Entonces, en el silencio abierto que siguió a la diatriba, se oyó desde la flauta de la otra sala la inquietante melodía de Danny Boy.
La música asaltó a Gurney lentamente, de manera debilitante, como si abrieran una tumba. Pensó que tendría que excusarse, encontrar un pretexto para abandonar la entrevista, huir de allí. Habían pasado quince años, y aun así la canción era insoportable. Pero luego la flauta se detuvo. Gurney se sentó, con dificultades para respirar, como un soldado traumatizado por la guerra esperando que se reanude la artillería distante.
– ¿Le ocurre algo?-Kale lo estaba mirando con curiosidad. El primer impulso de Gurney fue mentir, ocultar la herida. Pero entonces pensó: ¿por qué? La verdad era la verdad. Era lo que era. Dijo:
– Tenía un hijo con ese nombre.
Kale parecía desconcertado.
– ¿Qué nombre?
– Danny.
– No entiendo.
– La flauta… Eh… no importa. Un viejo recuerdo. Lamento la interrupción. Estaba describiendo la… transición de un tipo de centro a otro.
Kale frunció el ceño.
– Transición es un término benigno para un cambio radical.
– Pero ¿la escuela continúa siendo exitosa?
La sonrisa de Kale destelló como el hielo.
– Se puede ganar mucho dinero albergando a los retoños dementes de padres culpables. Cuanto más terroríficos son, más están dispuestos a pagar los padres.
– ¿Al margen de que mejoren?
La risa de Kale era tan fría como su sonrisa.
– Permítame que deje esto perfectamente claro, detective, para que no le quede ninguna duda de lo que estamos hablando. Si descubriera que su hija de doce años ha estado violando a niños de cinco, estaría dispuesto a pagar cualquier cosa para que esa hija demente desaparezca unos años.
– ¿Esas son las que se envían a Mapleshade?
– Exacto.
– ¿Como Jillian Perry?
La expresión de Kale pasó por una serie de tics y muecas.
– Mencionar nombres de estudiantes concretos en un contexto como este nos pone al borde de un campo minado desde el punto de vista legal. Lamento no poder darle un respuesta específica.
– Ya tengo descripciones fiables de la conducta de Jillian. Solo la menciono porque la cronología plantea una pregunta: ¿no la enviaron a Mapleshade antes de que el doctor Ashton alterara el foco de la escuela?
– Eso es verdad. No obstante, sin decir nada ni en un sentido ni en otro respecto a Jillian Perry, puedo decirle que Mapleshade tradicionalmente aceptaba estudiantes con un amplio abanico de problemas, y siempre había unas pocas que estaban mucho más enfermas que las demás. Lo que hizo Ashton fue concentrar la política de admisiones de Mapleshade en las más enfermas. Dele a cualquiera de ellas un gramo de coca y sería capaz de seducir a un caballo. ¿Eso responde a su pregunta?
La mirada de Gurney descansó, pensativa, sobre la pequeña estufa roja.
– Comprendo su reticencia a violar sus compromisos de confidencialidad. No obstante, a Jillian Perry ya no se le puede hacer daño, y encontrar a su asesino podría depender de descubrir más sobre sus pasados contactos. Si Jillian alguna vez le confió algo sobre…
– Alto ahí. Lo que se me confiara a mí sigue siendo confidencial.
– Hay mucho en juego, doctor.
– Sí, lo hay. La integridad está en juego. No revelaré nada de lo que se me contó con el sobreentendimiento de que no lo revelaría, ¿está claro?
– Por desgracia, sí.
– Si quiere saber cosas sobre Mapleshade y su transformación de escuela a zoo, podemos discutirlo en términos generales. Pero no hablaré sobre los detalles particulares. Vivimos en un mundo resbaladizo, detective, por si no lo ha notado. No tenemos ningún punto de apoyo más allá de nuestros principios.
– ¿Qué principio dictó su marcha de Mapleshade?
– Mapleshade se convirtió en un hogar de psicópatas sexuales. La mayoría de ellas no necesitaban terapeutas, sino más bien exorcistas.
– Cuando usted se fue, ¿Mapleshade contrató a alguien para reemplazarlo?
– Contrató a alguien para el mismo puesto. -Había acritud en aquella clara distinción y algo muy parecido a auténtico odio en los ojos de Kale.
– ¿A qué clase de persona?
– Se llama Lazarus. Eso lo dice todo.
– ¿Por qué?
– El doctor Lazarus tiene la misma calidez y vivacidad que un cadáver. -Había una irrevocabilidad amarga en la voz de Kale que le dijo a Gurney que la entrevista había terminado.
Como dándole la entrada, la flauta empezó a sonar otra vez y la melodía lastimera de Danny Boy lo propulsó lejos de la casa.
33
La fábula vital, el sueño fundamental, la visión que lo había cambiado todo, era ahora tan vívida para él como la primera vez que la experimentó.
Era como ver una película y estar en ella al mismo tiempo, olvidando luego que era una película, y viviéndola, sintiéndola como una experiencia más real que lo que había sido la vida llamada real.
Era siempre igual.
Juan el Bautista estaba descalzo y desnudo salvo por una tela que apenas le cubría los genitales. La sujetaba con un cinturón de piel vuelta del cual colgaba un cuchillo de caza primitivo. Estaba de pie junto a una cama revuelta, en un espacio que parecía ser al mismo tiempo una habitación y una mazmorra. No había ataduras visibles que lo sujetaran, sin embargo, no podía mover ni brazos ni piernas. La sensación era claustrofóbica y sentía que, si perdía el equilibrio y caía en la cama, se asfixiaría.
A la mazmorra, bajando por escalones de piedra oscuros, llegó Salomé. Fue hacia él envuelta en un remolino de perfume y seda transparente. Se quedó delante de él, contoneándose, bailando, moviéndose más como una serpiente que como un ser humano. La seda se deslizó, desapareciendo, revelando una piel marfileña, unos pechos sorprendentemente grandes para el cuerpo ligero, unas nalgas redondas, increíblemente perfectas y letales. El cuerpo contorsionándose en anticipación del placer.
El arquetipo de la degradación.
Eva el súcubo.
Encarnación de la serpiente.
Esencia del mal.
Encarnación de la lujuria.
Retorciéndose, bailando como una serpiente.
Danzando en torno a él, pegada a él. Un pegajoso sudor formándose en los pechos temblorosos, gotitas de sudor en la comisura de los labios. La descarga eléctrica de las piernas contra las suyas, las piernas separándose, el roce del vello púbico contra su muslo, un grito de horror creciendo en su pecho, el horror acelerado en su sangre. El grito pugnando por estallar en su corazón. Al principio un pequeño gemido contenido, construyéndose, tensándose a través de los dientes apretados. Los ojos de ella ardiendo, la entrepierna apretada contra la suya, ardiendo, su grito alzándose, estallando, ahora un rugido, un torrente de sonido, el rugido de un ciclón equilibrando el mundo, liberando los brazos y piernas de su parálisis, su cuchillo de caza transformado ahora en una espada, una cimitarra bendita. Con toda la fuerza del Cielo y la Tierra, blande su gran cimitarra-la mueve en un arco dulce y perfecto-sin apenas sentir que atraviesa el sudor del cuello de ella, la cabeza que cae, libre. Al caer, desapareciendo a través del suelo de piedra, el cuerpo húmedo se seca en un polvo gris y desaparece, barrido por un viento que a él le calienta el alma, que lo llena de luz y paz, que lo colma con el conocimiento de su identidad verdadera, con su misión y su método.