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– Voy a hacer una visita a tu hija -dijo a Guy-. Y después hablarás, ¿entendido?

A Guy se le salieron los ojos de las órbitas. Todavía atado como un cerdo forcejeó e intentó comunicar a Nash lo que ya sabía. Hablaría. Le diría todo lo que quería saber si dejaba en paz a su hija. Pero Nash sabía que sería más fácil obtener la información con su hija delante. Algunos dirían que la mera amenaza era suficiente. Quizá tenían razón.

Pero Nash quería a la hija abajo por otras razones.

Respiró hondo. Estaba llegando al final. Lo veía. Sí, quería sobrevivir y largarse, pero la locura no sólo se había infiltrado, sino que lo había dominado. La locura le animaba las venas, le hacía sentir vivo, con un hormigueo por todo el cuerpo.

Empezó a subir la escalera del sótano. Detrás de él oía a Guy volviéndose loco tras sus ataduras. Por un momento la locura le abandonó y Nash pensó en volver atrás. Guy se lo diría todo ahora. Pero podía ser que no. Entonces quizá sólo parecería una amenaza.

No, tenía que hacerlo hasta el final.

Abrió la puerta del sótano y entró en el vestíbulo. Miró la escalera. Todavía se oía la tele. Dio un paso más.

Se detuvo cuando oyó sonar el timbre.

Tia detuvo el coche en la entrada de los Novak. Dejó el teléfono y el bolso en el coche y corrió hacia la puerta. Intentaba digerir lo que le había dicho Betsy Hill. Su hijo estaba bien. Eso era lo más importante. Tenía algunas heridas menores, pero estaba vivo y podía caminar e incluso salir corriendo. Había otras cosas que Adam había contado a Betsy, que se sentía culpable por la muerte de Spencer, cosas así. Pero esto podía arreglarse. Lo primero es sobrevivir. Después hacer que volviera a casa. A continuación, puedes ocuparte de lo demás.

Todavía perdida en sus pensamientos, Tia apretó el timbre de los Novak.

Tragó saliva y recordó que esta familia acababa de sufrir una espantosa pérdida. Era importante echar una mano, o eso se imaginaba, pero lo único que deseaba era llevarse a su hija, encontrar a su hijo y a su marido, llevarlos a casa y cerrar la puerta para siempre.

Nadie abrió la puerta.

Tia intentó mirar por la ventanita, pero había demasiados reflejos. Hizo visera con las manos y miró dentro del vestíbulo. Le pareció que una figura saltaba hacia atrás. Podría haber sido sólo una sombra. Volvió a llamar al timbre. Esta vez hubo mucho ruido. Las niñas armaron un buen jaleo bajando la escalera en estampida.

Corrieron a la puerta. Yasmin abrió y Jill se quedó unos pasos detrás.

– Hola, señora Baye.

– Hola, Yasmin.

Por la cara de la niña comprendió que Guy no se lo había dicho, pero no le sorprendió. Guy estaba esperando a que Jill se fuera para estar a solas con Yasmin.

– ¿Dónde está tu padre?

Yasmin se encogió de hombros.

– Creo que ha dicho que bajaría al sótano.

Por un momento se quedaron las tres allí. La casa estaba silenciosa como una tumba. Esperaron un par de segundos, un ruido o una señal. No oyeron nada.

Probablemente Guy estaba abajo llorando, se imaginó Tia. Debería llevarse a Jill a casa. No se movieron. De repente Tia se sintió mal. Lo normal era actuar así cuando dejabas a tu hijo en casa de alguien: acompañar al niño a la puerta y comprobar que dentro había un padre o un canguro.

Se sintió como si estuviera dejando sola a Yasmin.

– ¿Guy? -gritó Tia.

– No pasa nada, señora Baye. Ya soy mayor para quedarme sola.

Eso era cuestionable. Estaban en una edad incierta. Seguramente estaban a salvo solos, con los móviles y todo. Jill empezaba a desear más independencia. Decía que había demostrado ser responsable. Adam se quedaba solo cuando tenía la edad de Jill, lo que al final no parecía haber sido una gran idea.

Pero no era esto lo que inquietaba a Tia ahora mismo. No era por dejar a Yasmin sola. El coche de su padre estaba en la entrada. Se suponía que estaba en la casa. Se suponía que debía decirle a Yasmin que su madre había muerto.

– ¿Guy?

Ninguna respuesta.

Las chicas se miraron. Una expresión cruzó sus caras.

– ¿Dónde habéis dicho que creíais que estaba? -preguntó Tia.

– En el sótano.

– ¿Qué hay abajo?

– En realidad nada. Cajas viejas y trastos. Es bastante asqueroso.

¿Para qué habría decidido Guy bajar ahora?

La respuesta obvia era para estar solo. Yasmin había dicho que tenían cajas viejas. Quizá Guy había embalado algunos recuerdos de Marianne y ahora estaba sentado en el suelo mirando fotos viejas. O algo parecido. Y quizá con la puerta del sótano cerrada no la había oído.

Era lo que tenía más sentido.

Tia recordó la figura fugaz que había visto al mirar por la ventanita. ¿Podría haber sido Guy? ¿Se estaría escondiendo de ella? Esto también tenía sentido. Puede que no se viera con ánimos de hablar con ella ahora mismo. Puede que no quisiera ninguna compañía. Podría ser.

Bien, pero a Tia seguía sin gustarle la idea de dejar sola a Yasmin así.

– ¿Guy?

Ahora gritó más fuerte.

Todavía nada.

Se acercó a la puerta del sótano. Lo sentía si deseaba estar solo. Sólo tenía que gritar «estoy aquí». Llamó. No respondió nadie. Cogió la manilla y la giró. Empujó un poco la puerta.

La luz estaba apagada.

Se volvió a mirar a las niñas.

– Cielo, ¿estás segura de que ha dicho que bajaría al sótano?

– Es lo que ha dicho.

Tia miró a Jill, quien asintió. El miedo empezaba a filtrarse insidiosamente. Guy parecía tan deprimido por teléfono y después se había ido solo a un sótano oscuro…

No, nunca. No le haría una cosa así a Yasmin.

Entonces Tia oyó un ruido. Algo sofocado. Algo que rascaba y forcejeaba. Una rata o algo así.

Lo oyó otra vez. No era una rata. Parecía algo más grande.

¿Qué estaba…?

Miró a las dos niñas con seriedad.

– Quiero que os quedéis aquí. ¿Me habéis oído? No bajéis a menos que os llame.

La mano de Tia buscó el interruptor en la pared. Lo encontró y lo apretó. Sus piernas ya la estaban llevando abajo. Y cuando llegó, cuando miró al otro extremo de la habitación y vio a Guy Novak atado y amordazado, reaccionó sin pensarlo dos veces.

Se volvió y corrió hacia arriba.

– ¡Niñas, corred! Salid de la casa…

Las palabras murieron en su garganta. La puerta del sótano ya se cerraba delante de ella.

Un hombre entró en la habitación. Llevaba a Yasmin agarrada del cuello con la mano derecha. En la izquierda tenía a Jill.

38

Carson estaba furioso. Le había echado. Después de todo lo que había hecho por ella, Rosemary sencillamente le había hecho salir de la habitación como a un niño. Y ahora ella estaba dentro hablando con aquel viejo que le había hecho quedar tan mal frente a sus amigos.

Rosemary no se enteraba de nada.

Él la conocía. Siempre utilizaba su belleza y su labia para salir de los apuros. Pero ya no le funcionaría. Buscaría una manera de salvar la piel, y la de nadie más. Cuanto más lo pensaba Carson, peor le parecían sus propias perspectivas. Si la policía entraba en acción y ellos ofrecían a alguien como cordero del sacrificio, Carson sería su principal candidato.

Puede que fuera esto de lo que hablaban ahora.

Tenía lógica. Carson tenía veintidós años, edad más que suficiente para ser juzgado y condenado como adulto. Era con él con quien los adolescentes tenían más trato; Rosemary había sido suficientemente lista para lavarse las manos en este sentido. Carson era también el intermediario con el distribuidor.

Maldita sea, debería haber previsto que ocurriría esto. En cuanto el pobre Spencer se quitó la vida, deberían haberse retirado de la circulación una temporada. Pero había mucho dinero en juego y sus distribuidores le presionaban. El contacto de Carson era un tipo llamado Barry Watkins que siempre llevaba trajes de Armani. Lo invitaba a clubes de caballeros exclusivos. Repartía pasta a diestro y siniestro. Le ofrecía chicas y respeto. Le trataba bien.