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– Espera un segundo, olvidas una cosa: ¿cómo demonios le rebanó el cuello, a través de las carótidas, sin salpicarse de sangre? O sea, ya sé eso del informe del forense sobre la sangre por el otro lado del cadáver y mi propia idea de cómo el asesino habría usado la cabeza para desviar la sangre. Pero tendría que salpicar algo.

– Quizá salpicó.

– ¿Y nadie se fijó?

– Piensa en ello, Jack, en la escena del vídeo. Ashton llevaba un traje oscuro. Cae en un arriate lleno de barro. Un lecho de rosas. Con espinas. Estaba hecho un desastre. Recuerdo que algunos invitados lo llevaron a la casa. Me jugaría mi pensión a que fue directo al cuarto de baño. Eso le ofrecería una oportunidad de deshacerse del hacha, quizás incluso de cambiarse el traje por otro también lleno de barro, para poder salir aún hecho un desastre, pero sin rastro de sangre de la víctima.

– Joder-murmuró Hardwick, pensativo-. ¿De verdad crees todo eso?

– Para ser sincero, Jack, no tengo ninguna razón para creerlo. Pero es posible.

– Hay algunos problemas, ¿no te parece?

– ¿Como el problema de que un famoso psiquiatra sea un asesino despiadado? ¿Poco creíble?

– De hecho, esa es la parte que más me gusta-dijo Hardwick.

Gurney sonrió por primera vez ese día.

– ¿Algún otro problema?-preguntó.

– Sí. Si Flores no estaba en la cabaña cuando mataron a Jillian, ¿dónde estaba?

– Quizá ya estaba muerto-dijo Gurney-. Tal vez Ashton lo mató para que pareciera el culpable que había huido. O quizás el escenario que acabo de dibujar está tan lleno de agujeros como cualquier otra teoría sobre el caso.

– Así que este tipo, o bien es el autor de un crimen extraordinario, o bien es su víctima inocente. -Hardwick miró al monitor de detrás del escritorio de Ashton-. Para ser un hombre cuyo mundo se está derrumbando, parece muy tranquilo. ¿Adónde ha ido a parar toda la desesperación?

– Parece que se ha evaporado.

– No lo entiendo.

– ¿Resistencia emocional? ¿Está poniendo buena cara?

Hardwick parecía cada vez más desconcertado.

– ¿Por qué quería que viéramos esto?

Ashton caminaba con lentitud por la capilla, casi imperioso, como un gurú entre sus discípulos. Tranquilo. Seguro de sí mismo. Imperturbable. Irradiaba más placer y satisfacción a cada minuto. Un hombre poderoso y respetado. Un cardenal del Renacimiento. Un presidente de Estados Unidos. Una estrella del rock.

– Scott Ashton parece una piedra preciosa con muchas caras-dijo Gurney, fascinado.

– O un cabrón asesino-replicó Hardwick.

– Hemos de decidir cuál de las dos cosas es.

– ¿Cómo?

– Reduciendo la ecuación a sus términos elementales.

– ¿Que son…?

– Supongamos que Ashton mató a Jillian.

– ¿Y que Héctor no estuvo involucrado?

– Exacto-dijo Gurney-. ¿Qué seguiría después de ese punto de partida?

– Que Ashton es un buen mentiroso.

– Así que quizá nos ha estado contando un montón de mentiras y no nos hemos enterado.

– ¿Mentiras sobre Héctor Flores?

– Exacto-dijo Gurney de nuevo, frunciendo el entrecejo, pensativo-. Sobre… Héctor… Flores.

– ¿Qué pasa?

– Solo estaba pensando.

– ¿Qué?

– ¿Es posible… que…?

– ¿Qué?-preguntó Hardwick.

– Espera un momento. Solo quiero…-La voz de Gurney se fue apagando; su mente iba a mil por hora.

– ¿Qué?

– Solo… reduciendo… la ecuación. Reduciéndola a lo más simple… posible…

– Dios, deja de pararte en medio de las frases. ¡Escúpelo!

Dios, no podía ser tan simple, ¿no?

Pero quizá lo era. Tal vez era perfecta y ridículamente simple.

¿Por qué no lo había visto antes?

Se rio.

– Por el amor de Dios, Gurney…

No lo había visto antes porque había estado pensando en la pieza que faltaba. Y no había podido encontrarla. Por supuesto que no había podido encontrarla. No faltaba ninguna pieza. Nunca había faltado una pieza. Sobraba una pieza. Una que no dejaba de interponerse en medio de todo, que había estado entrometiéndose en el camino de la verdad desde el principio. La pieza que había sido fabricada específicamente para que se interpusiera en el camino de la verdad.

Hardwick lo estaba mirando con frustración.

Gurney se volvió hacia él con una sonrisa desquiciada.

– ¿Sabes por qué no pudieron encontrar a Héctor Flores después del asesinato?

– ¿Porque estaba muerto?

– No creo. Hay tres posibles explicaciones. Una: escapó como pensamos que hizo. Dos: está muerto, víctima del asesino de Jillian Perry. O tres…: nunca estuvo vivo.

– ¿De qué coño estás hablando?

– Es posible que Héctor Flores nunca existiera, que nunca hubiera ningún Héctor Flores, que solo fuera un personaje creado por Scott Ashton.

– Pero todas las historias…

– Habrían salido del propio Ashton.

– ¿Qué?

– ¿Por qué no? Las historias se empiezan, cobran vida propia, una idea que tú mismo has expresado muchas veces. ¿Por qué no podrían tener todas las historias un mismo punto de partida?

– Pero hubo gente que vio a Héctor Flores en el coche de Ashton.

– Vieron a un jornalero mexicano con sombrero de vaquero y gafas de sol. El hombre que vieron podría ser cualquiera que Ashton hubiera contratado ese día en particular.

– Pero no entiendo cómo…

– ¿No lo ves? Ashton podría haber creado él mismo todas las historias, todos los rumores. El alimento perfecto para el cotilleo. El nuevo jardinero especial. El mexicano maravillosamente eficaz. El hombre que aprendió todo tan deprisa. Un tipo con un potencial tremendo. El hombre Cenicienta. El protegido. El asistente personal de confianza. El genio que empezó a hacer cosas raras. El hombre que estaba desnudo sobre un solo pie en el pabellón del jardín. Muchas historias, muy interesantes, coloridas, asombrosas, deliciosas, repetibles. El alimento perfecto para los chismes, ¿no lo ves? Alimentó a sus vecinos con una serie de rumores irresistibles, y estos la continuaron, se la contaron unos a otros, la embellecieron, la contaron a los desconocidos. Creó a Héctor Flores de la nada y lo convirtió en leyenda, capítulo tras capítulo. Una leyenda de la que Tambury no podía dejar de hablar. El hombre se hizo más grande que un gigante, más real que la realidad.

– ¿Y la bala en la taza de té?

– Lo más fácil del mundo. Ashton podría haber disparado la bala él mismo, esconder el arma y denunciar el robo. Era perfectamente creíble que el mexicano loco y desagradecido hubiera robado el caro rifle del doctor.

– Pero las chicas con las que Héctor habló en Mapleshade…

– Las chicas con las que, al parecer, habló están todas convenientemente muertas o desaparecidas. Así que: ¿cómo sabemos que habló con alguna de ellas? No podemos hablar con nadie que lo viera cara a cara. ¿Eso no es de por sí bastante extraño?

Se miraron el uno al otro y luego a la pantalla del ordenador, donde se veía a Ashton hablando con dos de las chicas, señalando varias partes de la capilla. Parecía relajado y al mando, como el general victorioso el día de la rendición del enemigo.

Hardwick negó con la cabeza.

– ¿De verdad crees que a Ashton se le ocurrió este elaborado plan, que se inventó un personaje y logró alimentar la ficción durante tres años, solo para tener a alguien a quien culpar en caso de que algún día decidiera casarse y asesinar a su mujer? ¿No te suena un poco ridículo?