Gurney dio la vuelta al formulario, buscó la hoja de seguimiento del interrogatorio que debería haberse realizado posteriormente a Withrow Perry, pasando páginas de la pila de la que procedía, pero no logró encontrarla. O quizá no estaba. Tal vez se había perdido, como sucedía a veces durante la transferencia del caso de un investigador jefe a otro, en este caso del descabellado Hardwick al torpe Blatt. Era probable.
Fue a por una segunda taza de café.
13
Podría haberse debido a varias cosas: la reciente inyección de cafeína, una inquietud que surgía de estar sentado en la misma silla demasiado tiempo, la opresiva perspectiva de abrirse camino en solitario en plena noche a través de ese paisaje de documentos sin orden de prioridad, las cosas aparentemente no investigadas referidas al paradero de Withrow Perry y su rifle en la tarde del 17 de mayo. Quizá fue todo eso lo que le llevó a coger el móvil y llamar a Jack Hardwick. Todo eso además de una idea que se le había ocurrido sobre la taza de té hecha añicos.
Respondieron la llamada después de cinco tonos, cuando Gurney ya estaba pensando en el mensaje que iba a dejar.
– ¿Sí?
– Mucho encanto en ese saludo, Jack.
– Si hubiera sabido que eras tú no me habría esforzado tanto. ¿Qué pasa?
– Me has dado un archivo muy grande.
– ¿Tienes alguna pregunta?
– Estoy revisando quinientas páginas. Solo me preguntaba si querías orientarme en alguna dirección en particular.
Hardwick prorrumpió en una de sus risas roncas; sonó más como una pistola de aire comprimido que como una emoción humana.
– Mierda, Gurney, se supone que Holmes no ha de preguntarle a Watson qué dirección seguir.
– Deja que lo plantee de otra manera-dijo él, recordando lo complicado que era conseguir una respuesta simple de Hardwick-. ¿Hay algunos documentos en esta montaña de basura que crees que me resultarán especialmente interesantes?
– ¿Como fotos de mujeres desnudas?
Estos juegos con Hardwick podían prolongarse mucho. Gurney decidió mudar las reglas, cambiar de tema, pillarlo desprevenido.
– Jillian Perry fue decapitada a las 16.13-anunció-. Treinta segundos más, treinta segundos menos.
Hubo un breve silencio.
– ¿Cómo coño…?
Gurney imaginó la mente de Hardwick como si fuera una pelota que rebotara sobre el terreno del caso-alrededor de la cabaña, el bosque, el césped-, tratando de encontrar la pista que se le había pasado. Después de dejar que se sintiera asombrado y frustrado, susurró:
– La respuesta está en las hojas de té. -Luego cortó la comunicación.
Hardwick llamó al cabo de diez minutos, más deprisa de lo que Gurney había esperado. Y es que, sorprendentemente, acechando dentro de esa personalidad exasperante, había una mente muy despierta. Gurney se preguntó hasta dónde podría haber llegado aquel hombre y cuánto más feliz podría ser si no se obstruyera tanto con su propia actitud. Por supuesto, esa era una pregunta que se podía hacer sobre mucha gente, y él no era una excepción.
Gurney no se molestó en decir hola.
– ¿Estás de acuerdo conmigo, Jack?
– No es seguro.
– Nada lo es. Pero entiendes la lógica, ¿verdad?
– Claro-dijo Hardwick, consiguiendo expresar que la entendía sin estar impresionado por ella-. La hora en que el Departamento de Policía de Tambury recibió la llamada de Ashton sobre la taza de té fue a las cuatro y cuarto. Y Ashton dijo que entró en la casa en cuanto se dio cuenta de lo que había ocurrido. Haciendo algunas suposiciones sobre el tiempo que tardó en llegar de la mesa del patio al teléfono más cercano dentro de la casa, quizá mirar por la ventana un par de veces en busca de algún rastro de quien había disparado, marcar el número del Departamento de la Policía en lugar del 911, dejando un par de tonos antes de que respondiera, todo eso situaba el disparo de escopeta alrededor de las cuatro y trece. Pero eso fue el disparo de escopeta. Para relacionarlo como lo estás haciendo con el momento exacto del asesinato de la semana anterior, has de dar tres enormes saltos. Uno, el tipo que disparó a la taza de té es el mismo que mató a la novia. Dos, sabía exactamente el momento en que la mató. Tres, quería enviar un mensaje al hacer añicos la taza de té en el mismo minuto de la misma hora del mismo día de la semana. ¿Es eso lo que estás diciendo?
– Se acerca bastante.
– No es imposible. -La voz de Hardwick conjuró la expresión habitualmente escéptica que había grabado líneas permanentes en su rostro-. Pero ¿y qué? ¿Qué diferencia hay entre si es verdad o no?
– Todavía no lo sé. Pero hay algo respecto al efecto del eco…
– Una cabeza cercenada y una taza de té destrozada, ambas en medio de una mesa, con una semana de distancia.
– Algo así-dijo Gurney, dubitativo de repente. El tono de Hardwick tenía la virtud de hacer que las ideas de otras personas parecieran absurdas-. Pero volviendo a la montaña de basura que me has echado encima, ¿hay algún sitio por donde empezar?
– Empieza por donde quieras, campeón. No te decepcionará. Cada hoja de papel tiene al menos un giro extraño. Nunca he visto un caso más raro y más retorcido. O una gente más rara y más retorcida. ¿Qué me dice el instinto? Sea lo que sea lo que esté pasando, no es lo que parece.
– Una pregunta más, Jack. ¿Cómo es que no hay constancia de interrogatorio de seguimiento con Withrow Perry en relación con el incidente de la taza de té?
Después de un momento de silencio, Hardwick emitió una risa que sonó casi como un rebuzno.
– Agudo, Davey, muy agudo. Has apuntado a eso muy deprisa. No hubo un interrogatorio oficial porque fui oficialmente relevado del caso el mismo día que descubrimos que el buen doctor era dueño del arma perfecta para meter una bala en una taza de té desde trescientos metros de distancia. Lo calificaría como una estúpida omisión del nuevo investigador jefe, ¿no?
– ¿Supongo que no te esforzaste mucho en recordárselo?
– No permiten que me acerque a la investigación. Me avisó de ello nada menos que nuestro estimado capitán.
– ¿Y te sacaron del caso porque…?
– Ya te lo he dicho. Hablé de manera inapropiada con mi superior. Le informé de lo limitado de su enfoque. También es posible que aludiera a lo limitado de su inteligencia y su falta de diligencia para el mando en general.
Pasaron diez largos segundos sin que ninguno de los hombres hablara.
– Lo dices como si lo odiaras, Jack.
– ¿Odiarlo? No. No lo odio. No odio a nadie. Amo a todo el puto mundo.
14
Después de despejar justo el espacio suficiente para su portátil, entre un par de pilas de documentos en la mesa larga, Gurney introdujo en Google Earth la dirección de Ashton en Tambury. Centró la imagen en la cabaña y en el bosquecillo que se hallaba detrás, y aumentó la resolución al máximo disponible. Con la ayuda de los datos de escala anexos a la imagen y la información de dirección y distancia desde la parte de atrás de la cabaña que constaba en el expediente del caso, logró reducir la localización del hallazgo del arma del crimen a una zona bastante pequeña de la arboleda, a unos treinta metros de Badger Lane. Así que después de salir de la cabaña por la ventana, Flores caminó o corrió hacia allí, cubrió parcialmente la hoja del arma todavía ensangrentada con algo de tierra y hojas, y luego… ¿qué? ¿Logró llegar a la carretera sin dejar ningún otro olor que pudieran seguir los perros? ¿Se dirigió colina abajo a la casa de Kiki Muller? ¿O ella estaba en su coche, esperando en la carretera para ayudarlo a escapar, esperando para huir a una nueva vida que habían estado planeando juntos?