– Caray, superpoli, ¡tienes un amigo muy asqueroso!
– ¿Qué significa?
– Espero que no hayas estado cerca de un patio de escuela con este tipo.
Gurney tuvo una desoladora sensación de hacia dónde iba.
– ¿De qué coño estás hablando, Jack?
– ¡Qué susceptible! ¿Este tesoro es muy amigo tuyo?
– Basta de chorradas. ¿De qué se trata?
– ¿El caballero con el que estuviste bebiendo? ¿Cuya copita te llevaste? ¿Cuyas huellas me pediste que comprobara? ¿Te suena familiar, Sherlock?
– ¿Qué has descubierto?
– Bastante.
– Jack…
– He descubierto que su nombre es Saul Steck. Nombre profesionaclass="underline" Paul Starbuck.
– ¿Y su profesión es…?
– Actualmente ninguna. Al menos que se tenga constancia. Hace quince años era un aspirante a actor de Hollywood. Anuncios en la tele, un par de películas. -Hardwick estaba en modo narrador de cuentos, con pausas dramáticas entre frase y frase-. Entonces tuvo un pequeño problema.
– Jack, puedes ir al grano. ¿Qué pequeño problema?
– Lo acusaron de violar a una menor. Una vez que eso saltó a los medios, empezaron a aparecer más víctimas. Se presentaron contra él varios cargos por violación y abusos sexuales. Le gustaba drogar a niñas de catorce años. Tomaba muchas fotos explícitas. Terminó su carrera de actor. Podría haber ido a prisión durante el resto de su vida. Lástima que no fuera así. Es el mejor lugar para esa basura. Sin embargo, el dinero de la familia compró suficientes testimonios de médicos expertos para mandarlo a un hospital psiquiátrico, del que salió discretamente hace cinco años. Desapareció del radar. Dirección actual desconocida. Salvo ¿quizá por ti? Me refiero a que sacaste esa copita de algún sitio, ¿no?
49
Gurney estaba de pie junto a las puertas cristaleras de cara a los restos de lavanda de un espectacular atardecer en el que no reparó, tratando de asimilar la última réplica del terremoto Jykynstyl.
Información. Necesitaba información. ¿Qué necesitaba encontrar primero? Debería coger un bloc y escribir una lista de preguntas, empezar a priorizar. Se le ocurrió una de inmediato: ¿quién era el dueño de aquella casa?
Cómo encontrar la respuesta no era tan obvio.
Otra vez la paradoja. Para soltarse de la red, necesitaba saber de quién era la red. Pero si investigaba la pregunta ingenuamente, sin ninguna idea de cuál podría ser la respuesta, podría enredarse aún más. Preguntas sin responder estaban amenazando con hacer que otras preguntas fueran incontestables.
– ¡Hola!
Era la voz de Madeleine. Como una voz que te despierta por la mañana, que te sacude y te sitúa en la habitación, en el día específico de la semana.
Gurney se volvió hacia el pasillito que llevaba de la cocina al lavadero.
– ¿Eres tú?-preguntó.
Por supuesto que lo era. Una pregunta estúpida. Cuando ella no respondió, la planteó de nuevo, en voz más alta.
Madeleine respondió apareciendo en el umbral de la cocina, con expresión reprobadora.
– ¿Acabas de entrar?-preguntó él.
– No, llevo toda la tarde en el lavadero. ¿Qué clase de pregunta es esa?
– No te he oído entrar.
– Y sin embargo-dijo ella con alegría-, aquí estoy.
– Sí-dijo-. Aquí estás.
– ¿Estás bien?
– Sí.
Madeleine alzó una ceja.
– Estoy bien-insistió él-. A lo mejor, tengo un poco de hambre.
Ella miró un cuenco de la encimera.
– Las vieiras ya deberían estar descongeladas. ¿Quieres sofreírlas mientras yo pongo el agua para el arroz?
– Claro.
Confiaba en que esa tarea simple le proporcionara al menos una escapatoria parcial del torbellino Saul-Paul, que estaba envolviendo su mente.
Sofrió las vieiras en aceite de oliva, ajo, zumo de limón y alcaparras. Madeleine hirvió un poco de arroz basmati y preparó una ensalada de naranja, aguacate y dados de cebolla roja. A Dave le estaba costando horrores concentrarse, quedarse en la cocina, permanecer en el presente. «Le gusta drogar a niñas de catorce años. Tomaba muchas fotos explícitas.»
En mitad de la cena, Gurney se dio cuenta de que Madeleine había estado describiendo una excursión que había hecho esa tarde por el sinuoso sendero que conectaba sus veinte hectáreas con las ciento cuarenta de su vecino. No había escuchado ni una palabra. Sonrió con ánimo e hizo un esfuerzo tardío por atender.
– … verde sorprendentemente intenso, incluso en la sombra. Y debajo del manto de helechos había florecitas violetas, las más pequeñas que puedas imaginar. -Mientras Madeleine hablaba había una luz en sus ojos más brillante que cualquier luz de la sala-. Casi microscópicas. Como minúsculos copos de nieve azules y violetas.
Copos de nieve azules y violetas. Madre de Dios. La tensión, la incongruencia, la brecha que sentía entre la euforia de su mujer y su angustia casi lo hizo gruñir. El campo de helechos de un perfecto esmeralda de Madeleine y su propia pesadilla de espinas envenenadas. La animada sinceridad de su esposa y su… ¿su qué?
¿Su encuentro con el demonio?
«Calma, Gurney. Calma. ¿De qué diantre tienes tanto miedo?»
La respuesta solo oscureció el pozo y engrasó las paredes.
«Tienes miedo de ti mismo. Tienes miedo de lo que puedas haber hecho.»
Se mantuvo en una especie de parálisis emocional durante el resto de la cena, tratando de comer lo suficiente para ocultar el hecho de que en realidad no estaba comiendo, simulando apreciar las descripciones de Madeleine de su paseo. Pero cuanto más se entusiasmaba ella con la belleza de las rudbeckias, el perfume del aire, el azul celeste de los ásteres silvestres, más aislado, desplazado y desquiciado se sentía él. Se dio cuenta de que Madeleine había dejado de hablar y lo estaba mirando con preocupación. Dave preguntó si le había dicho algo y estaba esperando una respuesta. No quería reconocer lo distraído que estaba ni por qué.
– ¿Has hablado con Kyle?-Su pregunta parecía surgir de la nada. ¿O ya lo había preguntado? ¿O ya había ido tendiendo a ella mientras él estaba inmerso en sí mismo?
– ¿Kyle?
– Tu hijo.
En realidad no estaba planteando una pregunta, solo repitiendo la palabra, el nombre, como forma de mantenerse a flote, de estar presente. Era algo demasiado enmarañado para explicarlo.
– Lo he intentado. Hemos cruzado llamadas, nos hemos dejado mensajes varias veces.
– Deberías intentarlo más. Insistir hasta que hables con él. Dave asintió, no quería discutir, no sabía qué decir.
Ella sonrió.
– Sería bueno para él. Bueno para los dos.
Dave asintió otra vez.
– Eres su padre.
– Lo sé.
– Bueno, pues. -Era una afirmación concluyente. Empezó a aclarar los platos.
Dave vio que Madeleine hacía dos viajes al fregadero. Cuando ella volvió con una esponja húmeda y papel de cocina para limpiar la mesa, él dijo:
– Está muy centrado en el dinero.
Madeleine levantó la bandeja que contenía las servilletas para poder limpiar por debajo.
– ¿Y qué?
– Quiere ser un abogado de litigios.
– Eso no es necesariamente malo.
– Parece que lo único que le importa es el dinero, una casa grande, un coche grande.
– Quizá quiere que se fijen en él.
– ¿Que se fijen en él?
– A los niños les gusta que sus padres se fijen en ellos-dijo.
– Kyle no es un niño.
– Es exactamente lo que es-insistió ella-. Y si te niegas a fijarte en él, entonces tendrá que intentar impresionar al resto del mundo.
– No me estoy negando a nada. Eso es un rollo de psicólogo.
– Quizá tengas razón. ¿Quién sabe?-Madeleine había perfeccionado el arte de esquivar un ataque, de salir ilesa.