Cuando los técnicos finalmente recogieron su equipo y se marcharon en su furgoneta alrededor de las cuatro de la madrugada, se llevaron la muñeca, la colcha y las alfombrillas que habían retirado de ambos lados de la cama.
– Haremos las pruebas habituales-oyó Gurney que le decían a Hardwick camino de la salida-, pero diez a uno a que no hay nada. -Parecían cansados y frustrados.
Cuando Hardwick volvió a la cocina y se sentó a la mesa frente a él y a Madeleine, Gurney comentó:
– Igual que a la escena en la cabaña de Ashton.
– Sí-dijo Hardwick con una indiferencia producto del agotamiento.
– ¿Qué quieres decir?-preguntó Madeleine, hostil.
– El carácter aséptico de todo-dijo Gurney-. Ni huellas ni nada.
Madeleine hizo un ruidito de angustia desde la garganta. Hizo varias inspiraciones profundas.
– ¿Y ahora…? ¿Qué se supone que hacemos ahora? Quiero decir, no podemos simplemente…
– Habrá un coche patrulla aquí antes de que me vaya-dijo Hardwick-. Tendréis protección durante al menos cuarenta y ocho horas, no hay problema.
– ¿No hay problema?-Madeleine lo miró, sin comprenderlo-. ¿Cómo puedes…?-No terminó la frase, solo negó con la cabeza, se levantó y salió de la cocina.
Gurney la vio marcharse, incapaz de encontrar nada que decir, de tan crispado por la emoción como estaba por lo que había pasado.
La libreta de Hardwick estaba en la mesa, delante de él. La abrió, encontró la página que quería y sacó un bolígrafo del bolsillo de la camisa. No escribió nada, solo repiqueteó con él en la página abierta. Parecía exhausto y vagamente inquieto.
– Bueno…-empezó. Se aclaró la garganta. Habló como si estuviera empujando las palabras colina arriba-. Según lo que he anotado antes… has estado todo el día fuera.
– Exacto. En Florida. He conseguido algo próximo a una confesión de Jordan Ballston. Y espero que estén haciendo el seguimiento mientras estamos hablando.
Hardwick dejó el bolígrafo, cerró los ojos y se los masajeó con el pulgar y el índice. Cuando los abrió otra vez, miró la libreta.
– Y tu mujer me ha dicho que ella estuvo toda la tarde fuera de la casa (desde más o menos la una hasta más o menos las cinco), yendo en bicicleta y luego de excursión por el bosque. ¿Hace mucho eso?
– Sí.
– Entonces es una suposición razonable que la muñeca fuera… instalada, digamos, durante ese periodo.
– Eso es-dijo Gurney, irritado por la reiteración de lo obvio.
– Vale, así que en cuanto llegue el turno de la mañana, enviaré a alguien a hablar con tus vecinos del camino. Que pase un coche debe de ser un acontecimiento por aquí.
– Que encuentres vecinos por aquí ya será un acontecimiento. Solo hay seis casas en el camino y cuatro de ellas son de gente de ciudad, solo vienen los fines de semana.
– Aun así, nunca se sabe. Enviaré a alguien.
– Bien.
– No pareces optimista.
– ¿Por qué demonios tendría que ser optimista?
– Bien apuntado. -Cogió su boli y empezó a dar golpecitos en la libreta-. Tu mujer dice que está segura de que cerró las puertas cuando se fue. ¿Te parece correcto?
– ¿Qué quieres decir con que si me parece correcto?
– Quiero decir, ¿es algo que haga normalmente, cerrar las puertas?
– Lo que hace normalmente es decir la verdad. Si dice que cerró las puertas, cerró las puertas.
Hardwick lo miró, parecía estar a punto de responder, pero luego cambió de idea. Más golpecitos.
– Así pues…, si estaban cerradas y no hay señal de entrada forzada, eso significa que alguien vino con llave. ¿Le diste una llave a alguien?
– No.
– ¿Recuerdas alguna ocasión en que perdieras de vista tus llaves el tiempo suficiente para que alguien hiciera un duplicado?
– No.
– ¿De verdad? Solo hacen falta veinte segundos para hacer un duplicado.
– Sé cuánto se tarda en hacer una llave.
Hardwick asintió, como si se tratara de información real.
– Bueno, es posible que alguien la cogiera de alguna forma. Es mejor que cambies la cerradura.
– Jack, ¿con quién demonios crees que estás hablando? Esto no es un programa sobre seguridad doméstica.
Hardwick sonrió, se recostó en la silla.
– Exacto. Estoy hablando con el puto Sherlock Holmes. Así que dime, detective brillante, ¿tienes alguna idea brillante sobre esto?
– ¿Sobre la muñeca?-Sí.
Sobre la muñeca.
– Nada que no sea obvio.
– ¿Que alguien está tratando de asustarte para que dejes el caso?
– ¿Se te ocurre a ti algo mejor?
Hardwick se encogió de hombros. Dejó de dar golpecitos y empezó a estudiar su bolígrafo como si fuera una prueba decisiva para un caso.
– ¿Ha pasado alguna otra cosa extraña?
– ¿Como qué?
– Como… extraña. ¿Ha habido algún otro… episodio extraño en tu vida?
Gurney soltó una risita sin humor.
– Aparte de todos y cada uno de los aspectos de este caso tremendamente salvaje y toda la gente tremendamente rara implicada en él, todo es normal.
No era una respuesta, y sospechaba que Hardwick sabía que no lo era. Pese a todas las bravatas y su vulgaridad, tenía una de las mentes más perspicaces con las que Gurney se había topado en todos sus años en la Policía. Podría haber sido, sin muchos problemas, capitán a los treinta y cinco años si le hubiera importado lo más mínimo lo que les importa a los capitanes.
Hardwick alzó la mirada al techo, siguiendo con los ojos la moldura en forma de corona como si fuera el objeto de lo que Gurney estaba hablando.
– ¿Recuerdas al tipo cuyas huellas dactilares estaban en esa copita de licor?
Gurney notó una mala sensación en la boca del estómago.
– ¿Saul Steck, alias Paul Starbuck?
– Exacto. ¿Recuerdas lo que te dije?
– Me dijiste que fue un actor de éxito con un interés asqueroso en las chicas jovencitas. Lo condenaron a un psiquiátrico, del que finalmente salió. ¿Qué pasa con él?
– El tipo que me ayudó a sacar las huellas y pasarlas por el sistema me llamó anoche con una información extra bastante interesante.
– ¿Sí?
Hardwick estaba mirando con los ojos entrecerrados al rincón de la sala donde estaba la moldura.
– Parece que antes de que lo detuvieran, Steck tenía una página web porno, y Starbuck no era su único alias. Su página web, que presentaba chicas menores de edad, se llamaba Sandy’s Den.
Gurney esperó a que Hardwick volviera a mirarle antes de contestar.
– ¿Te sorprende encontrarte con un nombre que podría ser un diminutivo de Allessandro?
Hardwick sonrió.
– Algo así.
– El mundo está lleno de coincidencias sin sentido, Jack.
Hardwick asintió. Se levantó de la mesa y miró por la ventana.
– La patrulla está aquí. Como he dicho, plena cobertura durante dos días como mínimo. Después de eso ya veremos. ¿Te parece bien?