– ¿Quién abusó de ella?
– No fue solo una persona.
– ¿Quiénes fueron, entonces?
– Según un recuento no verificado, fueron los amigos adictos al crac de Val Perry y el abuso ocurrió repetidamente cuando ella tenía entre tres y siete años.
– Dios. ¿Hay registros de intervención legal, expedientes de servicios sociales?
– Nada de eso se denunció en su momento.
– Pero ¿todo salió a la luz cuando finalmente la enviaron a Mapleshade? ¿Qué hay del registro del tratamiento que le dieron, afirmaciones que ella hizo a sus terapeutas?
– No hay nada. Debería explicarle algo sobre Mapleshade. Para empezar, es una escuela, no un centro médico. Una escuela privada para jóvenes con problemas especiales. Desde hace unos años he admitido un porcentaje creciente de estudiantes cuyos problemas se centran en cuestiones sexuales, en especial en el abuso.
– Me han dicho que trata a los abusadores, más que a los que han sufrido los abusos.
– Sí, aunque lo de «tratar» no es la palabra correcta, porque no se trata, como he dicho, de un centro médico. Y la línea entre abusador y el que ha sufrido los abusos, el abusado, no es siempre tan clara como podría pensar. Lo que quiero destacar es que Mapleshade es eficaz porque es discreto. No aceptamos derivaciones judiciales ni de servicios sociales ni de seguros médicos ni ayuda estatal, no proporcionamos ningún diagnóstico médico o psiquiátrico, y (esto es de suma importancia) no guardamos historiales de pacientes.
– Sin embargo, la escuela, aparentemente, tiene fama de ofrecer tratamientos de vanguardia, o como quiera llamarlo, dirigidos por el afamado doctor Scott Ashton. -La voz de Gurney adoptó un tono más cortante, al cual Ashton no mostró reacción.
– Estos trastornos llevan añadido un estigma mayor que ningún otro. Saber que todo aquí es absolutamente confidencial, que no hay expedientes de casos o formularios de aseguradoras o notas de terapia que puedan ser sustraídas o requeridas por un juez, es una ventaja inestimable para nuestra clientela. Desde un punto de vista legal solo somos una escuela de secundaria privada con un personal bien preparado que está disponible para mantener charlas informales sobre diversas cuestiones delicadas.
Gurney se recostó en el sillón, dándole vueltas a la inusual estructura de Mapleshade y a lo que aquello implicaba. Quizá percibiendo su inquietud, Ashton añadió:
– Tenga en cuenta esto: la sensación de seguridad que nuestro sistema ofrece permite que nuestros estudiantes y sus familias nos cuenten cosas que nunca soñarían con divulgar si la información fuera a ir a parar a un expediente. No hay fuente de culpa, vergüenza y miedo más profunda que los trastornos con los que tratamos aquí.
– ¿Por qué no le reveló el horrendo historial de Jillian al equipo de investigación?
– No había razón para hacerlo.
– ¿No había razón?
– A mi mujer la mató mi jardinero psicótico, que luego escapó. La obligación de la Policía es localizarlo. ¿Qué debería haber dicho? Oh, por cierto, cuando mi mujer tenía tres años, fue violada por los amigos enloquecidos de su madre adictos al crac. ¿Cómo ayudaría eso a detener a Héctor Flores?
– ¿Qué edad tenía cuando hizo la transición de víctima a abusadora?
– Cinco.
– ¿Cinco?
– Esta área de disfunción siempre asombra a la gente de fuera del campo. La conducta es muy inconsistente con lo que nos gusta considerar la inocencia de la infancia. Desafortunadamente, los abusadores de cinco años de niños aún más pequeños no son tan raros como podría pensar.
– Madre mía. -Gurney miró con creciente preocupación la foto de la pared-. ¿Quiénes fueron sus víctimas?
– No lo sé.
– ¿Val Perry sabe todo esto?
– Sí. Todavía no está preparada para hablar de ello con detalle, en caso de que se esté preguntando por qué no se lo contó. Pero por eso acudió a usted.
– No le sigo.
Ashton respiró hondo.
– Val actúa impulsada por la culpa. Para resumir una historia que es muy complicada, a los veintitantos años ella estaba metida en el mundo de la droga y no era una gran madre. Se rodeó de adictos aún más desquiciados que ella, lo cual llevó a la situación de abuso que he descrito, que a su vez llevó a Jillian a cometer agresiones sexuales y a sufrir otros trastornos de conducta con los que Val no podía tratar. La culpa la desgarraba; es un cliché manido pero preciso. Se sentía responsable por todos los problemas en la vida de su hija y ahora se siente culpable por su muerte. Está frustrada por la investigación policial oficiaclass="underline" sin pistas, sin progresos, sin cierre. Creo que acudió a usted en un intento final de hacer algo bien por Jillian. Ciertamente, demasiado poco y demasiado tarde, pero es lo único que se le ocurrió. Uno de los agentes del DIC le habló de usted, de su reputación como detective de Homicidios en la ciudad; ella leyó algunos artículos en la revista New York y decidió que representaba su mejor y última oportunidad para enmendar el haber sido una madre terrible. Es patético, pero ahí está.
– ¿Cómo sabe todo esto?
– Después del asesinato de Jillian, Val estuvo al borde de una crisis nerviosa y todavía lo está. Hablar de estas cosas era una forma de mantener la cordura.
– ¿Y usted?
– ¿Yo?
– ¿Cómo ha mantenido la cordura?
– ¿Es eso curiosidad o sarcasmo?
– Su relato del suceso más horrible de su vida, y cómo habla de la gente implicada en ello, parece desapegada. No sé cómo interpretarlo.
– ¿No? Cuesta de creer.
– ¿Y eso qué significa?
– Tengo la impresión, detective, de que respondería del mismo modo a la muerte de alguien cercano a usted. -Miró a Gurney con la neutralidad del terapeuta clásico-. Sugiero el paralelismo como una forma de ayudarle a comprender mi posición. Se está preguntando: «¿Está ocultando su emoción por la muerte de su mujer o no tiene ninguna emoción que ocultar?». Antes de que le dé la respuesta, piense en lo que vio en el vídeo.
– ¿Se refiere a su reacción a lo que vio en la cabaña?
La voz de Ashton se endureció y habló con una rigidez que parecía vibrar con el poder de una furia apenas contenida.
– Creo que parte de la motivación de Héctor era infligirme dolor. Lo consiguió. Mi dolor está registrado en ese vídeo. Es un hecho que no puedo cambiar. No obstante, tomé la resolución de no volver a mostrar nunca ese dolor. A nadie. Nunca.
Los ojos de Gurney descansaron en la delicada taracea del tablero de ajedrez.
– ¿No tiene ninguna duda sobre la identidad del asesino?
Ashton pestañeó, dando la impresión de que tenía problemas para entender la pregunta.
– ¿Perdón?
– ¿No tiene ninguna duda de que Héctor Flores fue la persona que mató a su mujer?
– Ninguna duda. He pensado en la insinuación que hizo ayer de que Carl Muller podría estar involucrado pero, la verdad, no lo veo.
– ¿Es posible que Héctor fuera homosexual y que el motivo del crimen…?
– Eso es absurdo.
– Es una teoría que la Policía estaba considerando.
– Sé algunas cosas sobre sexualidad. Confíe en mí. Héctor no era gay. -Miró deliberadamente su reloj.
Gurney se recostó en la silla; esperó a que Ashton estableciera contacto visual con él.
– Hace falta ser una persona especial para dedicarse al campo al que se dedica.
– ¿Y eso qué significa?
– Tiene que ser deprimente. He oído que los agresores sexuales son casi imposibles de curar.
Ashton se recostó como Gurney, le sostuvo la mirada y apoyó los dedos bajo la barbilla.
– Es una generalización de los medios. Mitad verdad, mitad absurdo.
– Aun así, tiene que ser un trabajo difícil.
– ¿Qué clase de dificultad está imaginando?
– Toda la tensión… Hay mucho en juego. Las consecuencias del fracaso.