Выбрать главу

Mike paró junto a la acera al otro lado de la calle. Había luces dentro de la casa. En la entrada había dos coches. Pensó en cómo enfocar el asunto. Se quedó en el coche y de nuevo probó a llamar a Adam. No obtuvo respuesta. El teléfono fijo de los Huff no estaba en la guía, probablemente porque Daniel Huff era policía. Mike no tenía el móvil de su hijo DJ.

No tenía alternativa.

Intentó pensar en cómo explicaría su presencia sin descubrir su mano. No se le ocurría nada.

¿Ahora qué?

Pensó en volver a casa. El chico era menor. Beber era peligroso, sí, pero ¿no había hecho Mike lo mismo cuando tenía su edad? En el bosque bebían cerveza. En casa de Pepe Feldman hacían fiestas de chupitos. Él y sus amigos no estaban muy metidos en drogas, pero él había frecuentado la casa de su amigo Weed -pista para los padres: si a tu hijo lo apodan «Weed», [2] probablemente tenga poco que ver con actividades legítimas de jardinería- cuando sus padres estaban fuera de lá ciudad.

Mike había sabido volver al camino. ¿Habría sido un adulto más maduro si sus padres se hubieran entrometido así?

Mike miró la puerta. Quizá sería mejor esperar. Quizá debería dejarle beber, divertirse, lo que fuera, y esperar fuera y cuando saliera, Mike podría observarle, asegurarse de que estaba bien. Así no pondría en evidencia a su hijo ni perdería su confianza.

¿Qué confianza?

Adam había dejado sola a su hermana. Adam se negaba a devolverle las llamadas. Y peor aún -por la parte que le tocaba a Mike- ya estaba espiando como un poseso. Él y Tia fisgaban en su ordenador. Se entrometían de la forma más invasiva posible.

Recordó la canción de Ben Folds: «Si no puedes confiar tú, no pueden confiar en ti».

Todavía estaba decidiendo cómo enfocarlo cuando se abrió la puerta principal de los Huff. Mike se deslizó hacia abajo en el asiento, y se sintió como un imbécil. Pero no vio a ningún chico saliendo de la casa. Era el capitán Daniel Huff de la policía de Livingston.

El padre que se suponía que no estaba.

Mike no sabía qué hacer. Pero no importaba realmente. Daniel Huff caminaba con decisión y en línea recta hacia Mike. No dudaba. Huff tenía un destino claro.

El coche de Mike.

Mike se incorporó. Daniel Huff le miró. No le saludó ni sonrió; tampoco frunció el ceño ni parecía aprensivo. Sería porque Mike sabía a qué se dedicaba Huff, pero le pareció un policía que le acabara de parar y mantuviera una expresión neutra como si esperara que reconocieras que ibas demasiado deprisa o tenías un cargamento de drogas en el maletero.

Cuando Huff estuvo cerca, Mike bajó la ventanilla y forzó una sonrisa.

– Hola, Dan -dijo Mike.

– Mike.

– ¿Iba demasiado deprisa, agente?

Huff sonrió forzadamente ante un chiste tan malo. Llegó hasta el coche.

– Permiso y papeles del coche, por favor.

Los dos rieron, aunque no les pareciera la broma especialmente hilarante. Huff apoyó las manos en las caderas. Mike intentó decir algo. Sabía que Huff esperaba una explicación. Pero Mike no estaba seguro de querer darle ninguna.

Las risas se acabaron y pasaron unos segundos de incomodidad, hasta que Daniel Huff fue al grano.

– Te he visto aparcado aquí, Mike.

Calló y Mike dijo:

– Ya.

– ¿Va todo bien?

– Sí.

Mike intentó no enfadarse. Eres poli, ¿y qué? ¿Quién aborda a los amigos en la calle así si no es un pedante con complejo de superioridad? Aunque por otro lado, sí era raro ver a un conocido realizando algo parecido a una vigilancia frente a tu domicilio.

– ¿Te apetece entrar?

– Estoy buscando a Adam.

– ¿Por eso estás aquí aparcado?

– Sí.

– ¿Y por qué no has llamado a la puerta?

Ni que fuera Colombo.

– Primero quería hacer una llamada.

– No te he visto llamar con el móvil.

– ¿Cuánto hace que me observas, Dan?

– Unos minutos.

– El coche tiene teléfono. Un manos libres. Es la ley, ¿no?

– Cuando estás aparcado no hace falta. Cuando estás aparcado, puedes llevarte el teléfono al oído.

Mike se estaba cansando de aquel baile.

– ¿Adam está con DJ?

– No.

– ¿Estás seguro?

Huff arrugó la frente. Mike aprovechó el silencio.

– Creía que los chicos habían quedado aquí esta noche -dijo Mike.

– ¿Qué te ha hecho pensar eso?

– Creía que era lo que habían dicho. Que tú y Marge estabais fuera y que habían quedado aquí.

Huff arrugó aún más la frente.

– ¿Que yo estaría fuera?

– El fin de semana. Algo así.

– ¿Y creías que dejaría que unos adolescentes se reunieran en mi casa sin supervisión?

Aquello no iba por buen camino.

– ¿Por qué no llamas a Adam?

– Le he llamado. Parece que su teléfono no funciona. Se olvida siempre de cargarlo.

– ¿Y has decidido venir?

– Así es.

– ¿Y te has sentado en el coche y no has llamado?

– Mira, Dan, ya sé que eres policía, pero no me atosigues, por favor. Sólo estoy buscando a mi hijo.

– Aquí no está.

– ¿Y DJ? Tal vez él sepa dónde está Adam.

– Tampoco está aquí.

Esperó a que Huff se ofreciera a llamar a su hijo. No lo hizo. Mike no quiso insistir. Ya había ido demasiado lejos. Si habían planeado celebrar una fiesta de alcohol y drogas en casa de los Huff, la habían desconvocado. No quería seguir hablando con aquel hombre hasta que supiera más cosas. Huff nunca le había caído bien y ahora menos aún.

De todos modos, ¿qué explicación tenía lo del GPS?

– Me he alegrado de verte, Mike. -Lo mismo te digo. -Si ves a Adam…

– Le diré que te llame. Que pases una buena noche. Conduce con cuidado.

– «Los bigotes de los garitos» -dijo Nash.

Pietra estaba otra vez al volante. Nash la había hecho seguirle durante aproximadamente cuarenta y cinco minutos. Dejaron el monovolumen en un aparcamiento cerca de un Ramada, en East Hanover. Cuando lo encontraran, lo primero que pensarían era que Reba había desaparecido allí. La policía se preguntaría por qué una mujer casada estaba en el aparcamiento de un hotel tan cerca de su casa. Pensarían que tenía una aventura con un hombre. Su marido insistiría en que era imposible.

Finalmente, como en el caso de Marianne, descubrirían la verdad. Pero ganarían tiempo.

Se llevaron lo que Reba había comprado en el Target. Dejarlo en el coche habría sido una pista para la policía. Nash registró las bolsas. Había comprado ropa interior, libros y algunas películas en DVD para toda la familia.

– ¿Has oído lo que he dicho, Reba? -Levantó la caja del DVD-. «Los bigotes de los garitos.»Reba estaba atada como un cerdo. Sus rasgos de muñeca seguían pareciendo delicados, de porcelana. Nash le había retirado la mordaza. Le miró y gimió.

– No te resistas -dijo él-. Sólo conseguirás que te duela más. Y ya sufrirás bastante dentro de poco.

Reba tragó saliva.

– ¿Qué… qué quiere?

– Te estoy preguntando por la película que has comprado. -Nash levantó la funda del DVD-. Sonrisas y lágrimas. Un clásico.

– ¿Quién es usted?

– Si me haces una pregunta más, empezaré a hacerte daño inmediatamente. Esto significa que sufrirás más y morirás antes. Y si me haces enfadar, cogeré a Jamie y le haré lo mismo a ella. ¿Me comprendes?

Los ojitos parpadearon como si él la hubiera abofeteado. Se le saltaron las lágrimas.

– Por favor…

– Te acuerdas de Sonrisas y lágrimas, ¿sí o no?

Ella intentó parar de llorar y reprimir las lágrimas.

– ¿Reba?

– Sí.

– ¿Sí qué?

– Sí -logró decir ella-. Me acuerdo.

вернуться

[2] * Weed significa literalmente «hierbajo», pero en argot significa «marihuana» (N. de la T.).