– ¿Está pensando que Flores de alguna manera intervino en algún punto del proceso y se hizo con la sangre? Pero ¿por qué? Me temo que no comprendo lo que están diciendo sobre el machete. ¿Qué sentido tiene?
– No estoy seguro, doctor. Pero tengo la sensación de que la respuesta a esas preguntas es la pieza que falta en el centro del caso.
Ashton alzó las cejas de una manera que expresaba más desconcierto que escepticismo. Sus ojos parecían estar moviéndose entre los inquietantes puntos de algún paisaje interior. Al final, los cerró y se recostó en su silla alta, agarrando con las manos los extremos elaboradamente labrados de los reposabrazos, respirando de manera más profunda y controlada, como si estuviera llevando a cabo alguna clase de ejercicio mental de relajación. Pero cuando abrió los ojos otra vez, tenía peor aspecto.
– Qué pesadilla-dijo. Se aclaró la garganta, pero sonó más como un lamento que como una tos-. Díganme algo, caballeros: ¿alguna vez han sentido que han fracasado por completo? Así es como me siento ahora mismo. Cada nuevo horror…, cada muerte…, cada descubrimiento sobre Flores o Skard o como se llame es… Cada extravagante revelación sobre lo que ha estado ocurriendo en realidad en la escuela, todo prueba mi fracaso absoluto. ¡Qué idiota descerebrado he sido!-Negó con la cabeza, o más bien la movió adelante y atrás en un movimiento lento, como si estuviera atrapado por algún tipo de corriente subterránea-. Ese estúpido y fatal orgullo. Pensar que podría curar una plaga con un poder tan increíble y primitivo.
– ¿Una plaga?
– No es el término que mi profesión aplica comúnmente al incesto y al daño que causa, pero creo que es bastante preciso. Cuanto más tiempo trabajo en este campo, más me convenzo de que de todos los crímenes que los seres humanos cometen los unos contra los otros, el más destructivo de lejos es el abuso sexual de un menor a manos de un adulto, en especial de un progenitor.
– ¿Por qué dice eso?
– ¿Por qué? Es sencillo. Los dos modos primarios de relaciones humanas son el parental y el de pareja. El incesto destruye los patrones diferenciados de estas dos relaciones al aplastarlos juntos; básicamente contamina ambos. Creo que se produce un daño traumático en las estructuras neuronales que sostienen las conductas naturales de cada uno de estos modos de relación y que los mantienen separados. ¿Entienden lo que estoy diciendo?
– Eso creo-apuntó Gurney.
– Se me escapa-dijo Hardwick, que había estado observando en silencio la larga conversación entre los dos hombres.
Ashton le lanzó una mirada reprobatoria.
– Una terapia eficaz de esa clase de trauma necesita reconstruir los límites entre el repertorio de respuestas padre-hija y el repertorio de respuestas de pareja. Lo trágico es que ninguna terapia puede equipararse en fuerza (en el descomunal impacto) a la violación que busca reparar. Es como reconstruir con una cucharita de té una pared derribada por una excavadora.
– Pero… ¿no fue ese el problema al que eligió dedicar su carrera?-preguntó Gurney.
– Sí. Y ahora está más que claro que he fracasado. Total y miserablemente.
– No lo sabe.
– ¿Se refiere a que no todas las exalumnas de Mapleshade han elegido desaparecer en algún submundo psicosexual? ¿No todas han sido asesinadas por placer? ¿No todas han continuado teniendo hijos y violándolos? ¿No todas han salido tan enfermas y trastornadas como entraron? ¿Cómo puedo saberlo? Lo único que sé en este momento es que Mapleshade bajo mi control, guiado por mis instintos y decisiones, se ha convertido en un imán para el horror y el asesinato, un coto de caza de un monstruo. Bajo mi liderazgo, Mapleshade ha sido destruido por completo. Eso lo sé.
– Entonces…, ¿ahora qué?-preguntó Hardwick con brusquedad.
– ¿Ahora qué? Ah. La voz de una mente pragmática. -Ashton cerró los ojos y no dijo nada durante al menos un minuto entero. Cuando habló otra vez, lo hizo con tensa vulgaridad-. ¿Ahora qué? ¿El siguiente paso? El siguiente paso para mí es bajar a la capilla, dar la cara, hacer lo que pueda para calmar sus nervios. ¿Cuál es su siguiente paso…? No tengo ni idea. Dicen que han venido por una corazonada. Será mejor que le pregunten a su instinto qué hacer a continuación.
Se levantó de su enorme silla de terciopelo y cogió del cajón del escritorio algo parecido al control remoto de la puerta de un garaje.
– Las luces y las cerraduras de abajo se controlan de manera electrónica-dijo, explicando el mecanismo.
Empezó a irse, llegó hasta la puerta, volvió y encendió el gran monitor de ordenador que tenía detrás de su escritorio. Apareció una imagen: el interior de la capilla, con suelo de piedra y altas paredes también pétreas cuya incolora austeridad quedaba rota por intermitentes cortinas color borgoña e indescifrables tapices. Los bancos de madera oscura no estaban puestos en las habituales filas típicas de las iglesias, sino que los habían reordenado en media docena de zonas de asientos, cada una formada por un triángulo de tres bancos, evidentemente para facilitar la conversación. Había un buen número de chicas adolescentes. Desde los altavoces del monitor se oyó el sonido de voces femeninas.
– Hay una cámara de alta resolución y un micrófono abajo, que transmite a este ordenador-dijo Ashton-. Observen y escuchen. Quizá puedan entender todo esto mejor. -Entonces se dio la vuelta y salió de la oficina.
75
La pantalla del ordenador mostró a Scott Ashton entrando por la parte de atrás de la capilla-detrás de los grupos de bancos-y cerrando la puerta a su espalda con estrépito, con el pequeño mando a distancia todavía en la mano. Las chicas llenaban la mayoría del espacio en los bancos, algunas sentadas normalmente, otras de costado, algunas en posiciones de yoga con las piernas cruzadas, otras de rodillas. Algunas parecían perdidas en sus propios pensamientos, pero la mayoría de ellas estaban participando en conversaciones, unas más audibles que otras.
La sorpresa para Gurney fue lo normales que parecían esas chicas. A primera vista eran como la mayoría de las adolescentes, nadie diría que estaban internas en una institución rodeada de alambre de espino. A esa distancia de la cámara, la perversa conducta que las había llevado allí era invisible. Gurney supuso que solo cara a cara, con sus expresiones más enfocadas, sería obvio que esas criaturas eran más egocéntricas, despiadadas, crueles y guiadas por el sexo que lo común. En última instancia, como ocurría con sus fotos de archivo policial, el signo del peligro, el hielo, estaría en los ojos.
Entonces se fijó en que no estaban solas. En cada uno de los triángulos de bancos había uno o dos individuos mayores, probablemente profesores, consejeros o como llamaran en Mapleshade a quienes proporcionaban orientación y terapia. En un rincón del fondo de la sala, casi invisible en las sombras, se alzaba el doctor Lazarus, con los brazos cruzados y una expresión imperturbable.
Momentos después de que entrara Ashton, las chicas empezaron a fijarse en él y el alboroto de las conversaciones empezó a disminuir. Una de las chicas que parecían mayores, muy atractiva, se acercó a Ashton cuando este se hallaba en la parte de atrás del pasillo central. La chica era alta, rubia, de ojos almendrados.
Gurney miró a Hardwick, que estaba inclinado hacia delante en la silla, estudiando la pantalla.
– ¿Te has fijado en si la ha llamado?-preguntó Gurney.
– Puede que le haya hecho un seña-dijo-. Una especie de saludo. ¿Por qué?
– Simple curiosidad.
En la pantalla de alta definición, los perfiles de Ashton y la chica eran claros hasta el punto de que los movimientos de sus labios resultaban visibles, pero sus voces eran indistintas: palabras y frases que se mezclaban con las voces de un grupo de estudiantes que estaban cerca de ellos.