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– ¿Nadie se ha infiltrado nunca en su organización?

– Nunca.

– ¿Por qué no?

– No tienen una organización en el sentido habitual del término.

– ¿Qué quieres decir?

– Los Skard son los Skard. Una familia biológica. La única forma de entrar es por nacimiento o por matrimonio y a bote pronto no se me ocurre ninguna agente encubierta lo bastante devota al trabajo para casarse con una panda de asesinos de masas.

– ¿Familia grande?

Hardwick se aclaró la garganta otra vez.

– Sorprendentemente pequeña. De la generación mayor, se cree que solo sigue vivo uno de los tres hermanos: Giotto Skard. Podría haber matado a los otros dos. Pero nadie diría eso. Ni siquiera en un susurro. Ni siquiera como una broma. Giotto tiene (o quizá tenía) tres hijos. Nadie sabe cuántos de ellos siguen vivos o qué edad tienen con exactitud, o dónde podrían estar. Como he dicho, por escasos que sean en número, los Skard operan a escala internacional, así que se presume que los hijos están en distintos lugares del mundo donde hay que cuidar de los intereses de los Skard.

– Espera un momento. Si solo están implicados familiares, ¿qué usan como fuerza bruta?

– Se dice que se ocupan de los problemas ellos mismos. Se dice que son rápidos y eficientes. Se dice que con los años los Skard han eliminado personalmente al menos a doscientos obstáculos humanos para los objetivos comerciales de la familia, sin contar la masacre del club nocturno.

– Qué majos. Si tiene tres hijos, presumiblemente Giotto se casó.

– Oh, claro. Con Tirana Magdalena, la única componente del zoológico completamente podrido de los Skard de la que se sabe algo. Y quizá la única persona en la Tierra que alguna vez causó molestias a Giotto y vivió para contarlo.

– ¿Cómo lo consiguió?

– Era la hija del capo de una familia de la mafia albanesa. Mejor dicho, es la hija, sigue viva, en un centro de internamiento psiquiátrico. Tendrá sesenta y pico años, el don albanés tendrá unos noventa. No es que Giotto tema a un don de la Mafia. Se cuenta que fue una decisión puramente comercial por parte de Giotto dejar vivir a su mujer. No quería perder tiempo y dinero matando a albaneses encolerizados que intentarían vengar la muerte de su esposa.

– ¿Cómo demonios sabes todo esto?

– En realidad no lo sé. Como te he dicho, casi todo son rumores del tipo de la Interpol. Quizá la mayor parte sea mentira. Pero me cuadra.

– Espera. Hace un segundo has dicho que era la única componente de la familia Skard de la que se sabe algo. Has dicho que se sabe algo.

– Ah. Aún no he llegado a la parte que se conoce. La estaba reservando para el final.

55

Tirana Magdalena Skard

–  Tirana Magdalena era la única hija de Adnan Zog.

– ¿Zog era el don?

– Zog era el don o como coño llamen a esa posición elevada en Albania. En cualquier caso, la hija era una preciosidad.

– ¿Cómo lo sabes?

– Su belleza era legendaria. Al menos en el sórdido sur de Europa oriental. Al menos según mi Garganta Profunda en la Interpol. Además, hay fotografías. Muchas fotografías. A diferencia de los Skard, los Zog, sobre todo Tirana Magdalena, no tenían problemas con la fama. Además de ser preciosa, también era irascible, rara, con veleidades artísticas y obsesionada con ser bailarina. A papá Zog le importaba un carajo lo que ella quisiera. La veía solo como algo de potencial valor. Así que cuando el joven y ambicioso Giotto Skard se interesó en la Tirana de dieciséis años al mismo tiempo que estaba negociando una alianza comercial con Zog, este añadió a su hija como parte del trato. Probablemente lo veía como un beneficio doble. Zog le daba a Skard algo que este valoraba y que a él no le costaba nada y de paso se libraba de su hija loca, que era como un grano en el culo. Eso los convirtió a Giotto y a él en hermanos de sangre sin tener que pincharse los dedos.

– Muy eficiente.

– Muy eficiente. Así que ahora esta adolescente chiflada de dieciséis años, criada por un asesino albanés demente, se casa con un asesino sardo demente. Pero lo único que quiere Giotto son hijos, muchos hijos. Eso es bueno para el negocio. Así que ella empieza a darle hijos, que resultan ser todos varones, como él quería: Tiziano, Rafaello, Leonardo. Eso lo hace muy feliz. Pero lo único que quiere Tirana es bailar. Y cada hijo la vuelve un poco más loca. Cuando tiene el tercero ya está para que la encierren. Entonces hace su gran descubrimiento. ¡Coca! Descubre que esnifar cocaína es casi tan bueno como bailar. Esnifa montones de coca. Cuando no puede robar más dinero a Giotto (una actividad muy peligrosa, por cierto), empieza a tirarse al camello. Cuando Giotto lo descubre, lo descuartiza.

– ¿Lo descuartiza?

– Sí, al pie de la letra. En trocitos pequeños. Para dar un buen ejemplo.

– Impresionante.

– Exacto. Así que Giotto decide trasladar la familia a América. Mejor para todos, dice. Lo que en realidad quiere decir es que es mejor para el negocio. El negocio es lo único que le importa. Una vez que están aquí, Tirana empieza a follarse a camellos de coca americanos. Giotto los descuartiza. Todo el que se la tira termina descuartizado. Se folla a tantos tíos que él casi no da abasto. Al final, la echa junto con su tercer hijo, Leonardo, que ahora tiene unos diez años y es homosexual o esquizofrénico o simplemente es demasiado raro para que Giotto lo aguante. Ella se lleva el dinero que le da Giotto como regalo de despedida y abre una agencia de modelos para niños a cuyos padres les encantaría verlos en anuncios, en la tele o lo que sea. Ofrece clases de interpretación y baile para potenciar las carreras de los retoños. Entre tanto, Giotto, con sus dos hijos mayores, se concentra en su emporio de sexo y extorsión. Suena como un final feliz para todos los implicados. Pero había una abeja en la sopa.

– Una mosca.

– ¿Qué?

– Una mosca en la sopa, no una abeja.

– Una mosca, una abeja, lo que sea. El problema con la agencia de modelos de la cocainómana Tirana es que abusa de los niños. No solo se folla a los camellos de coca, también se folla a todos los niños de diez, once o doce años de los que puede echar mano.

– Dios mío. ¿Cómo terminó?

– Terminó cuando la detuvieron y la acusaron en dos docenas de casos de abusos sexuales, agresión, sodomía, violación, etcétera. La enviaron a un psiquiátrico, y ahí sigue.

– ¿Y su hijo?

– Cuando la detuvieron, se había ido.

– ¿Se había ido?

– O había huido o se lo había llevado otra vez su padre. Tal vez, desapareció en alguna clase de adopción privada. O, conociendo a los Skard, bien podría estar muerto. Giotto nunca dejaría un cabo suelto por sentimentalismo.

56

Una cuestión de control

A medio camino entre su parada en Steward’s y Walnut Crossing, el teléfono de Gurney sonó otra vez. La voz de Rebecca Holdenfield era inteligente, nerviosa; le recordaba tanto a la joven Sigourney Weaver como su cara y su pelo.

– ¿Supongo que no va a venir?

– ¿Perdón?

– ¿No revisa sus mensajes?

Lo recordó. Esa mañana tenía un mensaje de texto y uno en el buzón de voz. Miró primero el de texto, y empezó a especular sobre su amnesia. Olvidó mirar el buzón de voz.

– Dios santo, lo siento, Rebecca. Estoy yendo demasiado deprisa. ¿Me esperaba esta tarde?

– Eso es lo que me pedía en su mensaje de voz. Así que le dije que bien, que pasara.