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– ¿Y?

– Y hay un tronco de árbol en la parte de atrás de esa zona que es visible a través de huecos en el follaje desde el ángulo del patio, que también es el ángulo de una de las cámaras.

– ¿Y?

– Ese tronco, repito, está en la parte de atrás de la ruta que Flores habría tomado para colocar el machete donde se encontró. Ese tronco se ve de manera clara y continua en el vídeo de alta definición grabado por esa cámara.

– ¿Adónde quieres llegar?

– He visto el vídeo tres veces para estar absolutamente seguro. Jack, nadie pasó por delante de ese árbol.

Hardwick sonó apagado.

– No lo entiendo.

– Yo tampoco. ¿Hay alguna posibilidad de que el machete del bosque no fuera el arma homicida?

– Era una coincidencia perfecta de ADN. La sangre fresca en el machete era de Jillian Perry. El factor de error es de menos de uno entre un millón. Por no mencionar que el informe del forense se refiere a un golpe fuerte con una cuchilla pesada y afilada. ¿Y cuál es la alternativa? ¿Que Flores se deshizo en secreto de un segundo machete ensangrentado, la verdadera arma homicida, después de pasar parte de la sangre de ese al primero? Pero, de todos modos, tenía que ir allí a dejarlo donde lo encontramos. Me refiero a… ¿De qué demonios estamos hablando? ¿Cómo no iba a ser el arma homicida?

Gurney suspiró.

– Así que básicamente estamos ante una situación imposible.

48

Recuerdos perfectos

« Si los hechos se contradicen entre sí, algunos de ellos no son hechos.»

Uno de sus instructores de la academia del Departamento de Policía de Nueva York había hecho esa observación un día en clase. Gurney nunca la había olvidado.

Si iba a sacar conclusiones sobre el contenido del vídeo, necesitaba poner a prueba su objetividad un poco más. En la funda del DVD constaba el número de teléfono de la empresa, Perfect Memories, que se había ocupado de la grabación.

Marcó el número y dejó un mensaje en el que mencionaba los nombres de Ashton y Perry. Apenas había concluido cuando su teléfono sonó y Perfect Memories apareció en el identificador de llamadas.

– ¿En qué puedo ayudarle?-le preguntó una voz femenina profesionalmente agradable y alerta.

Gurney explicó quién era y cómo estaba intentando ayudar a Val Perry, madre de la difunta novia, y lo importante que creía que sería el material de vídeo producido por Perfect Memories para capturar al psicópata que había matado a Jillian y ayudar a la familia a cerrar el duelo. Lo único que necesitaba era una respuesta absolutamente cierta a una pregunta, pero necesitaba oírla de la persona que supervisó el proyecto.

– Yo soy esa persona.

– ¿Y usted es…?

– Jennifer Stillman. Soy directora gerente.

Directora gerente. Sonaba a título británico. Un bonito toque para el mercado de clase alta.

– Lo que necesito saber, Jennifer, es si hubo pausas en las grabaciones originales.

– Rotundamente no. -Su respuesta fue escueta e inmediata.

– ¿Ni siquiera durante una fracción de segundo?

– Rotundamente no.

– Parece muy segura. ¿La pregunta ha surgido antes?

– La pregunta no, pero sí el requisito específico.

– ¿Requisito?

– De hecho, en el contrato de producción estaba escrito que el vídeo tenía que cubrir todo el terreno durante toda la recepción, de principio a fin, sin dejar fuera nada en absoluto. Al parecer, la novia lo quería, literalmente, todo grabado, cada centímetro de la recepción durante cada segundo que durase.

El tono de Jennifer Stillman le decía a Gurney que no se trataba de una petición estándar, o al menos que el énfasis de la cliente no era el estándar. Preguntó sobre ello para estar seguro.

– Bueno…-La mujer vaciló-. Diría que era inusualmente importante para ellos. O al menos para ella. Cuando el doctor Ashton nos pasó la petición, parecía un poco…-Una vez más vaciló-. No debería estar diciendo nada de esto. No leo la mente.

– Jennifer, esto es importante. Como sabe, se trata de un caso de homicidio. Mi principal preocupación es que pueda estar seguro de que el DVD contiene un registro de vídeo ininterrumpido, sin que falte nada, sin que falten fotogramas.

– Desde luego no faltan fotogramas. Los agujeros crearían saltos en el código de tiempo y nuestro ordenador lo señalaría.

– Vale, es bueno saberlo. Gracias. Solo una cosa más, ¿estaba empezando a decir algo sobre el doctor Ashton?

– En realidad no. Solo… Era solo que parecía un poco avergonzado de hablar de la obsesión de su prometida con que cada instante de la recepción quedara grabado. Como si quizás estuviera avergonzado por el sentimentalismo romántico o tal vez pensara que era infantil, lo cierto es que no lo sé. No es tarea mía juzgar por qué la gente quiere lo que quiere. El cliente siempre tiene razón.

– Gracias, Jennifer. Ha sido muy útil.

Puede que no fuera parte del trabajo de Jennifer Stillman juzgar por qué la gente quería lo que quería, pero era una gran parte del trabajo de Gurney. Comprender las motivaciones podía ser crucial y en ese momento se le ocurrió una muy rara: una razón por la que una persona podría querer una cobertura total en vídeo era la seguridad. O porque pensaba que el efecto disuasorio de múltiples cámaras que grabaran continuamente impediría que ocurriera algún suceso temido, o porque quería tener un registro irrefutable de cualquier cosa que sucediera.

Y luego estaba la cuestión de quién quería todas las cámaras funcionando. A Gurney no se le había escapado que la solicitud se le había presentado a la señora Stillman como procedente de Jillian, pero ella en persona no había estado presente y la solicitud la había transmitido Ashton. Así que podría haber sido idea de Ashton y haberla presentado como idea de su prometida. Pero ¿por qué iba a hacerlo? ¿Qué importaba de quién había sido la idea?

La posibilidad de que él o ella hubieran estado motivados por la seguridad que ofrecían las cámaras-la posibilidad de que al menos uno de ellos, quizás ambos, tuviera motivos para temer lo que podría ocurrir ese día-era intrigante.

La razón más clara que justificaría su preocupación habría sido Flores, del que se decía que había estado actuando de manera extraña. Tal vez el énfasis en la cámara había venido de Jillian, tal y como había dicho Ashton. Quizás ella tenía razones para temer a Flores. Al fin y al cabo, sus registros de móvil durante las semanas precedentes al asesinato indicaban numerosos mensajes de texto desde el teléfono de Flores, incluido el último, el único que no había borrado: «Por todas las razones que he escrito. Edward Vallory». A la luz del prólogo de la obra de Vallory, el mensaje podía interpretarse como una amenaza. Así que quizá Jillian fue a verlo a la cabaña para discutir algo mucho menos agradable que un brindis de boda.

Cuando Gurney estaba enfrascado en hilvanar indicios, interpretaciones, rumores y saltos lógicos para comprender qué había sucedido en un crimen, en su mente no había espacio para más, cosa que le hacía perder la noción del tiempo y el lugar. Así pues, cuando miró el reloj en la librería del estudio y vio que eran las 17.05 le sorprendió, pero al mismo tiempo no le sorprendió; igual que la rigidez en sus piernas cuando se levantó.

Madeleine todavía no había vuelto. Quizá debería preparar algo para cenar o al menos mirar si ella había dejado algo en la encimera que hubiera que meter en el horno. Se estaba dirigiendo hacia allí cuando sonó el teléfono en su escritorio y retrocedió. El identificador de llamada decía que era Jack Hardwick.