– Empecé a sentirme mareado en la comida y después, en el coche, tenía problemas para recordar la conversación que tuvimos. -Era verdad, aunque era una verdad minimizada.
– Me estás diciendo que te emborrachaste. -La voz de Madeleine era más inquisitiva que afirmativa.
– Quizá. Pero… no estoy seguro.
– ¿Crees que te drogaron?
– Es una de las posibilidades que he estado considerando. Aunque no tiene ningún sentido. El caso es que he registrado la casa y lo único que sé seguro es que algo va mal y que la oferta de cien mil dólares era, desde luego, un cuento. Pero en realidad te he llamado para decirte que acabo de salir de Manhattan y que llegaré a casa dentro de dos horas y media. Siento mucho no haberte llamado antes.
– No corras.
– Te veo pronto. Te quiero.
Casi se le pasó la última salida de Harlem River Drive al puente George Washington. Tras una mirada rápida a su derecha, dio un volantazo hacia el carril de salida y la rampa, huyendo del estruendo indignado de un claxon.
Era demasiado tarde para llamar a Kline, pero si de verdad Hardwick había vuelto al caso, podría saber algo sobre la investigación de Karmala y la referencia a la familia Skard en el mensaje de teléfono del fiscal. Con un poco de suerte, Hardwick estaría despierto, cogería el teléfono y estaría dispuesto a hablar.
Sus tres suposiciones resultaron ciertas.
– ¿Qué pasa, Sherlock? ¿No podías esperar hasta mañana para felicitarme por mi reincorporación?
– Felicidades.
– Aparentemente, los tienes a todos creyendo que las exalumnas de Mapleshade están cayendo como moscas y hay que interrogar a todo el mundo, lo cual ha creado esta enorme falta de medios que ha obligado a Rodriguez a reincorporarme. Casi le ha estallado la cabeza.
– Me alegro de que hayas vuelto. Tengo un par de preguntas que hacerte.
– ¿Sobre el chucho?
– ¿El chucho?
– El que desenterró a Kiki.
– ¿De qué demonios estás hablando, Jack?
– El airedale curioso de Marian Eliot. ¿No lo habías oído?
– Cuéntame.
– Ella estaba trabajando en su jardín de rosas con Melpómene atado a un árbol.
– ¿Quién?
– El airedale se llama Melpómene. Es una perra muy sofisticada. De alguna manera Melpómene logra soltarse de la cuerda. Se va hasta la casa de los Muller y empieza a escarbar en torno a la leñera. Cuando la señora Eliot llega para llevársela, Melpómene ya ha cavado un buen hoyo. Algo capta la atención de la vieja señora Eliot. ¿Adivina qué?
– Jack, por el amor de Dios, dímelo y punto.
– Creyó que era uno de sus guantes de jardinería.
– Por el amor de Dios, Jack…
– Piénsalo. ¿Qué podría parecerse a un guante?
– Jack…
– Era una mano en descomposición.
– ¿Y la mano estaba unida al cuerpo de Kiki Muller, la mujer que supuestamente se fugó con Héctor Flores?
– La misma.
Gurney se quedó en silencio durante cinco segundos.
– ¿Tienes los engranajes girando, Sherlock? ¿Deduciendo, induciendo o lo que coño hagas?
– ¿Cómo reaccionó el marido de Kiki?
– ¿El loco Carl? ¿El hombre del tren debajo del árbol? Ninguna reacción. Creo que su psiquiatra lo tiene tan embutido con ansiolíticos que está más allá de toda reacción. Es un puto zombi. O un actor alucinante.
– ¿Hay alguna fecha aproximada de la muerte?
– La acaban de desenterrar esta mañana. Pero desde luego llevaba mucho tiempo en el suelo. Quizás unos meses, lo cual nos devuelve al momento de la desaparición de Héctor.
– ¿Causa de la muerte?
– El forense no ha dicho aún nada por escrito, pero por mi observación del cadáver me atrevería a adivinarla.
Hardwick hizo una pausa. Gurney apretó los dientes. Sabía lo que iba a decir a continuación.
– Diría que la causa de la muerte podría estar relacionada con el hecho de que le habían cortado la cabeza.
46
Tras llegar a casa pasada la medianoche, Gurney durmió tan poco que se levantó con la sensación de no haber dormido nada en absoluto.
Por la mañana, tomando un café con Madeleine, atribuyó el desasosiego a sus sospechas en relación con «Jykynstyl» y a la creciente intensidad del caso Perry. Sin decirlo, también lo atribuyó a los metabolitos de fuera cual fuese la sustancia química que le habían suministrado.
– Deberías haber ido al hospital.
– No me pasará nada.
– Tal vez tendrías que volver a la cama.
– Están pasando muchas cosas. Además, estoy demasiado nervioso para dormir.
– ¿Qué vas a hacer?
– Trabajar.
– Sabes que es domingo, ¿verdad?
– Claro.
Pero en realidad lo había olvidado. Su confusión lo estaba asustando. Tenía que hacer alguna cosa, concentrarse en algo concreto: un camino a la claridad, un pie delante de otro.
– Quizá deberías llamar a la oficina de Dichter y preguntarle si puede encontrarte una hora hoy.
Él negó con la cabeza. Dichter era su médico de cabecera. El doctor Dichter. La estúpida aliteración siempre le hacía sonreír, pero ese día no.
– Dices que puede ser que te drogaran. ¿Te lo estás tomando lo bastante en serio? ¿De qué clase de droga estás hablando?
No iba a sacar a relucir el espectro del Rohipnol. Sus asociaciones sexuales desencadenarían una explosión de preguntas y preocupaciones que no se sentía capaz de discutir.
– No estoy seguro. Supongo que era algo con efectos amnésicos similares al alcohol.
Ella lo escrutó con la mirada, lo que lo hacía sentirse desnudo.
– Fuera lo que fuese-dijo Dave-, ya está pasando. -Sabía que su tono transmitía despreocupación o, al menos, ansiedad por pasar a otro asunto.
– A lo mejor deberías tomar algo para contrarrestarlo.
Él negó con la cabeza.
– Estoy seguro de que el proceso de desintoxicación natural de mi organismo se ocupará de ello. Lo que necesito mientras tanto es algo en lo que concentrarme.
Esa idea lo llevó directamente al caso Perry, que lo llevó a la llamada a Hardwick de la tarde anterior, que lo llevó a darse cuenta de repente de que su discusión sobre Melpómene y la mano en descomposición de Kiki Muller había hecho que se olvidara de por qué había llamado a Hardwick.
Al cabo de un momento estaba al teléfono con él.
– ¿Skard?-dijo Hardwick con voz rasposa-. Sí, ese nombre surgió en relación con Karmala Fashion. Por cierto, es domingo por la mañana. ¿Tan urgente es?
Con Hardwick nada era fácil. Pero si le seguías el juego podías hacerlo menos difícil. Una forma era aumentar el nivel de vulgaridad.
– ¿Qué te parece la urgencia de un tiro en las pelotas?
Durante un par de segundos, Hardwick se quedó en silencio, como si considerara el número de puntos que iba a concederle por lo ingenioso de la expresión.
– Resulta que Karmala Fashion es una empresa complicada, difícil de localizar. Es propiedad de otra empresa, que es propiedad de otra empresa, que es propiedad de otra empresa en las Islas Caimán. Es muy difícil saber a qué clase de negocio se dedican en realidad. Pero parece que hay una conexión sarda y que esta está relacionada con la familia Skard. Los Skard, presuntamente, son muy mala gente.
– ¿Presuntamente?
– No quiero dar a entender que haya ninguna duda sobre eso. Lo que pasa es que no hay pruebas legales. Según nuestros amigos de la Interpol, ningún miembro de la familia Skard ha sido condenado por nada nunca. Los testigos potenciales siempre cambian de opinión. O desaparecen.