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Gurney sonrió.

– Una idea que debió de suscitar reacciones.

– Oh, sí. Por supuesto, gran parte de la reacción tenía que ver con la elección de palabras de Scott: perfecto e imperfecto. Algunos de sus colegas interpretaron su lenguaje como una glorificación del sociópata. -Los ojos de Marian Eliot brillaban de excitación-. Pero todo eso formaba parte de su plan. En resumen: consiguió la atención que quería. A la edad de veintitrés años era el tema de conversación del mundillo.

– Así que es listo y sabe cómo…

– Espere-lo interrumpió ella-, ese no es el final de la historia. Unos meses después de que su libro armara una controversia, se publicó otro libro que en esencia era un ataque en toda regla a la teoría de la empatía de Scott. El título del libro con la tesis opuesta era Corazón y alma. Era riguroso y bien argumentado, pero su tono era completamente diferente. Su mensaje era que lo único que cuenta es el amor, y que la «porosidad de frontera», como Scott había descrito la empatía, era de hecho un salto evolutivo hacia delante y la esencia misma de las relaciones humanas. La gente de la profesión estaba dividida en grupos opuestos. Se generaron decenas de artículos periodísticos. Se escribieron cartas apasionadas. -Eliot se sentó contra el brazo del banco, observando la expresión de Gurney.

– Tengo la sensación de que hay más-dijo este.

– La verdad es que sí. Un año después se descubrió que Scott Ashton había escrito ambos libros. -Hizo una pausa-. ¿Qué opina de eso?

– No estoy seguro de qué pensar de ello. ¿Cómo se recibió en la profesión?

– Rabia total. Sensación de que les habían tomado el pelo a todos. Parte de verdad hay en eso. Pero los libros en sí eran intachables. Ambas contribuciones eran perfectamente legítimas.

– ¿Y cree que todo eso fue para atraer la atención sobre sí mismo?

– No-soltó-. ¡Por supuesto que no! El tono era para captar la atención. Hacerse pasar por dos autores en conflicto entre ellos era captar atención. Pero había un propósito más profundo, un mensaje más profundo destinado a cada lector: has de decidirte, encontrar tu propia verdad.

– ¿Diría que Ashton es un tipo listo?

– Brillante, en realidad. Nada convencional e impredecible. Sabe escuchar como nadie y aprende deprisa. Y es una figura extrañamente trágica.

Gurney tenía la impresión de que, a pesar de tener casi setenta años, Marion Eliot estaba afligida con algo que no podría reconocer: estaba locamente enamorada de un hombre que tenía casi tres décadas menos que ella.

– ¿Se refiere a «trágico» en el sentido de lo que ocurrió en el día de su boda?

– Va un poco más allá de eso. El asesinato, por supuesto, terminó formando parte de ello. Pero considere los arquetipos míticos incorporados en la historia desde el principio hasta el final. -Hizo una pausa, dándole tiempo a tal consideración.

– No estoy seguro de haberla entendido.

– Cenicienta… Pigmalión… Frankenstein.

– ¿Está hablando de la evolución de la relación de Scott Ashton con Héctor Flores?

– Exacto. -Le dedicó una sonrisa de aprobación, como si él fuera un buen estudiante-. La historia tiene un inicio clásico: un extraño entra en el pueblo, hambriento, buscando trabajo. Un terrateniente local, un hombre acaudalado, lo contrata, lo acoge en su casa, lo prueba en diversas tareas, ve potencial en él, le da cada vez más responsabilidad, le proporciona una nueva vida. El pobre trabajador doméstico, en efecto, es elevado mágicamente a una nueva vida rica. No es la historia de Cenicienta en sus detalles de género, pero desde luego sí en su esencia. Sin embargo, en la relación Ashton-Flores, la historia de Cenicienta es solo el primer acto. Luego se pone en marcha un nuevo paradigma, cuando el doctor Ashton queda cautivado por la oportunidad de moldear a su estudiante en algo más grande, cuando quiere llevarlo a su máximo potencial, esculpir la estatua en una especie de perfección, dar vida a Héctor Flores en el sentido más completo posible. Le compra libros, un ordenador, cursos en línea, pasa cada día horas supervisando su educación, empujándolo hacia una especie de perfección. No es exactamente como el mito de Pigmalión, pero se parece mucho. Ese fue el segundo acto. El tercero, por supuesto, se convirtió en la historia de Frankenstein. Concebido para ser la mejor de las criaturas humanas, resulta que Flores alberga los peores defectos y que llevó la desolación y el horror a la vida del genio que lo creó.

Asintiendo lenta y apreciativamente, Gurney asimiló todo ello, fascinado no solo por los paralelismos entre el cuento de hadas y los sucesos de la vida real, sino también por la insistencia de Marian Eliot en su enorme significado. Los ojos de la mujer ardían con convicción y algo de triunfalismo. La pregunta que Gurney se hacía era: ¿el triunfo estaba relacionado de algún modo con la tragedia, o simplemente reflejaba una satisfacción académica en relación con la profundidad de su propia comprensión?

Después de un breve silencio en el que su excitación remitió, la mujer preguntó:

– ¿Qué estaba esperando descubrir de Carl?

– No lo sé. Quizá por qué su casa está mucho más ordenada en el interior que fuera.

Gurney no lo dijo completamente serio, pero Marian Eliot respondió con un tono de mujer de negocios.

– Cuido de Carl regularmente. No ha sido él mismo desde que desapareció Kiki. Es comprensible. Mientras estoy ahí, dejo las cosas donde creo que deberían estar. En realidad no es nada. -Miró por encima del hombro de Gurney en dirección a la casa de Muller, escondida detrás de una hectárea de árboles-. Cuida mejor de sí mismo de lo que usted cree.

– ¿Ha oído su opinión sobre los latinos?

Ella emitió un suspiro breve y exasperado.

– La postura de Carl en esta cuestión no es muy diferente de los discursos de campaña de ciertas figuras públicas.

Gurney le dedicó una mirada de curiosidad.

– Sí, lo sé, es un poco intenso con eso, pero considerando…, bueno, considerando la situación con su esposa…-La voz de Eliot se fue apagando.

– ¿Y el árbol de Navidad en septiembre? ¿Y las felicitaciones navideñas?

– Le gustan. Lo alivian. -Se levantó, cogió con mano firme la azada que había apoyado en el tronco del manzano y saludó con la cabeza a Gurney en un gesto rápido que indicaba que daba la conversación por concluida. Desde luego, hablar sobre la locura de Carl no era su actividad favorita-. Tengo trabajo que hacer. Buena suerte con sus investigaciones, señor Gurney.

O bien lo había olvidado, o bien conscientemente había elegido no seguir su anterior interés por las piezas faltantes del rompecabezas. Gurney se preguntó de qué se trataba.

El gran Airedale al parecer notó un cambio en la atmósfera emocional, pues apareció de repente al lado de su dueña.

– Gracias por su tiempo. Y su percepción-dijo Gurney-. Espero que me dé la oportunidad de hablar otra vez con usted.