuánto divago… A través del frío. Pero pronto se acabará. Ordené que descongelaran a una Jane, cuando desperté. Es extraño, llevarse a la cama, cada tantas décadas, a la que en términos legales es tu propia hija. -Miró más allá de ella, hacia la hilera de monitores ciegos. Pareció estremecerse.- Los ojos de Marie-France -dijo con voz débil, y sonrió-. Hacemos que el cerebro tenga una reacción alérgica a algunos de sus propios neurotransmisores, lo que resulta en una imitación bastante manejable del autismo. -La cabeza se inclinó a un lado; se enderezó. – Tengo entendido que el efecto se obtiene hoy más fácilmente con un microchip implantado.
La pistola se le deslizó entre los dedos y rebotó en la alfombra.
– Los sueños crecen como hielo lento -dijo. Tenía la cara azulada. Volvió a hundir la cabeza en el respaldo de cuero y empezó a roncar.
De pie, Molly recogió el arma. Recorrió la habitación, con la automática de Ashpool en la mano.
Un vasto edredón o cubrecama estaba apilado junto al lecho, en medio de un gran charco de sangre coagulada, espesa y brillante, sobre el estampado de las alfombras. Al levantar una esquina del edredón, vio el cuerpo de una muchacha, los omoplatos blancos cubiertos de sangre. La habían degollado. La hoja triangular de una especie de espátula destellaba en el estanque oscuro junto a la muchacha. Molly se arrodilló, evitando tocar la sangre, y volteó a la chica de cara a la luz. El rostro que Case había visto en el restaurante.
Se oyó un ruido metálico, en el centro de todo, y el mundo se inmovilizó. La transmisión simestim de Molly se convirtió en una imagen fija: unos dedos sobre la mejilla de la muchacha. La imagen duró tres segundos, y luego el rostro de la muerta cambió: la cara de Linda Lee.
Otro ruido metálico, y la habitación se borroneó. Molly estaba de pie, mirando un disco de láser dorado junto a una pequeña consola, sobre el mármol de la mesita de noche. Una cinta de fibra óptica corría desde la consola hasta un enchufe en la base del cuello estilizado. -No me has engañado, hijo de puta -dijo Case, sintiendo que movía los labios, en algún lado, muy lejos. Sabía que Wintermute había alterado la transmisión. Molly no había visto el rostro de la chica muerta que se arremolinaba como humo hasta parecer la máscara mortal de Linda.
Molly se volvió. Cruzó la habitación, hasta el sillón de Ashpool. La respiración del viejo era lenta y entrecortada. Miró el montón desordenado de drogas y alcohol. Dejó el arma, cogió la pistola de dardos, la preparó para un solo tiro, y con sumo cuidado disparó un dardo de toxina al centro del párpado izquierdo del anciano. Un único espasmo, la respiración interrumpida en plena aspiración. El otro ojo, marrón y profundo, se abrió lentamente.
Seguía abierto cuando ella se volvió y dejó el cuarto.
16
– TENGO A TU JEFE en la línea -dijo el Flatline-. Está conectado al segundo Hosaka en esa nave de escaleras arriba, la que llevamos a horcajadas. De nombre Haniwa.
– Lo sé -dijo Case, distraídamente-. La he visto.
Un rombo de luz blanca apareció ante él, cubriendo el hielo de la Tessier-Ashpool; le mostraba la cara de Armitage, serena, perfectamente enfocada, totalmente enloquecida, los ojos ciegos como botones. Armitage parpadeaba. Miraba fijamente.
– Supongo que Wintermute se encargó también de los Turings que andaban detrás de ti, ¿eh? Como se encargó de los míos -dijo Case.
Armitage lo miraba fijamente. Case resistió el deseo de apartar los ojos, de mirar a otro lado. -¿Estás bien, Armitage?
– Case -y por un instante algo pareció moverse detrás de la n-lirada azul-. Has visto a Wintermute, ¿verdad? En la matriz.
Case asintió. Una cámara en la cara de la Hosaka del Marcus Garvey transmitida el gesto al monitor del Haniwa. Imaginó a Maelcum escuchando las hipnotizadas medias conversaciones, sin poder oír las voces de la estructura o de Armitage.
– Case -y los ojos se hicieron más grandes, Armitage inclinado sobre el ordenador-, ¿qué es, cuando lo ves?
– Una estructura de simestim de alta resolución.
– Pero, ¿quién?
– El finlandés, la última vez… Antes que eso, un macarra que…
– ¿No el general Girling?
– ¿El general qué?
La imagen desapareció del rombo.
– Pasa de nuevo esa grabación y ordena al Hosaka que investigue -dijo a la estructura.
Volvió a Molly.
La perspectiva lo sorprendió. Molly estaba encaramada entre vigas de acero, a veinte metros por encima de una amplia y manchada superficie de hormigón pulido. El espacio era un hangar o un cobertizo de mantenimiento. Podía ver las tres naves espaciales, ninguna mayor que el Garvey y todas en distintas etapas de reparación. Voces japonesas. Una figura vestida con un mono anaranjado salió de una brecha en el casco de un bulboso vehículo y se detuvo junto a uno de los brazos de pistón, extrañamente antropomórficos. El hombre tecleó algo en una consola portátil y se rascó las costillas. Un vehículo de conducción autónoma y neumáticos redondos y grises entró en escena.
CASE, destelló el chip de Molly.
– Eh -dijo ella-. Estoy esperando a un guía. -Se acuclilló; los brazos y piernas de su traje Moderno eran de un color azul grisáceo, como las vigas. Le dolía la pierna, un dolor permanente y agudo. – Tendría que haber regresado a Chin -susurró.