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El supervisor del almacén encontró la llave y la metió en la cerradura. Se abrió la puerta y los detectives entraron.

– Tanto horror -dijo Muse-, y Marianne Gillespie no mandó la grabación.

– Parece que no. Sólo amenazó con hacerlo. Lo comprobamos. Guy Novak afirma que Marianne le contó lo del vídeo. Ella quería dejarlo, pensaba que la amenaza era suficiente castigo. Guy no. Así que mandó la grabación a la esposa de Lewiston.

Muse frunció el ceño.

– ¿Qué? -preguntó Cope.

– Nada. ¿Vas a presentar cargos contra Guy?

– ¿Por qué? Mandó un correo electrónico. No es ilegal.

Dos de los agentes salieron de la unidad de almacenaje. Con demasiada parsimonia. Cope sabía lo que eso significaba. Uno de los agentes miró a Cope y asintió con la cabeza.

– Mierda -dijo Muse.

Cope se volvió y fue hacia Neil Cordova. Éste lo vio acercarse. Cope le sostuvo la mirada e intentó no vacilar. Neil se puso a agitar la cabeza en cuanto vio moverse a Cope. Cada vez la sacudía con más fuerza, como si con ese simple gesto pudiera negar la realidad. Cope mantuvo el paso. Neil se había preparado para esto, sabía lo que le esperaba, pero esto nunca amortigua golpes como ése. No tienes alternativa. Ya no puedes esquivarlo o luchar contra él. Tienes que dejar que te aplaste y basta.

Así que cuando Cope llegó a su lado, Neil Cordova dejó de sacudir la cabeza y se derrumbó sobre el pecho de Cope. Sollozó pronunciando el nombre de Reba una y otra vez, diciendo que no era cierto, que no podía ser cierto, suplicando a un poder más alto que le devolviera a su amada. Cope lo sostuvo. Pasaron los minutos. No se sabe cuántos. Cope lo sostuvo y no dijo nada.

Una hora después Cope se fue a casa en coche. Se duchó, se puso el esmoquin y se fue con los padrinos. Cara, su hija de siete años, recibió gritos de admiración al recorrer el pasillo. El propio gobernador presidió las nupcias. Celebraron una gran fiesta con una orquesta y toda la parafernalia. Muse era una de las damas de honor, vestida de gala, elegante y preciosa. Le felicitó con un beso en la mejilla. Cope le dio las gracias. Ésta fue toda la conversación de boda que mantuvieron.

La velada fue un remolino pintoresco, pero en un determinado momento Cope se quedó un par de minutos a solas. Se aflojó la corbata y se desabrochó el botón de arriba de la camisa. En un día había recorrido todo el ciclo, empezando por la muerte y terminando con algo tan alegre como la unión de dos personas. Habría quienes encontraran algo profundo en esto. Cope no. Se quedó escuchando el estruendo de la orquesta que interpretaba una pieza enérgica de Justin Timberlake y contempló a sus invitados intentando bailarla. Por un momento se dejó llevar hacia la oscuridad. Pensó en Neil Cordova, en el golpe desgarrador que había recibido, en lo que estarían pasando ahora él y sus dos hijas.

– ¿Papi?

Se volvió. Era Cara. Su hija le cogió la mano y le miró, con toda la seriedad de sus siete años. Lo sabía.

– ¿Bailas conmigo? -preguntó Cara.

– Creía que no te gustaba bailar.

– Me encanta esta canción. Por favor.

Cope se levantó y fue a la pista de baile. La canción repitió su tonto estribillo sobre volver a ser sexi. Cope empezó a moverse. Cara apartó a la novia de algunos invitados y la arrastró también a la pista de baile. Lucy, Cara y Cope, la nueva familia, bailaron. La música parecía aún más fuerte. Los amigos y la familia aplaudieron dando ánimos. Cope bailó fatal pero con entusiasmo. Las dos mujeres de su vida disimularon la risa.

Cuando las oyó reír, Paul Copeland bailó con más entusiasmo aún, agitando los brazos, meneando las caderas, sudando, girando, hasta que en el mundo no hubo nada más que aquellas dos caras preciosas y el maravilloso sonido de su risa.

Agradecimientos

La idea para este libro se me ocurrió cenando con mis amigos Beth y Dennis McConnell. Gracias por hablar conmigo y discutirlo. Ya veis lo que ha salido de ello.

También quiero dar las gracias a las siguientes personas por contribuir de una forma u otra: Ben Sevier, Brian Tart, Lisa Johynson, Lisa Erbach Vanee, Aaron Priest, Jon Wood, Eliane Benisti, Françoise Triffaux, Christopher J. Christie, David Gold, Anne Armstrong-Coben y Charlotte Coben.

Harlan Coben

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