Muse se echó hacia atrás.
– ¿La furgoneta y el Acura?
– Así es.
– ¿Y otra mujer conducía el Acura?
– Así es. Pero bueno, el hombre informó a la oficina de seguridad y los guardias no le hicieron mucho caso. ¿Qué iban a hacer, de todos modos? Lo archivaron y basta. Pero cuando llamé yo, se acordaron y sacaron el informe. En primer lugar, todo aquello tuvo lugar frente al Target. El hombre fue a presentar la denuncia a las cinco y cuarto. Sabemos que Reba Cordova pagó las compras en el Target a las cuatro cincuenta y dos. El recibo lleva la hora impresa.
Empezaban a sonar campanas, pero Muse no estaba muy segura de hacia dónde llevaban.
– Llama al Target -dijo-. Seguro que tienen cámaras de vigilancia.
– Ya nos estamos coordinando con la sede de Target. Probablemente tardará un par de horas, no más. Otra cosa. Puede que sea importante y puede que no. Sabemos lo que compró en el Target. Unas películas en DVD, ropa interior de niño, ropa… cosas para críos.
– No la clase de cosas que compras si piensas fugarte con un ligue.
– Exactamente, a menos que te lleves a los niños, que no lo hizo. Y, además, abrimos su Acura en el hotel, y no hay bolsas de Target dentro. El marido registró la casa, por si había pasado por allí. Tampoco encontró nada de Target.
Muse sintió un escalofrío en la nuca.
– ¿Qué? -preguntó él.
– Quiero el informe de la oficina de seguridad. Consigue el teléfono del hombre, del que informó de que la mujer había subido en una furgoneta. A ver qué más recuerda: vehículos, descripciones de los pasajeros, todo. Seguro que el guardia de seguridad no le preguntó nada. Quiero saberlo todo.
– De acuerdo.
Hablaron un par de minutos, pero la cabeza de Muse ya daba vueltas y tenía el pulso acelerado. Cuando Clarence salió, Muse levantó el teléfono y marcó el móvil de su jefe, Paul Copeland.
– Hola.
– ¿Dónde estás? -preguntó Muse.
– Acabo de dejar a Cara.
– Tengo que hablar contigo, Cope.
– ¿Cuándo?
– Cuanto antes mejor.
– He quedado con mi futura esposa en un restaurante para acabar el plano de los asientos de la boda.
– ¿El plano de los asientos?
– Sí, Muse. El plano de los asientos. Es esa cosa que dice a los invitados dónde van a sentarse.
– ¿Y a ti te importa eso?
– Ni por asomo.
– Pues déjaselo a Lucy.
– Claro, como si no lo hiciera de todos modos. Me hace ir a todas partes, pero no me deja hablar. Dice que soy un regalo para la vista.
– Es que lo eres, Cope.
– Sí, pero también tengo cerebro.
– Ésa es precisamente la parte de ti que necesito -dijo Muse.
– ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
– Tengo una de mis absurdas corazonadas, y necesito que me digas que he dado con algo o que he metido la pata.
– ¿Es más importante que quién se sienta en la misma mesa que los tíos Carol y Jerry?
– No, sólo es un homicidio.
– Haré un sacrificio. Voy para allá.
El sonido del teléfono despertó a Jill.
Estaba en el dormitorio de Yasmin. Yasmin intentaba por todos los medios llevarse bien con las otras niñas fingiendo que estaba más loca que nadie por los chicos. Tenía un póster de Zac Efron, el guaperas de High School Musical en una pared, y otro de los gemelos Sprouse en The Suite Life. Tenía uno de Miley Cyrus en Hannah Montana, que es una chica, sí, y no un guaperas, pero vaya. Todo parecía más bien desesperado.
La cama de Yasmin estaba cerca de la puerta, mientras que Jill dormía junto a la ventana. Ambas camas estaban cubiertas de peluches. Una vez Yasmin le dijo a Jill que lo mejor del divorcio era la competencia de los padres por mimarla: ambos exageraban con los regalos. Yasmin sólo veía a su madre cuatro o cinco veces al año, pero no paraba de mandarle cosas. Tenía al menos dos docenas de ositos, uno de ellos vestido de animadora y otro, junto a la almohada de Jill, que estaba disfrazado de estrella del pop con pantalones cortos de strass, un top con el ombligo al aire y un auricular alrededor de la cara peluda. Una tonelada de animales, entre ellos tres hipopótamos, estaban tirados en el suelo. Amontonadas sobre la mesita había ejemplares atrasados de J-14, Teen People y Popstar! La alfombra era de lana gruesa, algo que sus padres le habían dicho que había pasado de moda en los setenta pero parecía estar volviendo con fuerza en los dormitorios de los adolescentes. Sobre la mesa tenía un iMac nuevo y reluciente.
Yasmin era buena con los ordenadores. Lo mismo que Jill.
Jill se sentó. Yasmin parpadeó y la miró. A lo lejos, Jill oía una voz hablando por teléfono. El señor Novak. En la mesita había un reloj de Homer Simpson. Eran las siete y cuarto.
Era temprano para llamar, pensó Jill, sobre todo en fin de semana.
Las niñas se habían quedado levantadas hasta tarde la noche anterior. Primero salieron a cenar y a tomar un helado con el señor Novak y la pesada de su nueva novia, Beth, que debía de tener cuarenta años y le reía todas las gracias, como hacían las niñas tontas de la escuela para gustar a los chicos. Antes Jill creía que era algo que se superaba con la edad. Pero al parecer no.
Yasmin tenía un televisor de plasma en su habitación. Su padre les dejó ver todas las películas que quisieron. «Es fin de semana», las dijo Guy Novak con una gran sonrisa. «Disfrutad». Así que prepararon palomitas en el microondas y vieron una película para mayores de trece años y otra para mayores de dieciocho que habría puesto los pelos de punta a los padres de Jill.
Jill saltó de la cama. Tenía que hacer pipí, pero estaba preocupada por lo que había sucedido la noche pasada, por lo que podía haber pasado y por si su padre habría encontrado a Adam. Estaba preocupada. Ella también había llamado a Adam. Que se ocultara de sus padres tenía un pase, pero nunca se le habría ocurrido que no respondiera a las llamadas y mensajes de su hermana. Adam siempre le respondía.
Pero esta vez no.
Y esto todavía preocupaba más a Jill.
Comprobó su móvil.
– ¿Qué haces? -preguntó Yasmin.
– Miraba si Adam me había llamado.
– ¿Te ha llamado?
– No. Nada de nada.
Yasmin calló.
Llamaron suavemente a la puerta y después se abrió. El señor Novak asomó la cabeza y susurró.
– Eh, ¿por qué estáis despiertas, chicas?
– Nos ha despertado el teléfono -dijo Yasmin.
– ¿Quién era? -preguntó Jill.
El señor Novak la miró.
– Era tu madre.
Jill se puso tensa.
– ¿Qué ha pasado?
– No ha pasado nada, cielo -dijo el señor Novak, pero Jill vio que era una gran mentira-. Me ha pedido si podías quedarte hoy. Después podríamos ir al centro comercial o al cine. ¿Qué os parece?
– ¿Por qué quiere que me quede? -preguntó Jill.
– No lo sé. Sólo ha dicho que había surgido algo y me ha pedido este favor. Pero me ha pedido que te diga que te quiere y que no pasa nada.
Jill no dijo nada. Estaba mintiendo. Lo sabía. Yasmin también. Jill miró a Yasmin. No serviría de nada insistir. No les diría nada. Las protegía porque sus cerebros de once años no podían soportar la verdad o cualquier otra tontería que los adultos utilizaran como excusa para mentir.
– Voy a salir un rato -dijo el señor Novak.
– ¿Adónde? -preguntó Yasmin.
– A la oficina. Necesito recoger unas cosas. Pero acaba de llegar Beth. Está abajo viendo la tele, por si necesitáis algo.
Yasmin hizo una mueca burlona.
– ¿Acaba de llegar?