Anderson arrugó su servilleta en una bola.
– Nos estamos poniendo muy teóricos, ¿no?
– Creo que Dave da en el clavo-dijo Holdenfield-. Patología y pragmatismo. Leonardo Skard, en el papel de Héctor Flores, podría estar ganándose la vida organizando la tortura y decapitación de mujeres que le recuerdan a su madre.
Rodriguez se levantó lentamente de su silla.
– Creo que podría ser un buen momento para hacer una pausa. ¿De acuerdo? Diez minutos. Lavabo, café, etcétera.
– Solo una última idea-dijo Holdenfield-. Con todo lo que hablamos respecto a que mataron a Jillian Perry el día de su boda, ¿a alguien se le ha ocurrido que también era el Día de la Madre? [3]
68
Kline, Rodriguez, Anderson, Blatt, Hardwick y Wigg abandonaron la sala. Gurney estaba a punto de seguirlos cuando vio a Holdenfield, todavía en su silla, sacando una serie de fotocopias de su maletín, fotocopias de diversos anuncios de Karmala. Las extendió ante ella. Gurney fue hasta su lado de la mesa y las miró. Esta vez le causaron un impacto diferente: a la luz de las revelaciones de Ballston, parecían más crudas.
– No lo entiendo-dijo-. Mapleshade supuestamente presenta un remedio para las fijaciones sexuales malsanas. Dios mío, si lo que estoy viendo en las caras de estas mujeres jóvenes refleja el beneficio de la terapia, ¿cómo diablos eran antes?
– Peor.
– ¡Cielo santo!
– He leído algunos de los artículos académicos de Ashton. Sus objetivos son modestos. Mínimos, en realidad. Sus críticos dicen que su enfoque linda con lo inmoral. Muchos terapeutas no lo soportan. No pretende lograr grandes cambios en sus pacientes, parece conformarse con algunos pequeños. Uno de sus comentarios en un seminario profesional se hizo famoso, o tristemente famoso. Disfruta asombrando a sus colegas. Dijo que si podía convencer a una niña de diez años de que le hiciera una felación a su novio de doce en lugar de a su primo de ocho, consideraría que la terapia era un éxito absoluto. En algunos círculos, ese enfoque es un poco polémico.
– Progreso y no perfección, ¿eh?
– Exacto.
– Aun así, cuando miro estas expresiones…
– Una cosa que ha de recordar es que el porcentaje de éxito en ese campo no es alto. Estoy seguro de que incluso Ashton fracasa más veces de las que triunfa. Es la realidad. Cuando tratas con delincuentes sexuales…
Pero Gurney había dejado de escucharla.
«Dios mío, ¿cómo no me había fijado antes?»
Holdenfield lo estaba mirando.
– ¿Qué pasa?
Él no respondió inmediatamente. Había que pensar en aquello, decidir cuánto decir. Eran decisiones cruciales. Pero tomar cualquiera en ese momento se escapaba a su capacidad. Se había quedado casi paralizado al darse cuenta de que la habitación de la foto era la misma en la que había entrado para esconderse del personal de limpieza la noche en que recuperó su copita de absenta. Solo la había visto una fracción de segundo al encender y apagar la luz para orientarse. En ese momento había tenido una extraña sensación de déjà vu, porque ya había visto la distribución del cuarto en la foto de Jillian en la pared de Ashton, pero esa noche en la casa de arenisca no había podido juntar las dos imágenes.
– ¿Qué ocurre?-repitió Holdenfield.
– Es difícil de explicar-dijo, lo cual era en gran medida cierto.
Su voz era tensa. No podía apartar la mirada del anuncio que tenía más cerca. La chica estaba agachada en una cama deshecha, con aspecto exhausto y al mismo tiempo incansable, incitante, amenazante, provocativa. Le sacudió el recuerdo de un retiro religioso en su primer año en St. John Francis: un sacerdote de ojos desorbitados pronunciando un sermón sobre el fuego del Infierno. Un fuego que arde durante toda la eternidad, que devora los gritos de tu carne como una bestia cuya hambre crece a cada mordisco.
Hardwick fue el primero en volver a la sala de conferencias. Miró a Gurney, la foto del anuncio y a Holdenfield, y pareció sentir de inmediato la tensión en el aire. Wigg regresó a continuación y ocupó su sitio delante de su portátil, seguida por un taciturno Anderson y un ansioso Blatt. Kline entró hablando por el teléfono móvil, y Rodriguez tras él. Hardwick se sentó enfrente de Gurney, observándolo con curiosidad.
– Muy bien-dijo Kline, otra vez con el aire de un hombre que consigue lo busca-. Volvamos a ponernos en marcha. Respecto a la cuestión de la verdadera identidad de Héctor Flores:
Rod, creo que había un plan para llevar a cabo nuevas entrevistas a los vecinos de Ashton, para asegurarnos de que no se nos pasara por alto ningún detalle sobre Flores la primera vez. ¿Cómo va eso?
Rodriguez por un momento pareció que iba a decir que aquello era una pérdida de tiempo, pero se volvió hacia Anderson.
– ¿Algo nuevo al respecto?
Anderson cruzó los brazos sobre el pecho.
– Ni un solo hecho nuevo significativo.
Kline lanzó a Gurney una mirada desafiante, ya que la idea de volver a hacer los interrogatorios había sido suya.
Gurney se concentró de nuevo en la discusión y se volvió hacia Anderson.
– ¿Ha logrado separar el material de testigos directos, que es escaso, del material de rumores, que es interminable?
– Sí, lo hemos hecho.
– ¿Y?
– Hay un problema con los datos de testigos directos.
– ¿Cuál es?-intervino Kline con brusquedad.
– La mayoría de los testigos directos están muertos.
Kline pestañeó.
– Repítalo.
– La mayoría de los testigos directos están muertos.
– Dios, le he oído. Explique qué significa eso.
– O sea, ¿quién habló directamente con Héctor Flores, o con Leonardo Skard o comoquiera que se llame ahora? ¿Quién tuvo contacto cara a cara? Jillian Perry, y está muerta. Kiki Muller, y está muerta. Las chicas a las que Savannah Liston vio hablando con él cuando estaba trabajando en los arriates de Ashton en Mapleshade, y han desaparecido, posiblemente están muertas, si han terminado con tipos como Ballston.
Kline parecía escéptico.
– Creía que la gente lo vio en el coche con Ashton o en la ciudad.
– Lo que vieron fue a alguien con sombrero de vaquero y gafas de sol-dijo Anderson-. Ninguno de ellos puede proporcionar una descripción física que valga una mierda, perdón por mi lenguaje. Tenemos un cargamento de anécdotas extravagantes, pero nada más. Parece que todo el mundo cuenta historias que alguien le ha contado.
Kline asintió.
– Eso encaja perfectamente con la reputación de los Skard. Anderson lo miró de soslayo.
– Se supone que eliminan sin piedad a los testigos reales. Parece que todos los que pueden señalar a los chicos Skard terminan muertos. ¿Qué opina, Dave?
– Disculpe, ¿qué?
Kline lo miró de manera extraña.
– Preguntaba si piensa que la disminución del número de personas que podrían identificar a Flores refuerza la idea de que podría ser uno de los Skard.
– A decir verdad, Sheridan, en este momento no sé qué pensar. No dejo de preguntarme si hay alguna cosa cierta en todo lo que se me ocurre en este caso. Temo que me estoy perdiendo algo que lo explicaría todo. He trabajado en muchos casos de homicidio a lo largo de los años y nunca he visto uno que encaje peor que este. Es como si hubiera un elefante en una sala y nadie fuera capaz de verlo.
Kline se echó hacia atrás, reflexivo.
– Esto puede que no sea el elefante en la sala, pero tengo una pregunta que me ha estado inquietando, acerca de las chicas desaparecidas. Comprendo la cuestión del coche, que las chicas son todas legalmente adultas, que les dijeron a sus padres que no las buscaran, pero… ¿no les parece peculiar que ni un solo padre lo haya notificado a la Policía?