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– No.

– Es fantástica. Su música es brutal. En esa canción habla de un ex amante y de que no soporta pensar que otra mano lo toca, aunque sabe que debería.

– Qué triste.

– Exactamente. Y Lucy es feliz ahora, ¿no? Estamos muy bien. Por fin hemos vuelto a encontrarnos y vamos a casarnos. ¿Por qué sigue escuchando canciones desgarradoras?

– ¿Me lo preguntas a mí?

– No, Muse, te lo estoy explicando. No lo entendí durante mucho tiempo. Pero ya lo entiendo. Las canciones tristes son un dolor seguro. Una distracción. Está controlado. Y quizá te ayuda a imaginar que el dolor será así. Pero no lo es. Y Lucy lo sabe, evidentemente. No puedes prepararte para el dolor. No tienes más remedio que dejar que te destroce.

Sonó su teléfono. Por fin Cope apartó la mirada y contestó al teléfono.

– Copeland -dijo. Después miró a Muse-. Han localizado al pariente más próximo de Marianne Gillespie. Ve.

30

En cuanto las dos chicas se quedaron solas en la habitación, Yasmin se echó a llorar.

– ¿Qué pasa? -preguntó Jill.

Yasmin señaló su ordenador y se sentó.

– La gente es horrible.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Te lo enseñaré. Es muy malo.

Jill cogió una silla y se sentó junto a su amiga. Se mordió una uña.

– ¿Yasmin?

– ¿Qué?

– Estoy preocupada por mi hermano. Y a mi padre también le ha ocurrido algo. Por eso mi madre me ha vuelto a dejar aquí.

– ¿Se lo has preguntado a tu madre?

– No me lo quiere decir.

Yasmin se secó las lágrimas, sin dejar de teclear.

– Siempre quieren protegernos, ¿eh?

Jill no sabía si Yasmin estaba siendo sarcástica o hablaba en serio o un poco de todo. Yasmin volvía a mirar la pantalla. Señaló algo.

– Espera, aquí está. Fíjate.

Era una página de MySpace titulada «¿Varón o hembra? La historia de XY». El fondo estaba lleno de gorilas y monos. Bajo películas favoritas aparecían El planeta de los simios y Hair. La canción por defecto era la de Peter Gabriel Shock the Monkey. Había vídeos del National Geographic, todos sobre primates. Uno era de YouTube y se llamaba Dancing Gorilla.

Pero la peor parte era la foto por defecto, una foto escolar de Yasmin con una barba pintada.

– No me lo puedo creer -susurró Jill.

Yasmin se echó a llorar otra vez.

– ¿Cómo lo has encontrado?

– La bruja de Maria Alexandra me ha mandado el enlace. Lo ha mandado a la mitad de la clase.

– ¿Quién lo ha colgado?

– No lo sé. Ojalá lo supiera. Me lo ha mandado como si sufriera por mí, pero casi podía oírla reír, ¿sabes?

– ¿Y lo ha mandado a más gente?

– Sí. A Heidi y a Annie y…

Jill meneó la cabeza.

– Lo siento.

– ¿Lo sientes?

Jill no dijo nada.

La cara de Yasmin se puso roja.

– Alguien tiene que pagar por esto.

Jill miró a su amiga. Antes Yasmin era tan buena. Le gustaba tocar el piano, bailar y reírse con películas tontas. Ahora Jill sólo veía rabia en ella. La asustaba. En los últimos días se habían deteriorado tantas cosas. Su hermano había huido, su padre estaba metido en algún lío, y ahora Yasmin estaba más furiosa que nunca.

– ¿Niñas?

Era el señor Novak que las llamaba desde abajo. Yasmin se secó la cara. Abrió la puerta y gritó:

– ¿Sí, papá?

– He hecho palomitas.

– Bajamos enseguida.

– Beth y yo hemos pensado llevaros al centro comercial. Podemos ir al cine o podéis jugar en la galería de juegos. ¿Qué os parece?

– Ahora bajamos.

Yasmin cerró la puerta.

– Mi padre necesita salir de casa. Está de los nervios.

– ¿Por qué?

– Ha ocurrido algo muy raro. Se ha presentado la mujer del señor Lewiston.

– ¿En tu casa? No es posible.

Yasmin asintió, con los ojos muy abiertos.

– Bueno, yo creo que era ella. No la había visto nunca, pero conducía su asqueroso coche.

– ¿Y qué ha pasado?

– Han discutido.

– Ay, Dios mío.

– No he oído nada. Pero ella parecía muy cabreada.

Desde abajo se oyó:

– ¡Las palomitas están listas!

Las dos niñas bajaron. Guy Novak las estaba esperando. Tenía una sonrisa tensa.

– En el IMAX ponen la nueva película de Spiderman -dijo.

Sonó el timbre.

Guy Novak se volvió. Se puso más tenso.

– ¿Papá?

– Ya voy -dijo.

Fue hacia la puerta. Las dos chicas le siguieron, a cierta distancia. Beth ya estaba allí. El señor Novak miró por la pequeña ventana, frunció el ceño y abrió la puerta. Había una mujer en la puerta. Jill miró a Yasmin. Yasmin negó con la cabeza. Aquella mujer no era la esposa del señor Lewiston.

– Buenos días -dijo el señor Novak.

La mujer miró por detrás de él, vio a las niñas y volvió a mirar al padre de Yasmin.

– ¿Es usted Guy Novak? -preguntó la mujer. -Sí.

– Me llamo Loren Muse. ¿Podemos hablar un momento en privado?

Loren Muse se quedó en la puerta.

Vio a las dos niñas detrás de Guy Novak. Probablemente una era su hija, y la otra quizá era de la mujer que estaba detrás de todos. Enseguida vio que la mujer no era Reba Cordova. Parecía estar bien y muy tranquila, pero nunca se sabe. Muse la siguió mirando, buscando alguna señal de que estuviera bajo coacción.

No había señales de sangre o violencia en el vestíbulo. Las niñas parecían tímidas, pero aparte de esto parecían estar bien. Antes de llamar al timbre, Muse había apretado la oreja contra la puerta. No había oído nada raro, sólo a Guy Novak gritando algo de unas palomitas y el cine.

– ¿De qué se trata? -preguntó Guy Novak.

– Creo que sería mejor que habláramos a solas.

Enfatizó la expresión «a solas», esperando no tener que dar más explicaciones. Novak no picó.

– ¿Quién es usted? -preguntó.

Muse no quería identificarse como agente de las fuerzas del orden con las niñas delante, así que entró un poco, miró a las niñas y después a él intensamente a los ojos.

– Creo que sería mejor en privado, señor Novak.

Finalmente él captó el mensaje. Miró a la mujer y dijo.

– Beth, ¿te llevas a las niñas a la cocina y les das palomitas?

– Claro.

Muse las observó saliendo del salón. Intentaba entender a Guy Novak. Parecía un poco crispado, pero algo en sus modales indicaba que estaba más irritado por su inesperada llegada que realmente asustado.

Clarence Morrow y Frank Tremont, junto con algunos policías del pueblo, estaban cerca. Estaban echando un vistazo disimuladamente. Existía una pequeña esperanza de que Guy Novak hubiera secuestrado a Reba Cordova y la tuviera retenida aquí, pero con el paso de los segundos eso parecía cada vez menos probable.

Guy Novak no la invitó a pasar.

– ¿Y bien?

Muse le enseñó brevemente la placa.

– No fastidie -dijo él-. ¿Le han llamado los Lewiston?

Muse no tenía ni idea de quiénes eran los Lewiston, pero decidió seguir por ahí. Hizo un gesto vago con la cabeza.

– No me lo puedo creer. Lo único que hice fue pasar por delante de su casa. Sólo eso. ¿Desde cuándo es ilegal?

– Depende -dijo Muse.

– ¿De qué?

– De sus intenciones.

Guy Novak se subió las gafas por la nariz.

– ¿Sabe lo que ese hombre le hizo a mi hija?

Muse no tenía ni idea, pero fuera lo que fuera, estaba claro que había alterado a Guy Novak. Eso la complació, le serviría.

– Escucharé su versión -dijo.

Él se puso a parlotear sobre algo que un profesor había hecho a su hija. Muse le observó la cara. Igual que en el caso de Neil Cordova, no tuvo ninguna sensación de que estuviera actuando. Despotricó sobre la injusticia de lo que le habían hecho a su hijita, Yasmin, y de que el profesor hubiera salido impune.