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– Ese tipo es un mariconazo-explicó Gurney-, pero lo que hace vale un pastón.

Ballston hizo un intento espantoso de sonreír. Se aclaró la garganta, pero al parecer no se le ocurrió nada que decir.

Gurney se volvió hacia él, ajustándose las gafas de sol.

– Bueno, Jordan, ¿colecciona mucho arte de maricones?

Ballston tragó saliva, sorbió, se retorció.

– Tengo algunos warhol.

– ¿Sí? ¿Dónde podemos sentarnos y charlar?

De su experiencia en innumerables interrogatorios, Gurney había aprendido a apreciar el efecto desconcertante de los cambios de tema repentinos.

– Uh…-Ballston miró a su alrededor como si estuviera en una casa ajena-. ¿Allí?-Extendió un brazo con cautela hacia el amplio arco que conducía a una sala de estar elegante y amueblada con muebles antiguos-. Podemos sentarnos allí.

– Donde esté cómodo, Jordan. Nos sentaremos. Nos relajaremos. Conversaremos.

Ballston lo guio con torpeza hasta un par de sillones con bordados en blanco, situados junto a una mesa de naipes barroca.

– ¿Aquí?

– Claro-dijo Gurney-. Una mesa muy bonita. -Su expresión contradecía el cumplido. Se sentó y vio que Ballston hacía lo mismo.

El hombre cruzó las piernas con torpeza, vaciló, las descruzó, sorbió.

Gurney sonrió.

– La coca le tiene por las pelotas, ¿eh?

– ¿Perdón?

– No es asunto mío.

Se produjo un largo silencio entre ellos.

Ballston se aclaró la garganta. Su tono fue seco.

– Entonces, ¿dijo al teléfono que era policía?

– Sí. Eso dije. Tiene buena memoria. La buena memoria es muy importante.

– Eso de ahí fuera no parece un coche de la Policía.

– Por supuesto que no. Es una misión encubierta. En realidad, estoy retirado.

– ¿Siempre va con guardaespaldas?

– ¿Guardaespaldas? ¿Qué guardaespaldas? Unos amigos me han traído en coche, nada más.

– ¿Amigos?

– Sí, amigos. -Gurney se apoyó en el respaldo, estirando el cuello a un lado y a otro, dejando que su mirada vagara por la sala. Era una estancia que podía estar en la portada de Architectural Digest. Esperó a que Ballston hablara.

Finalmente el hombre preguntó en voz baja.

– ¿Hay algún problema en particular?

– Usted me contará.

– Algo le ha traído hasta aquí…, una preocupación concreta.

– Está bajo mucha presión. Estrés.

El rostro de Ballston se tensó.

– No es nada. Puedo manejarlo.

Gurney se encogió de hombros.

– El estrés es algo terrible. Hace a la gente… impredecible. La tensión en la cara de Ballston se extendió a su cuerpo.

– Le aseguro que la situación de aquí se resolverá.

– Hay muchas maneras distintas de resolver las cosas.

– Le aseguro que la situación se resolverá de un modo favorable.

– ¿Favorable para quién?

– Para… todos los implicados.

– Supongamos que los intereses de todos no coinciden.

– Le aseguro que no habrá ningún problema.

– Me alegro de oírle decir eso. -Gurney miró con cansancio al gran cerdo que era el hombre que tenía delante, dejando traslucir solo una parte del asco que le daba-. Verá, Jordan, me dedico a solucionar problemas. Pero ya tengo suficientes sobrela mesa. No quiero distraerme con uno nuevo. Estoy seguro de que lo comprenderá.

La voz de Ballston se estaba quebrando.

– No… habrá… ningún problema más.

– ¿Cómo puede estar tan seguro?

– El problema de esta vez fue una casualidad entre un millón.

«¿Esta vez? Madre de Dios, eso es. Tengo a este cabrón. Pero, por el amor de Dios, Gurney, que no se te note. Tranquilo. Calma. Tranquilo.»

Gurney se encogió de hombros.

– ¿Así es como lo ve?

– Un ladrón de mierda, ¡por el amor de Dios! Un ladrón de mierda que entró justo donde no debía en el momento que no debía, ¡la única puta noche que esa zorra estuvo en el puto congelador!

– ¿Así que fue una especie de coincidencia?

– ¡Por supuesto que fue una coincidencia! ¿Qué más podría ser?

– No lo sé, Jordan. La única vez que algo ha ido mal, ¿eh? ¿La única vez? ¿Está seguro?

– ¡Completamente!

Gurney volvió a estirar el cuello poco a poco de un lado a otro.

– Demasiada tensión en esta profesión. ¿Alguna vez ha probado ese rollo del yoga?

– ¿Qué?

– ¿Recuerda a ese Maharishi? Menuda paja.

– ¿Quién?

– Fue en otra época. Olvido lo joven que es usted. Así que dígame, Jordan: ¿cómo sabe que no va a salir nada a flote y sorprendernos?

Ballston pestañeó, sorbió, empezó a sonreír con movimientos espásticos de los labios.

– ¿He hecho una pregunta graciosa?

La respiración de Ballston era tan nerviosa como sus tics faciales. De repente todo su torso se empezó a agitar y prorrumpió en una serie de sonidos agudos de staccato.

Estaba riendo. De una manera espantosa.

Gurney esperó a que ese extraño ataque remitiera.

– ¿Va a contarme el chiste?

– A flote-dijo Ballston, y la frase desencadenó una renovada exhibición de enloquecida risa de ametralladora.

Gurney esperó, no sabía qué más decir o hacer. Recordó el consejo que le había dado un compañero. En caso de duda, calla.

– Lo siento-dijo Ballston-. Sin ánimo de ofender. Pero es una imagen divertida. A flote. Dos cuerpos sin cabeza apareciendo del puto océano en medio de las putas Bahamas. ¡Joder, menuda imagen!

«Misión cumplida. Es probable. Quizá. Mantén la credibilidad. Quédate con el personaje. Paciencia. A ver adónde lleva.»

Gurney estudió las uñas de su mano derecha, luego frotó su superficie brillante en los pantalones.

La euforia de Ballston remitió.

– Entonces, ¿me está diciendo que está todo bajo control?-preguntó Gurney, todavía frotándose las uñas.

– Absolutamente.

Gurney asintió con la cabeza en un gesto muy lento.

– Entonces, ¿por qué sigo preocupado?

Cuando Ballston se limitó a mirarlo, continuó:

– Un par de cosas. Pequeños detalles. Estoy seguro de que tendrá buenas respuestas. Primero, supongamos que fuera un policía de verdad, o que trabajara para la Policía. ¿Cómo coño sabe que no llevo micrófonos?

Ballston sonrió, pareció aliviado.

– ¿Ve esa cosa en el aparador que parece un reproductor de DVD? ¿Ve la lucecita verde? Sería una lucecita roja si hubiera algún dispositivo de grabación o transmisión en esta sala. Es muy fiable.

– Bien. Me gustan las cosas fiables. La gente fiable.

– ¿Está insinuando que no soy fiable?

– ¿Cómo coño sabe que no soy policía? ¿Cómo coño sabe que no soy un poli que ha venido aquí para averiguar exactamente lo que acaba de contarme con esa risita, capullo estúpido?

Ballston parecía un niño malcriado al que acababan de darle un bofetón en la cara. La impresión desagradable fue sustituida por una sonrisa aún peor.

– A pesar de la opinión que tiene de mí, soy muy bueno juzgando a las personas. Uno no se hace tan rico como yo interpretando mal a la gente. Así que deje que le diga algo: las posibilidades de que sea un poli son más o menos las mismas de que los polis encuentren alguna vez a esas zorras sin cabeza. No voy a perder el sueño por ninguna de esas posibilidades.

Gurney percibió la sonrisa de Ballston.

– Confianza. Bien. Muy bien. Me gusta mucho la confianza. -Gurney se levantó de repente. Ballston se estremeció-. Buena suerte, señor Ballston. Estaremos en contacto si ocurre algo imprevisto.

Cuando Gurney estaba saliendo por la puerta de la calle, Ballston añadió un comentario que dio un pequeño giro a la situación.

– ¿Sabe?, si hubiera pensado que era poli, todo lo que le he contado sería mentira.