– En mi coche -dijo Hester.
Era una limusina con televisor, copas de cristal y un decantador vacío. Hester les dejó los asientos buenos, de cara al conductor. Ella se sentó enfrente.
– Ya no me fío de los edificios federales, con tanta vigilancia -dijo. Se dirigió a Mike-: Doy por sentado que ha puesto al día a su esposa.
– Sí.
– Ya se imaginarán el trato. Tienen docenas de lo que parecen recetas falsas extendidas por usted. Ese Club Jaguar no es tonto y utilizó distintas farmacias. Las presentaron en el estado, fuera del estado, por Internet, en todas partes. Las de seguimiento también. La teoría de los federales es bastante evidente.
– Creen que Adam las robó -dijo Mike.
– Sí. Y tienen bastantes pruebas.
– ¿Como cuáles?
– Como que saben que su hijo asistió a fiestas farm. Al menos, es lo que dicen. Anoche también estaban frente al Club Jaguar. Vieron entrar a Adam poco después de verle a usted.
– ¿Vieron cómo me agredían?
– Dicen que usted entró en el callejón y no supieron hasta más tarde qué había pasado. Estaban vigilando el club.
– ¿Y Adam estaba dentro?
– Es lo que dicen. Pero no me dirán nada más. Como si le vieron salir. Pero no nos equivoquemos. Quieren encontrar a su hijo. Quieren que les entregue pruebas contra el Club Jaguar o quien sea que lo gestione. Es un chico, dicen. Saldrá con una palmadita en el culo si colabora.
– ¿Qué les has dicho? -preguntó Tia.
– Primero he mareado la perdiz un poco. He negado que vuestro hijo supiera nada de esas fiestas o de los talonarios de recetas. Después he preguntado en qué consistiría su oferta en cuanto a condena y acusaciones. No están preparados para concretar.
– Adam no robaría el talonario de recetas de Mike- dijo Tia-. No es tan tonto.
Hester la miró inexpresivamente y Tia se dio cuenta de lo ingenua que sonaba su defensa.
– Ya saben cómo va -dijo Hester-. No importa lo que piensen o lo que piense yo. Les cuento su teoría. Y tienen un as en la manga. Usted, doctor Baye.
– ¿Cómo?
– Fingen que no están del todo convencidos de que no está metido en esto. Por ejemplo, dicen que anoche iba al Club Jaguar cuando tuvo un violento altercado con varios hombres que corrían por allí. ¿Cómo podía conocer el local, a menos que estuviera implicado? ¿Por qué estaba en el barrio?
– Estaba buscando a mi hijo.
– Y ¿cómo sabía que su hijo estaría allí? No me conteste, nosotros lo sabemos. Pero ya ve a qué me refiero. Pueden acusarlo de estar conchabado con la tal Rosemary McDevitt. Es un adulto y médico. Daría bonitos titulares a la policía y pasaría un buen tiempo en la cárcel. Y, por si es tan bobo para pensar que debe cargar con el muerto por esto en lugar de su hijo, pueden decir que Adam y usted estaban juntos en esto. Adam lo empezó. Fue a las fiestas farm. Él y la mujer del Club Jaguar vieron una forma de sacar más dinero a través de un médico legal. Y le metieron en el ajo.
– Es una locura.
– No, no lo es. Tienen sus recetas. Es una prueba consistente, desde su punto de vista. ¿Sabe de cuánto dinero va esto? El OxyContín vale una fortuna. Se está convirtiendo en un problema epidémico. Y usted, doctor Baye, sería un ejemplo maravilloso. Usted, doctor Baye, sería el chico del póster con sus bonitas recetas. Le podría sacar de ésta, claro. Seguramente le sacaría. Pero ¿a qué precio?
– ¿Qué nos aconseja, entonces?
– Aunque aborrezca colaborar, creo que en este caso es nuestra mejor posibilidad. Pero esto es prematuro. Ahora necesitamos encontrar a Adam. Vamos a sentarnos y a descubrir qué ha pasado aquí exactamente. Después tomaremos una decisión informada.
Loren Muse entregó la fotografía a Neil Cordova.
– Es Reba -dijo.
– Sí, lo sé -dijo Muse-. Es una foto de una cámara de seguridad del Target donde estuvo ella ayer.
El hombre la miró.
– ¿De qué nos sirve?
– ¿Ve a esa mujer de detrás?
Muse la señaló con el dedo índice.
– Sí.
– ¿La conoce?
– No, creo que no. ¿Tiene otro ángulo?
Muse le entregó la segunda fotografía. Neil Cordova se concentró en la imagen, deseando encontrar algo tangible para ayudar. Pero sacudió la cabeza.
– ¿Quién es?
– Un testigo vio a su mujer subir a una furgoneta y a otra mujer que se llevaba el Acura de Reba. Le hemos hecho revisar las cintas de vigilancia y dice que es esta mujer.
Él volvió a mirar.
– No la conozco.
– Entendido, señor Cordova, gracias. Vuelvo enseguida.
– ¿Puedo quedarme la foto? ¿Por si se me ocurre algo?
– Por supuesto.
Él la miró, todavía aturdido por la identificación del cadáver.
Muse salió y bajó por el pasillo. La recepcionista la saludó al pasar. Muse llamó a la puerta de Paul Copeland. Él le gritó que pasara.
Cope estaba sentado ante una mesa con una pantalla de vídeo encima. La oficina del condado no utiliza espejos falsos en las salas de interrogatorio. Utiliza una cámara de televisión. Cope había estado observando. Sus ojos todavía estaban fijos en la pantalla, mirando a Neil Cordova.
– Ha surgido algo -dijo Cope.
– ¿Qué?
– Marianne Gillespie estaba alojada en el Travelodge de Livingston. Debía marcharse esta mañana. También tenemos a un empleado del hotel que vio a Marianne entrando en su habitación con un hombre.
– ¿Cuándo?
– No estaba seguro, pero cree que fue hace cuatro o cinco días, más o menos cuando se registró.
Muse asintió.
– Esto es gordo.
Cope mantuvo los ojos en la pantalla.
– Quizá deberíamos celebrar una rueda de prensa. Ampliar la imagen de la mujer de la foto de vigilancia. A ver si alguien puede identificarla.
– Quizá sí. No me gusta nada hacerlo público si no es realmente necesario.
Cope siguió estudiando al marido en la pantalla. Muse se preguntó qué estaría pensando. Cope había vivido muchas tragedias, incluida la muerte de su primera esposa. Muse echó un vistazo al despacho. Sobre la mesa había cinco iPods nuevos, todavía en sus cajas.
– ¿Esto qué es? -preguntó.
– iPods.
– Eso ya lo veo. ¿Pero para qué son?
La mirada de Paul no se apartaba de Cordova.
– Ojalá fuera él.
– ¿Cordova? No fue él.
– Lo sé. Puede sentirse el dolor que transpira.
Silencio.
– Los iPods son para las damas de honor -dijo Cope.
– Qué bonito.
– Quizá podría hablar con él.
– ¿Con Cordova?
Cope asintió.
– Estaría bien -dijo ella.
– A Lucy le chiflan las canciones tristes -dijo Cope-. Ya lo sabes, ¿no?
Aunque fuera dama de honor, Muse no conocía a Lucy desde hacía mucho ni, en muchos sentidos, la conocía bien. De todos modos asintió, pero Cope seguía mirando la pantalla.
– Cada mes le grabo un CD. Es una cursilada, lo sé. Pero le encanta. Así que cada mes busco las canciones más tristes que existen. Totalmente desgarradoras. Este mes, por ejemplo, tengo Congratulation de Blue October y Seed de Angie Aparo.
– Nunca había oído hablar de ellas.
Cope sonrió.
– Pues las oirás. El regalo es esto. Las tienes todas grabadas en el iPod.
– Una gran idea -dijo ella.
Muse sintió una punzada. Cope grababa CD para la mujer que amaba. ¿Se podía tener más suerte?
– Antes no entendía por qué a Lucy le gustaban tanto esas canciones. ¿Sabes a qué me refiero? Se sienta a oscuras, las escucha y llora. La música le produce este efecto. No lo entendía. El mes pasado, por ejemplo. Le grabé una canción de Missy Higgins. ¿La conoces?