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– ¿Cómo?

– Como un loco.

– Estás loco -dijo Gurney con ligereza.

También estaba pensando que durante los diez meses transcurridos desde que habían participado en el caso Mellery, la actitud de Hardwick hacia el capitán Rod Rodriguez, por alguna razón, había progresado de despectiva a envenenada.

– Quizá lo estoy-dijo Hardwick, tanto para sus adentros como para Gurney-. Parece que es la opinión consensuada. -Se volvió y miró otra vez por la ventana del estudio. Ahora estaba más oscuro: la cumbre norte casi negra contra un cielo de pizarra.

Gurney se preguntó si Hardwick lo estaba invitando de una manera extraña a mantener una conversación más íntima. ¿Tenía un problema del que podría estar dispuesto a hablar?

Fuera cual fuese la puerta que había dejado entornada, enseguida la cerró. Pivotó sobre sus talones, de nuevo con una chispa de sarcasmo en la mirada.

– Hay una pregunta sobre los catorce minutos. Puede que no fueran exactamente catorce. Me gustaría contar con tu omnisciente perspectiva…-Se apartó de la ventana, se sentó en el brazo del sofá más alejado de Gurney y habló hacia la mesita de café como si esta fuera un canal de comunicaciones entre ellos-. No hay duda del momento en que el cronómetro se pone en marcha. Cuando Jillian entra en la cabaña, está viva. Diecinueve minutos más tarde, cuando Ashton abrió la puerta, estaba sentada a la mesa en dos piezas. -Arrugó la nariz y añadió-: Cada pieza con su propio charco de sangre.

– ¿Diecinueve? ¿No catorce?

– Catorce desde que la chica del cáterin llama y no obtiene respuesta. La hipótesis razonable sería que la víctima no respondió, porque ya estaba muerta.

– Pero no necesariamente.

– No necesariamente, porque en ese momento podría haber recibido órdenes de Flores con un machete en la mano, diciéndole que mantuviera la boca cerrada.

Gurney pensó en ello, lo imaginó.

– ¿Tienes alguna preferencia? -preguntó Hardwick.

– ¿Preferencia?

– ¿Crees que le dieron el gran tajo antes o después de la señal del minuto catorce?

«El gran tajo.» Gurney suspiró, porque conocía la rutina. Hardwick provocaba y su público esbozaba una mueca. Era probable que aquel humor ofensivo fuera algo de toda la vida, un estilo reforzado por el cinismo imperante en el mundo de los cuerpos policiales, que se había ido agudizando y agriando con la edad, que se hacía más concentrado por sus problemas profesionales y la mala relación con su jefe.

– ¿Y? -insistió Hardwick -. ¿Qué opinas? -

Casi con certeza antes de la primera llamada a la puerta. Probablemente mucho antes. Lo más probable es que un minuto o dos después de que entrara en la cabaña.

– ¿Por qué?

– Cuanto antes lo hiciera, más tiempo tendría para escapar después de que descubrieran el cadáver. Más tiempo tendría para deshacerse del machete, para hacer lo que hizo para que los perros siguieran la pista hasta allí, para llegar adonde iba a ir antes de que el barrio se inundara de policías.

Hardwick parecía escéptico, pero no más de lo habituaclass="underline" se había convertido en su rasgo natural.

– ¿Estás suponiendo que todo fue parte de un plan, que todo fue premeditado?

– Esa sería mi interpretación. ¿Lo ves de manera diferente?

– Hay problemas de una manera u otra.

– ¿Por ejemplo?

Hardwick negó con la cabeza.

– Primero, dame tu argumento para la premeditación.

– La posición de la cabeza.

La boca de Hardwick se transformó en una mueca.

– ¿Qué pasa con eso?

– La forma en que lo describiste: de cara al cuerpo, con la tiara en su lugar. Suena como una disposición deliberada que significaba algo para el asesino o que pretendía que significara algo para alguien más. No hay nada de furia del momento.

Hardwick tenía aspecto de estar experimentando un reflujo ácido.

– El problema con la premeditación es que ir a la cabaña fue idea de la víctima. ¿Cómo iba a saber Flores que iba a hacer eso?

– ¿Cómo sabes que ella no lo había discutido con él antes?

– Le dijo a Ashton que solo quería pedirle a Flores que se uniera al brindis nupcial.

Gurney sonrió, esperó a que Hardwick pensara en lo que estaba diciendo.

Hardwick se aclaró la garganta con incomodidad.

– ¿Crees que es mentira? ¿Que tenía alguna otra razón para ir a la cabaña? ¿Que Flores la había engañado antes y ella estaba mintiendo a Ashton sobre la cuestión del brindis? Eso son grandes suposiciones basadas en nada.

– Si el asesinato fue premeditado, tuvo que ocurrir algo así.

– ¿Y si no fue premeditado?

– No tiene sentido, Jack. Eso no fue un impulso. Fue un mensaje. No sé cuál era el destinatario ni qué significaba. Pero no me cabe duda de que era un mensaje.

Hardwick puso cara de sentir otro reflujo ácido, pero no discutió.

– Hablando de mensajes, encontramos uno extraño en el teléfono móvil de la víctima: un SMS que le enviaron una hora antes de que la mataran. Decía: «Por todas las razones que he escrito». Según la compañía telefónica, el mensaje salió del teléfono de Flores, pero estaba firmado por «Edward Vallory». ¿Ese nombre significa algo para ti?

– Nada.

La habitación se había oscurecido y apenas podían verse el uno al otro en extremos opuestos del sofá. Gurney encendió la lámpara que estaba a su lado, a un lado de la mesa.

Hardwick se frotó otra vez la cara, con las palmas de ambas manos.

– Antes de que me olvide, quería mencionar una pequeña cosa que observé en la escena y que se recordó en el informe del forense y que me pareció extraña. Podría no significar nada, pero… la sangre en el cuerpo en sí, en el torso, estaba delante.

– ¿Delante?

– Sí, en el lado más alejado de donde Flores podría haber estado de pie cuando usó el machete.

– ¿Adónde quieres llegar?

– Bueno, ¿sabes…? ¿Sabes que, de alguna manera, absorbes todo lo que ves en la escena de un homicidio? Entonces empiezas a imaginar qué es lo que hizo alguien para que las cosas estén así.

Gurney se encogió de hombros.

– Claro. Es automático. Es lo que hacemos.

– Bueno, estoy mirando cómo la sangre de las carótidas brotaba por el otro lado de su cuerpo, a pesar de que el torso estaba sentado recto, como apoyado en los brazos de la silla, y me estoy preguntando por qué. O sea, hay una arteria en cada lado, entonces ¿cómo es que toda la sangre cayó para un lado?

– ¿Y cómo lo imaginas?

Hardwick mostró los dientes en una rápida mueca de desagrado.

– Imaginé a Flores cogiéndola por el pelo con una mano y con la otra pasando el machete con todas sus fuerzas por el cuello, lo cual coincide bastante con lo que el forense cree que ocurrió.

– ¿Y?

– Y entonces… Entonces sostiene la cabeza cercenada en ángulo contra el cuello pulsante. En otras palabras, usa la cabeza para desviar la sangre, para impedir que le caiga a él.

Gurney empezó a asentir lentamente.

– El momento definitorio del sociópata…

Hardwick ofreció una pequeña mueca de asentimiento.

– No es que cortarle la cabeza hubiera dejado muchas dudas sobre el estado mental del asesino. Pero… hay algo sobre el… sentido práctico del gesto que resulta en cierto modo inquietante. Hay que tener agua helada en las venas…

Gurney continuó asintiendo. Podía ver y sentir la tesis de Hardwick.

Los dos hombres se quedaron varios segundos en silencio, reflexionando.

– Hay otra pequeña curiosidad que me inquieta-dijo Gurney-. Nada macabro, solo un poco desconcertante.

– ¿Qué?

– La lista de invitados de la recepción de boda.