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Se maldijo por haber tomado aquella decisión, guiada por su ego, de aceptar otro caso de asesinato que nadie más podía resolver; por su voluntad, guiada por su ego, de dejar que Sonya Reynolds volviera a entrar en su vida; por su ceguera, guiada por su ego, ante el engaño de Jykynstyl; por su deseo, guiado por su ego, de ocultar las consecuencias, y las posibles fotografías, a Madeleine; por el absurdo y peligroso aprieto en el que se encontraba en ese momento.

Sin embargo, maldecirse por sus fracasos no iba a llevarle a ninguna parte. Tenía que hacer algo, pero ¿qué?

El sonido del teléfono en la encimera de la cocina respondió por él.

Era Sheridan Kline, que parecía exudar un entusiasmo aceitoso.

– ¡Dave! Me alegro de que lo haya cogido. Suba al caballo, amigo. Lo necesitamos aquí enseguida.

– ¿Qué está pasando?

– Está pasando que Darryl Becker, de la Policía de Palm Beach, ha encontrado el barco de Ballston, como usted dijo. Adivine qué más ha encontrado.

– No me gusta adivinar.

– Ja. Estuvo en lo cierto respecto a lo de ese barco y a la posibilidad de que los técnicos de Palm Beach encontraran algo en él. Bueno, así ha sido. Han encontrado una pequeña mancha de sangre que ha generado un perfil de ADN…, que ha proporcionado un resultado parcial en CODIS…, que ha producido un cambio por parte del señor Ballston. O al menos ha generado un cambio en su estrategia legal. Él y su abogado están ahora «en modo de cooperación plena» para evitar la inyección letal.

– Espere un segundo-dijo Gurney-. ¿Qué nombre salió en el resultado parcial de CODIS?

– Funcionó de la misma manera que en el caso de Melanie Strum, una relación de parentesco de primer grado, en este caso un convicto acusado de abusar de menores. Su nombre: Wayne Dawker. El mismo apellido que una chica de Mapleshade, Kim Dawker, que desapareció tres meses antes que Melanie. Resulta que él es el hermano mayor de Kim. Puede que los abogados de Ballston sean lo bastante buenos para librarse de una chica muerta, pero no de dos.

– Es asombroso cómo una sola mancha de sangre puede cambiarlo todo-dijo Gurney-. ¿Y ahora qué?

– Esta tarde Becker hará un interrogatorio formal a Ballston. Nos han invitado a participar a través de una conferencia por ordenador. Seremos testigos del interrogatorio en una pantalla y transmitiremos las preguntas que queramos que se hagan. He insistido en que usted participe.

– ¿Cuál es mi papel?

– ¿Hacer las preguntas adecuadas en el momento oportuno? ¿Averiguar lo comunicativo que es Ballston? Usted es el que conoce mejor a ese monstruo. Ah, hablando de monstruos, he oído que ha tenido un incidente con una entrada no autorizada en su casa.

– Puede llamarlo así. Desconcertante al principio, pero… estoy seguro de que llegaremos al fondo del asunto.

– Parece que alguien no lo quiere en el caso, ¿cree que se trata de eso?

– No sé de qué otra cosa podría tratarse.

– Bueno, podemos hablar de ello cuando llegue aquí.

– Exacto.

De hecho, no tenía ningunas ganas de hablar de ello. Siempre había dado un paso atrás ante la discusión de nada que estuviera remotamente conectado con su propia vulnerabilidad. Era la misma forma disfuncional de control de daños que le impedía ser más comunicativo con Madeleine respecto a sus temores sobre el Rohipnol.

Habían renovado el equipo de vídeo y ordenador de la Academia de Policía más recientemente que el del DIC, así que se reunieron en el centro de teleconferencias de la academia poco después de las dos de la tarde. El «centro» era una sala de reuniones cuya elemento más destacado era una pantalla plana montada en una pared. Había una mesa semicircular con una docena de sillas de cara a la pantalla. Gurney conocía a todos los asistentes. A algunos, como Rebecca Holdenfield, tenía más ganas de verlos que a otros.

Se sintió aliviado al notar que todos parecían absortos en su anticipación de lo que iba a ocurrir; demasiado absortos para empezar a preguntar sobre la muñeca y sus implicaciones.

La sargento Robin Wigg estaba sentada tras otra mesita, en un rincón de la habitación. Tenía dos portátiles abiertos, un móvil y un teclado con el que al parecer controlaba el monitor de la pared. Al pulsar las teclas, la pantalla mostró una serie de códigos numéricos, luego cobró vida una imagen de alta definición; y rápidamente se convirtió en el centro de atención de todos.

La imagen mostraba una sala de interrogatorios estándar con paredes de hormigón. En el centro había una mesa metálica de color gris. A un lado estaba sentado el detective Darryl Becker. Frente a él, del otro lado de la mesa, había dos hombres. Uno tenía aspecto de haber salido de un artículo de GQ sobre los abogados mejor vestidos del país. El otro era Jordan Ballston, en quien se había producido una transformación devastadora. Tenía un aspecto sudoroso y arrugado: cuerpo hundido, boca un poco abierta, mirada vacía fija en la mesa.

Becker se volvió bruscamente hacia la cámara.

– Estamos listos para empezar. Espero que nos oigan alto y claro. Por favor, confírmenlo. -Miró la pantalla del portátil que tenía ante sí en la mesa.

Gurney oyó que Wigg tecleaba.

Al cabo de unos momentos, Becker sonrió a la pantalla e hizo una señal con los pulgares hacia arriba.

Rodriguez, que había estado hablando en susurros con Kline, se colocó en el centro de la sala.

– Atención, por favor. Estamos aquí para ser testigos de un interrogatorio al que nos han invitado a colaborar. Como resultado del hallazgo de nuevas pruebas en su propiedad…

– Manchas de sangre en su barco, encontradas como resultado de la insistencia de Gurney-lo interrumpió Kline. Le encantaba echar leña al fuego, mantener las animadversiones en ebullición.

Rodriguez parpadeó y continuó.

– Como resultado de esta prueba, el acusado ha cambiado su declaración. En un intento de eludir la pena de muerte en Florida, nos ofrece no solo confesar el asesinato de Melanie Strum, sino también proporcionar detalles en relación con una conspiración criminal mayor, que podría estar relacionada con las presuntas desapariciones de otras exalumnas de Mapleshade. No olviden que el acusado está haciendo esta declaración para salvar su vida, y podría decir más de lo que en realidad sabe sobre esta supuesta conspiración.

Como para restar valor a la precaución del capitán, Hardwick se dirigió en voz alta a Gurney, que estaba sentado frente a él, al otro lado de la mesa con forma de media luna.

– ¡Enhorabuena, Sherlock! Deberías plantearte hacer carrera en la Policía. Necesitamos cerebros como el tuyo.

Una voz procedente del monitor de la pared concitó la atención de todos.

66

La monstruosa verdad, según Ballston

–  Son las 14.03 del 20 de septiembre. Soy el teniente detective Darryl Becker del Departamento de Policía de Palm Beach. Conmigo en la sala de interrogatorios número uno están Jordan Ballston y su abogado, Stanford Mull. Este interrogatorio se está grabando. -Becker miró de la cámara a Ballston-. ¿Es usted Jordan Ballston de South Ocean Boulevard, Palm Beach?

Ballston respondió sin levantar la mirada de la mesa.

– Sí.

– ¿Ha accedido después de consultar con su abogado a realizar una declaración completa y verdadera en relación con el asesinato de Melanie Strum?

Stanford Mull puso la mano en el antebrazo de Ballston.

– Jordan, debo…

– Sí-dijo Ballston.

Becker continuó.

– ¿Está de acuerdo en responder completa y sinceramente a todas las preguntas que se le planteen en relación con este asunto?

– Sí.