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Mike se limitó a mirarlo.

– Hay un club para menores. Se supone que es un lugar seguro para los adolescentes. Tienen consejeros y terapeutas y cosas así, pero se dice que eso sólo es una fachada para desmadrarse.

– ¿Dónde está?

– A dos o tres manzanas de mi club.

– Y al decir que «sólo es una fachada para desmadrarse», ¿a qué se refiere exactamente?

– ¿A qué creo que me refiero? A drogas, alcohol y todo eso. Se rumorea que se juega con el control mental y tonterías así. Pero yo no me lo trago. Una cosa sí: si no se quieren líos es mejor no meter las narices en ese lugar.

– ¿Por?

– Porque también tienen fama de ser muy peligrosos. Con conexiones mañosas quizá. No lo sé. Pero nadie se mete con ellos. Por eso.

– ¿Y cree que mi hijo lo frecuentaba?

– Si estaba en el barrio y tenía dieciséis años, sí. Sí, creo que lo más seguro es que fuera allí.

– ¿Tiene nombre ese local?

– Club Jaguar, creo. Tengo la dirección.

Le dio la dirección a Mike y éste le dio su tarjeta.

– Están todos mi teléfonos -dijo Mike.

– Ya.

– Si ve a mi hijo…

– No soy un canguro, Mike.

– Claro. Mi hijo tampoco es un bebé.

Tia miraba la fotografía de Spencer Hill.

– ¿Cómo puedes estar segura de que es Adam?

– No lo estaba -dijo Betsy Hill-. Pero luego hablé con él.

– Puede que se asustara al ver una foto de su amigo fallecido.

– Puede ser -dijo Betsy en un tono que significaba claramente: «Ni lo sueñes».

– ¿Y estás segura de que esta foto se tomó la noche en que murió?

– Sí.

Tia asintió y las dos callaron un momento. Estaban otra vez en casa de los Baye. Jill estaba arriba viendo la tele. Les llegaban sonidos de Hannah Montana. Tia no se movió y Betsy tampoco.

– ¿Qué crees que significa esto, Betsy?

– Todos dijeron que no habían visto a Spencer aquella noche. Que estaba solo.

– ¿Y tú crees que esto significa que sí lo vieron?

– Sí.

Tia insistió un poco más.

– Y si no estaba solo, ¿qué significaría?

Betsy se lo pensó.

– No lo sé.

– Recibiste una nota de suicidio, ¿no?

– En el móvil. Cualquiera puede mandar un mensaje de texto.

Tia se dio cuenta de nuevo. En cierto sentido las dos madres estaban en bandos contrarios. Si lo que Betsy Hill decía de la fotografía era cierto, entonces Adam había mentido. Y si Adam había mentido, entonces ¿quién podía saber qué había ocurrido realmente aquella noche?

Por eso Tia no le habló de los mensajes instantáneos con CeJota8115, los de la madre que había abordado a Adam. Todavía no. Hasta que no supiera algo más.

– Pasé por alto algunas señales -dijo Betsy.

– ¿Como cuáles?

Betsy Hill cerró los ojos.

– ¿Betsy?

– Una vez lo espié. No fue realmente espiar, pero… Spencer estaba en el ordenador y cuando salió de su habitación, eché un vistazo. Para ver qué estaba mirando. Creo que no debería haberlo hecho, ¿sabes? No estuvo bien invadir su intimidad de aquella manera.

Tia no dijo nada.

– Pero, en fin, le di a la flecha negra, la que está arriba del buscador.

Tia asintió.

– Y… y había estado visitando páginas de suicidio. Había historias de niños que se habían suicidado. Cosas así. No miré mucho. Y nunca hice nada al respecto. Me quedé bloqueada.

Tia miró a Spencer en la fotografía. Buscó señales de que el chico estaría muerto a las pocas horas, como si esto pudiera vérsele en la cara. No vio nada, pero ¿qué significaba esto?

– ¿Le has enseñado esta foto a Ron? -preguntó.

– Sí.

– ¿Qué conclusión ha sacado?

– Se pregunta qué diferencia hay. Nuestro hijo se suicidó, dice, o sea que ¿adónde quieres ir a parar, Betsy? Cree que estoy haciendo esto para obtener alguna clase de conclusión.

– ¿No es así?

– Conclusión -repitió Betsy, casi escupiendo la palabra como si le supiera mal en la boca-. ¿Se puede saber qué significa? Como si allí arriba hubiera una puerta y yo pudiera atravesarla y después cerrarla y Spencer se quedara al otro lado. No es eso lo que quiero, Tia. ¿Puedes imaginarte algo peor que obtener una conclusión?

Se callaron, y la fastidiosa risa de la película de Jill era lo único que oían.

– La policía cree que tu hijo se ha fugado -dijo Betsy-. Cree que el mío se suicidó.

Tia asintió.

– Pero supongamos que se equivocan. Supongamos que se equivocan con ambos.

24

Nash estaba en la furgoneta pensando en lo que haría a continuación.

La educación de Nash había sido normal. Sabía que a los psiquiatras les habría gustado poner en duda esta afirmación, y buscar algún abuso sexual o un exceso de conservadurismo religioso. Nash creía que no encontrarían nada. Sus padres y hermanos eran normales. Tal vez, demasiado buenos. Le habían proporcionado todo lo que las familias hacen los unos por los otros. En retrospectiva, algunos podrían considerarlo un error, pero a las familias les cuesta mucho aceptar la realidad.

Nash era inteligente y, por consiguiente, pronto se dio cuenta de que él estaba lo que se podría denominar «tarado». Todos conocen el chiste de que una persona mentalmente inestable no puede saber, debido a su enfermedad, que es inestable. Pero era una tontería. Sí se puede y se puede tener una idea muy clara de la propia falta de cordura. Nash sabía que todos sus cables no estaban conectados o que tenía algún parásito en su sistema. Sabía que era diferente, que se salía de la norma. Esto no le hacía sentir necesariamente inferior, ni superior. Sabía que su cabeza iba a lugares muy oscuros y que se sentía a gusto en ellos. No sentía las cosas como los demás, no simpatizaba con las personas que sufrían de la forma que fingían simpatizar los demás.

Ésta era la palabra clave: «fingían».

Pietra estaba sentada a su lado.

– ¿Por qué el hombre se cree tan especial? -preguntó él.

Ella no le contestó.

– Olvidemos que este planeta… no, este sistema solar, es tan insignificantemente pequeño que ni siquiera alcanzamos a comprenderlo. Intenta imaginar que estás en una gran playa. Imagina que coges un granito de arena. Sólo uno. Entonces miras arriba y abajo de esa playa larga que se extiende en ambas direcciones hasta el horizonte. ¿Crees que nuestro sistema solar es, en comparación con el universo, tan pequeño como ese grano de arena en relación con la playa?

– Ni idea.

– Pues, si lo pensaras, te equivocarías. Es mucho más pequeño. Intenta imaginar que sigues teniendo ese granito de arena en la mano. No sólo la playa donde estás tú, sino todas las playas del planeta, todas ellas, desde la costa de California y la Costa Este de Maine a Florida y en el océano Índico y las costas de África. Imagina toda esa arena, todas esas playas en todo el mundo, y mira el granito de arena que tienes en la mano, y nuestro sistema solar, por no hablar del planeta, sigue siendo mucho más pequeño que él en comparación con el resto del universo. ¿Puedes siquiera imaginar lo insignificantes que somos?

Pietra no dijo nada.

– Pero olvidemos esto un momento -siguió Nash-, porque el hombre ya es insignificante en este planeta. Apliquemos este mismo argumento sólo a la Tierra un momento, ¿de acuerdo?

Ella asintió.

– ¿Eres consciente de que los dinosaurios poblaron la Tierra más tiempo que el hombre?

– Sí.

– Pero eso no es todo. Esto ya sería algo que demostraría que el hombre no es especial, que incluso en este planeta infinitesimalmente pequeño no hemos sido los reyes la mayoría del tiempo. Pero vayamos más lejos: ¿eres consciente de cuánto tiempo más que nosotros poblaron la Tierra los dinosaurios? ¿Dos veces? ¿Cinco veces? ¿Diez veces?