– Sí.
– Como si no hubiera dormido aquí, ¿no? Por Dios, papá, ¿cuántos años crees que tenemos?
Él puso mala cara.
– Ya está bien, señorita.
– Como quieras.
Él cerró la puerta. Jill se sentó en la cama y Yasmin fue a su lado.
– ¿Qué crees que habrá ocurrido? -preguntó Yasmin.
Jill no contestó, pero no le gustaba el derrotero que estaban tomando sus pensamientos.
Cope entró en el despacho de Muse. Ella pensó que estaba bastante de buen ver con su traje nuevo azul marino.
– ¿Tienes rueda de prensa? -preguntó Muse.
– ¿Cómo lo has adivinado?
– Llevas un traje chulo.
– ¿La gente todavía dice «chulo»?
– Deberían.
– Totalmente de acuerdo. Soy la viva imagen de la chulería. Estoy chulísimo. El Hombre Chulo. El Chuletón.
Loren Muse levantó una hoja de papel.
– Mira lo que acaba de llegar a mi despacho.
– Cuenta.
– La carta de dimisión de Frank Tremont. Ha decidido jubilarse.
– Menuda pérdida.
– Sí.
Muse lo miró.
– ¿Qué?
– Tu montaje de ayer con el periodista.
– ¿Qué pasa?
– Fue un pelo condescendiente -dijo Muse-. No necesito que me rescates.
– No te rescataba. Más bien te tendí una trampa.
– ¿Qué quieres decir?
– O bien tenías pelotas para dejar a Tremont a la altura del betún, o no las tenías. Uno de los dos iba a quedar como un imbécil.
– O él o yo, ¿no?
– Exactamente. La verdad es que Tremont es un chivato y una terrible distracción en esta oficina. Quería que se largara por razones egoístas.
– Supongamos que yo no tuviera pelotas.
Cope se encogió de hombros.
– Entonces serías tú la que estaría presentando la carta de dimisión.
– ¿Estabas dispuesto a correr ese riesgo?
– ¿Qué riesgo? Tremont es un gandul idiota. Si él podía contigo, no mereces ser la jefa.
– Touchée.
– Basta. No me has llamado para hablar de Frank Tremont. ¿Qué ha ocurrido?
Muse le contó la desaparición de Reba Cordova, el testigo del Target, la furgoneta, el aparcamiento en el Ramada de East Hanover. Cope permaneció en silencio mirándola con sus ojos grises. Tenía unos ojos hermosos, de los que cambian de color con la luz. Loren Muse estaba medio enamorada de Paul Copeland, pero en realidad también había estado medio enamorada de su predecesor, que era bastante mayor y no se parecía en nada a Paul. Tal vez lo suyo eran las figuras autoritarias.
El enamoramiento era inofensivo, más una admiración que un anhelo real. Él no la mantenía despierta por las noches ni la hacía sufrir ni se introducía en sus fantasías sexuales o de cualquier otra clase. Le gustaba el atractivo de Paul Copeland sin codiciarlo para ella. Deseaba estas cualidades en todos los hombres con los que salía, aunque Dios sabe que no las había encontrado nunca.
Muse conocía el pasado de su jefe, el horror que había vivido, el infierno que había experimentado hacía poco por unos recientes descubrimientos. Incluso le había ayudado a discernirlo. Como tantos otros hombres que conocía, Paul Copeland no estaba intacto, pero a él le sentaba bien. En el mundo de la política -porque su cargo era esto, un nombramiento político- hay muchos hombres ambiciosos pero que no han conocido el sufrimiento. Cope sí. Como fiscal, esto le hacía más comprensivo y menos proclive a aceptar las excusas de la defensa.
Muse presentó todos los datos de la desaparición de Reba sin teorías. Él la miró a los ojos y asintió lentamente.
– Déjame adivinar -dijo Cope-. Crees que lo de Reba Cordova está relacionado de alguna manera con tu desconocida.
– Sí.
– ¿En qué piensas? ¿Un asesino en serie?
– Podría ser, aunque normalmente los asesinos en serie trabajan solos. Con este asesino participó una mujer.
– De acuerdo, oigamos por qué crees que están relacionados.
– Primero el modus operandi.
– Dos mujeres blancas de una edad aproximada -dijo Cope-. A una la encontramos vestida como una puta en Newark. La otra todavía no sabemos dónde está.
– Esto es una parte pero hay algo más que me llamó la atención. Que se haya utilizado engaño y distracción.
– No te sigo.
– Tenemos a dos mujeres blancas de clase media de cuarenta y pocos años que desaparecen con…, pongamos, veinticuatro horas de diferencia. Ésta es una semejanza curiosa. Pero más que esto, en el primer caso, con nuestra desconocida, sabemos que el asesino se molestó en montar una escena para despistarnos, ¿no?
– Sí.
– Bien, pues ha hecho lo mismo con Reba Cordova.
– ¿Aparcando su coche en un hotel?
Muse asintió.
– En ambos casos, se esforzó por desviar nuestra atención con falsas pistas. En el caso de la desconocida, lo montó para que pensáramos que era una prostituta. En el caso de Reba Cordova, hizo que pareciera que era una mujer que engañaba a su marido y había huido con su amante.
– Eh -exclamó Cope con una mueca-. Es poca cosa.
– Sí. Pero es algo. No es por ser racista, pero ¿cuántas veces pasa que una mujer guapa y con familia, en un pueblo como Livingston, huya con su amante?
– Sucede a veces.
– Puede ser, pero lo planificaría mejor, ¿no te parece? No iría a un centro comercial cerca de donde su hija está aprendiendo a patinar y compraría ropa interior de niño para entonces tirarla y marcharse con su amante. Además, tenemos al testigo, un tal Stephen Errico, que la vio entrar en una furgoneta en el Target. Y vio marcharse a otra mujer.
– Si esto es realmente lo que sucedió.
– Sucedió.
– De acuerdo, pero aun así. ¿En qué más relacionas a Reba Cordova con nuestra desconocida?
Muse arqueó una ceja.
– He guardado lo mejor para el final.
– Gracias a Dios.
– Volvamos a Stephen Errico.
– ¿El testigo del centro comercial?
– Bien. Errico presenta una denuncia. Por sí misma no culpo a los guardias de seguridad del Palisades, no parece importante. Pero le he investigado en la red. Tiene un blog con su fotografía: es un tipo gordo con barba poblada y camiseta de los Grateful Dead. Cuando hablé con él, me quedó claro que era un pirado de las conspiraciones. A Errico le gusta incluso implicarse en el asunto. Ya sabes, el tío que va al centro comercial con la esperanza de ver a un ladronzuelo.
– Sí.
– Pero esto también representa que es increíblemente concreto. Errico dijo que había visto a una mujer que coincidía con la descripción de Reba Cordova entrando en una furgoneta blanca Chevy. Pero, mejor aún, apuntó la matrícula de la furgoneta.
– ¿Y?
– La he buscado. Pertenece a una mujer llamada Helen Kasner de Scarsdale, Nueva York.
– ¿Tiene una furgoneta blanca?
– Sí, y ayer estaba en el Palisades Mall.
Cope asintió, viendo a dónde quería ir a parar.
– ¿Y tú te imaginas que alguien cambió la matrícula con la señora Kasner?
– Así es. El truco más viejo del mundo, pero sigue siendo efectivo. Robas un coche, cometes un delito, y después cambias las matrículas, por si alguien te ha visto. Más engaño. Pero muchos delincuentes no se dan cuenta de que el método más eficaz para cambiar matrículas es hacerlo con un vehículo de la misma marca que el tuyo. Confunde aún más.
– Y tú piensas que la furgoneta del aparcamiento del Target era robada.
– ¿No estás de acuerdo?
– Supongo que sí -dijo Cope-. Sin duda añade peso a la versión del señor Errico. Entiendo que debamos estar preocupados por Reba Cordova. Pero sigo sin ver cómo se relaciona con nuestra desconocida.
– Echa un vistazo a esto.
Dio la vuelta a la pantalla del ordenador en dirección a él. Cope volvió su atención a la pantalla.
– ¿Qué es?