JEFE LUNTZ. Me cago en Dios, Carol…
CAROL LUNTZ. Burt, eso es blasfemia. Te tengo dicho que no hables así. Jefe Luntz. Entendido, sin blasfemar. Escucha, esta es la cuestión: has oído algo de alguien que ha oído algo de alguien que ha oído algo de alguien…
CAROL LUNTZ. Muy bien, Burt, ¡ahórrate el sarcasmo!
Se quedaron en silencio. Al cabo de aproximadamente un minuto, el jefe trató de coger uno de los canapés que sostenía en la mano izquierda y llevárselo a la boca. Por fin lo logró, utilizando la base de su copa como una palita. Su mujer puso mala cara, apartó la mirada, se acabó la copa y empezó a marcar con el pie los ritmos que procedían del mini-Partenón. Su expresión se tornó festiva, bordeando en lo maniaco, y su mirada vagó entre la multitud como buscando algún famoso. Cuando uno de los camareros se acercó con una bandeja de bebidas variadas, cambió la copa vacía por otra llena. El jefe de Policía ahora estaba observándola con labios apretados, en una expresión dura.
JEFE LUNTZ. ¿Qué tal si frenas un poco?
CAROL LUNTZ. ¿Perdón?
JEFE LUNTZ. Ya me has oído.
CAROL LUNTZ. Alguien tenía que decir la verdad.
JEFE LUNTZ. ¿Qué verdad?
CAROL LUNTZ. La verdad sobre el mexicano viscoso de Scott.
JEFE LUNTZ. ¿La verdad? Puede que sea solo un pequeño y estúpido rumor embellecido por una de tus amigas idiotas: una mentira absoluta, una calumnia digna de denunciarse.
Mientras los ánimos de los Luntz se caldeaban, al fondo se veía a Ashton y a Jillian, a la izquierda de la escena, a una distancia de la cámara que hacía que su conversación no se pudiera oír. Al final, Jillian se volvió y caminó en dirección a la cabaña, cuya fachada posterior lindaba con el bosque, y Ashton se dirigió de nuevo hacia los Luntz con expresión de inquietud.
Cuando Carol Luntz vio que Ashton se acercaba, apuró su margarita de un par de tragos rápidos. Su marido reaccionó con una palabra inaudible murmurada entre dientes. (Gurney bajó la mirada a la transcripción de audio, pero no había interpretación.)
El jefe de Policía, cambiando de expresión cuando Ashton se unió a ellos, preguntó:
– Bueno, Scott, ¿todo va bien? ¿Todo en orden?
– Eso espero-dijo Ashton-. Bueno, ojalá Jillian simplemente…-Negó con la cabeza y su voz se fue apagando.
– Oh, Dios-exclamó Carol Luntz, con bastante esperanza-. No pasa nada, ¿verdad?
Ashton negó con la cabeza.
– Jillian quiere que Héctor se una a nosotros para el brindis nupcial. Antes nos ha dicho que no quiere y…, en fin, eso es todo. -Sonrió de manera extraña, bajando la mirada a la hierba.
– ¿Y él qué problema tiene?-preguntó Carol, inclinándose hacia Ashton.
Hardwick pulsó el botón de pausa, congelando a Carol en una pose conspirativa. Se volvió hacia Gurney con la pasión de un hombre que comparte una revelación.
– Esta es la clásica zorra que disfruta con los problemas. Le gusta saborear cada detalle, simula que está rebosando empatía. Llora por tu dolor y espera que mueras para poder llorar más y mostrar al mundo lo mucho que le importa.
Gurney percibía la verdad en el diagnóstico, pero le costaba digerir el exceso de Hardwick.
– ¿Y luego?-preguntó, volviéndose de manera impaciente hacia la pantalla.
– Tranquilo. Mejora. -Hardwick pulsó el botón de play, reanimando la conversación entre Carol Luntz y Scott Ashton.
Ashton estaba diciendo:
– Es una estupidez, no quiero aburrirles con eso.
– Pero ¿qué pasa con ese hombre?
– insistió Carol, hablando como en un gemido.
Ashton se encogió de hombros, como si estuviera exhausto para poder mantener el secreto por más tiempo.
– Héctor tiene una actitud negativa hacia Jillian. Ella, por su parte, está decidida a resolver sea lo que sea que haya ocurrido entre ellos. Por esa razón insistió en que yo lo invitara a nuestra recepción, y he intentado hacerlo en dos ocasiones, hace una semana y de nuevo esta mañana. En ambas ocasiones rechazó la invitación. Ahora mismo Jillian me ha llamado para decirme que pretende sacarlo de su cabaña para el brindis nupcial. En mi opinión, es una pérdida de tiempo y ya se lo he dicho.
– ¿Por qué se molesta con… él?-Carol Luntz trastabilló al final, como si hubiera buscado un epíteto desagradable sin encontrarlo.
– Buena pregunta, Carol, pero no tengo respuesta.
Su comentario fue seguido por un cambio al encuadre de otra cámara, una cámara posicionada para cubrir un cuadrante de la propiedad que incluía la cabaña, el jardín de rosas y la mitad de la mansión. Jillian, la novia de álbum de fotos, estaba llamando a la puerta de la cabaña.
Una vez más, Hardwick paró el vídeo, por lo que la imagen se distorsionó en una especie de mosaico en la pantalla.
– Muy bien-dijo-. Aquí estamos. Ahora empiezan los catorce minutos críticos. Los catorce minutos en los que Héctor Flores mata a Jillian Perry Ashton. Los catorce minutos en los cuales le corta la cabeza con un machete, sale por la ventana de atrás y escapa sin dejar rastro. Esos catorce minutos empiezan cuando ella entra y cierra la puerta.
Hardwick soltó el botón de pausa y la acción se reanudó. Jillian abrió la puerta de la cabaña, entró y cerró la puerta tras de sí.
– Esta-dijo Hardwick, señalando la pantalla-es la última vez que la vieron viva.
La imagen permanecía en la cabaña mientras Gurney imaginaba el asesinato que estaba a punto de ocurrir detrás de las ventanas con cortinas de flores.
– Has dicho que Flores sale por la ventana de detrás y escapa sin dejar rastro después de matarla. ¿Estás hablando literalmente?
– Bueno-dijo Hardwick, haciendo una pausa teatral-, he de decir… sí y no.
Gurney suspiró y esperó.
– La cuestión es que la desaparición de Flores tiene un eco familiar. -Hardwick hizo otra pausa acentuada por una sonrisa artera-. Había un rastro desde la ventana de atrás de la cabaña que se adentraba en el bosque.
– ¿Qué quieres decirme, Jack?
– Ese rastro hacia el bosque se interrumpe a ciento cincuenta metros de la casa.
– ¿Qué estás diciendo?
– ¿No te recuerda nada?
Gurney lo miró con incredulidad.
– ¿Te refieres al caso Mellery?
– No conozco muchos más casos donde las huellas se interrumpan en medio del bosque sin ninguna explicación clara.
– Entonces, ¿qué estás diciendo?
– Nada en concreto. Solo me preguntaba si habías pasado por alto un cabo suelto cuando resolviste la locura del caso Mellery.
– ¿Qué clase de cabo suelto?
– ¿La posibilidad de un cómplice?
– ¿Un cómplice? ¿Estás loco? Sabes tan bien como yo que no había nada en el caso Mellery que sugiriera siquiera la posibilidad remota de más de un culpable.
– ¿No será que estás un poco susceptible con ese tema?
– ¿Susceptible? Me ponen susceptible las sugerencias que son una pérdida de tiempo y que no se basan en nada más que tu desquiciado sentido del humor.
– ¿Así que es todo una coincidencia?-Hardwick estaba haciendo sonar la nota precisa de desdén que Gurney sentía como unas uñas que rascaran una pizarra.
– ¿Qué es todo, Jack?
– Las similitudes del modus operandi.
– Será mejor que me digas enseguida de qué estamos hablando.
La boca de Hardwick se alargaba a ambos lados, quizás en una sonrisa, tal vez en una mueca.
– Mira la película-dijo-. Solo quedan unos minutos.
Pasaron unos pocos minutos. En la pantalla no estaba ocurriendo nada significativo. Varios invitados caminaron hacia el arriate que bordeaba la cabaña y una de las mujeres del grupo, la que antes Hardwick había identificado como la mujer del vicegobernador, parecía estar llevando a cabo una especie de visita botánica, hablando enérgicamente mientras señalaba distintas flores. El grupo salió poco a poco del encuadre como si estuviera unido por hilos invisibles a su guía. La cámara permaneció enfocada en la cabaña. Las ventanas con cortinas no dejaban ver nada.