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Gurney se inclinó hacia el monitor.

– ¿Tienes idea de lo que están diciendo?

Hardwick se concentró intensamente en sus caras, inclinando la cabeza como si eso pudiera aumentar la discriminación de su oído.

En la pantalla, la chica dijo algo y sonrió; Ashton contestó y gesticuló. Acto seguido, el psiquiatra caminó con determinación por el pasillo central y se acercó a una zona elevada del suelo, al parecer el lugar que había ocupado el altar cuando la capilla tenía un uso litúrgico. El hombre se volvió hacia la reunión de estudiantes, de espaldas a la cámara. El murmullo se fundió y enseguida se hizo el silencio.

Gurney miró inquisitivamente a Hardwick.

– ¿Has entendido algo?

Él negó con la cabeza.

– Podría haberle dicho cualquier cosa a la rubia. No he podido distinguir las palabras del ruido de fondo. Quizás alguien que lea los labios. Yo no.

En la pantalla, Ashton empezó a hablar con una autoridad que parecía natural, con su voz de barítono, serena y suave, y más profunda de lo habitual, gracias a la resonante nave neogótica.

– Señoritas-comenzó, modulando la palabra con una gentileza casi reverencial-, han sucedido cosas terribles, cosas espantosas, y todo el mundo está inquieto. Ira, miedo, confusión y malestar. Algunas de vosotras estáis teniendo problemas para dormir. Ansiedad. Pesadillas. Pero no saber lo que realmente está pasando puede ser la peor parte. Queremos saber con qué nos estamos enfrentando, y nadie nos lo dice.

Ashton irradiaba la angustia de los estados mentales a los que se refería. Se había convertido en una imagen de la emoción y la comprensión y, sin embargo, al mismo tiempo, quizás a través de la sonoridad calmada de su voz, su timbre casi de violonchelo, estaba logrando comunicar en un nivel inconsciente, una profunda tranquilidad.

– El tío sabe lo que hace-dijo Hardwick, en el tono de quien admira los dedos ligeros de un magnífico carterista.

– Desde luego es un profesional-coincidió Gurney.

– No tan bueno como tú, campeón.

Gurney torció el gesto en un signo de interrogación.

– Seguro que podría aprender un par de cosas de tu curso en la academia.

– ¿Qué sabes de mi…?

Hardwick señaló a la pantalla.

– Chis. No nos perdamos nada.

Las palabras de Ashton fluían como agua clara sobre rocas pulidas.

– Algunas me habéis preguntado sobre el avance de la investigación. ¿Cuánto sabe la Policía? ¿Qué está haciendo? ¿Está cerca de detener al culpable? Preguntas lógicas, preguntas que muchos de nosotros nos estamos planteando. Creo que ayudaría saber más, que todos tuviéramos la oportunidad de compartir nuestras preocupaciones, de preguntar lo que queramos preguntar, de obtener algunas respuestas. Por eso he invitado a los detectives que trabajan en el caso a venir aquí a Mapleshade mañana por la mañana, para que hablen con nosotros, para que nos cuenten lo que está sucediendo, lo que es probable que pase en el futuro. Ellos tendrán sus preguntas; nosotros, las nuestras. Creo que será una conversación muy útil para todos.

Hardwick sonrió.

– ¿Qué opinas?

– Creo que es…

– ¿Suave como un cerdo engrasado?

Gurney se encogió de hombros.

– Yo diría que es bueno controlando la forma en que la gente ve las cosas.

Hardwick señaló la pantalla.

Ashton estaba cogiendo el teléfono móvil de un clip en su cinturón. Lo miró, frunció el ceño, apretó un botón y se lo llevó a la oreja. Dijo algo, pero las chicas de los bancos habían vuelto a hablar entre ellas, y sus palabras se perdieron de nuevo en la charla de fondo.

– ¿Estás pillando algo?-preguntó Gurney.

Hardwick observó los labios de Ashton y negó con la cabeza.

– Igual que antes cuando estaba hablando con la rubia. Podría haber dicho cualquier cosa.

La llamada terminó y Ashton volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo. Una chica de la parte de atrás estaba levantando la mano, pero Ashton no la vio o no le hizo caso. La chica se levantó y agitó la mano a un lado y a otro, y eso al parecer captó la atención de Ashton.

– ¿Sí? Señoritas… Creo que alguien tiene una pregunta ¿o un comentario?

La chica, que resultó ser la rubia de ojos almendrados a la que Hardwick acababa de referirse, hizo su pregunta.

– He oído un rumor de que hoy han visto a Héctor Flores aquí, en la capilla. ¿Es verdad?

Ashton parecía extrañamente aturdido.

– ¿Qué…? ¿Quién te ha dicho eso?

– No lo sé. Las chicas hablaban en el hueco de la escalera en la casa principal. No estoy seguro de quién lo dijo. Yo no podía verlas desde donde estaba. Pero una dijo que lo había visto, que había visto a Héctor. Si es verdad, da mucho miedo.

– Si fuera cierto, daría miedo-dijo Ashton-. Tal vez la persona que dijo que lo vio nos podrá dar más detalles. Estamos todos aquí. Quien lo dijo también ha de estar aquí. -Miró a las reunidas en un silencio expectante, dejando que pasaran cinco largos segundos antes de añadir con una tolerancia paternal-: Tal vez a algunas personas les gusta difundir rumores espeluznantes. -Pero no sonaba del todo tranquilo-. ¿Hay alguna pregunta más?

Una de las chicas de aspecto más joven levantó la mano y preguntó:

– ¿Cuánto tiempo más hemos de quedarnos aquí?

Ashton sonrió como un padre afectuoso.

– Hasta que el proceso sea útil; ni un minuto más. Espero que en los grupos estéis compartiendo vuestros pensamientos, preocupaciones, sentimientos y, sobre todo, los temores que, como es natural, ha suscitado la muerte de Savannah. Quiero que expreséis todo lo que se os ocurra, que aprovechéis la ayuda que los facilitadores del grupo pueden ofrecer, la ayuda que os podéis prestar unas a otras. El proceso funciona. Sabemos que funciona. Confiad en él.

Ashton bajó del estrado y comenzó a andar por la estancia, al parecer ofreciendo una palabra de aliento aquí y allá, pero sobre todo observando los grupos de discusión alrededor de los bancos. A veces daba la impresión de que escuchaba con atención; otras parecía encerrarse en sus propios pensamientos.

Mientras Gurney observaba, le llamó la atención de nuevo lo raro que era todo aquello. Pese a que estuviera desacralizado, el edificio todavía tenía el aspecto, el olor y daba la impresión de una iglesia. Combinar eso con las energías salvajes y retorcidas de las residentes de Mapleshade ante el despliegue de posibilidades de un caso de asesinato complejo era desconcertante.

En la escena de la capilla, en la pantalla, Ashton continuaba su paseo entre las estudiantes y sus «facilitadores», pero Gurney había dejado de prestar atención.

Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el cojín de terciopelo de la silla. Se concentró lo mejor que pudo en su simple respiración, en el aire que entraba y salía por su nariz. Estaba tratando de vaciar su mente de lo que parecía una maraña incoherente de escombros. Casi lo logró, pero un pequeño detalle se negaba a ser barrido.

Un pequeño detalle.

Era un comentario de Hardwick que había estado mordisqueando el borde de su conciencia, el que había hecho cuando le había preguntado si había entendido lo que Ashton le había dicho a la chica que se le había acercado cuando este había entrado en la capilla.

Hardwick había respondido que la voz de Ashton se mezclaba con todas las demás voces de la capilla. Era indistinguible y las palabras se volvían indescifrables.

Podría haberle dicho cualquier cosa.

Esa idea había estado molestando a Gurney.

Y en ese momento supo por qué.

Había desencadenado un recuerdo, primero de un modo inconsciente.

Pero ahora lo percibió con claridad.

Otro momento. Otro lugar. Scott Ashton en una conversación seria con una joven rubia en el amplio espacio de un césped bien cuidado. Una conversación que no podía escucharse. Una conversación cuyas palabras se perdieron en el trasfondo de un centenar de otras voces. Una conversación en la que Scott Ashton podría haber dicho cualquier cosa a Jillian Perry.