– Así es.
– Mamá se pondrá muy contenta. Gracias.
– No me des las gracias. Lee el primer párrafo y verás que es uno de los peores libros que se ha escrito jamás. -Charlie parecía avergonzada, así se veía cuando era pillada intentando ser considerada. Con frecuencia le daba libros que recibía de Olivia, ya fueran para él o para su madre, dependiendo de si eran serios o malos. Siempre se burlaba del libro sin misericordia, decidida a ocultar sus pensamientos con una fachada de sarcasmo. Era como si se avergonzara de tener virtudes.
– Vaya, aún no has decorado. -Miró a su alrededor con desaprobación-. Cualquiera pensaría que una viuda de noventa años vive aquí. ¿Por qué no pintas ese espantoso papel de las paredes? ¡Y esos adornos! Simon eres un hombre joven. No deberías tener perros de porcelana en el mantel. No es natural.
Los perros habían sido un regalo de sus padres para su nueva casa. Simon estaba agradecido por el libro así que intentó ocultar su irritación. Él y Charlie eran muy diferentes, era un milagro que pudiesen arreglárselas para hablarse. Simon nunca hubiese soñado siquiera con hacer un comentario sobre la casa de otra persona, en cambio Charlie parecía vivir en un mundo donde la descortesía era un signo de afecto. A veces ella llevaba a Olivia al Brown Cow y Simon se sorprendía de la forma en la que intercambiaban insultos. «Jodida mentalista», «maldita psicoputa», «espectáculo de feria», «estúpida subnormal»… ambas intercambiaban regularmente estos y otros comentarios como si fueran los halagos más cálidos. Ridiculizaban la ropa de la otra, sus conductas o sus actitudes. Siempre que Simon las veía se sentía aliviado de ser hijo único.
En el mundo de Charlie era aceptable visitar a alguien a las nueve de la noche, sin avisar, para darle un libro que bien hubiese podido esperar hasta el día siguiente en el trabajo.
– Preguntaste por qué Laura Cryer se fue sola de Los Olmos -dijo mientras levantaba un ejemplar de Moby Dick del brazo de un sillón y lo hojeaba mientras hablaba-. Revisé los archivos. Iba a dejar la manta de su hijo. La había olvidado. Vivienne Fan- court se iba a quedar con él esa noche cuidándolo. Laura iba a ir a un club.
– ¿Un club? -Simon no estaba en «modo trabajo» y le costó cambiar tan rápido. Su mente aún pensaba en cómo deshacerse de Charlie para poder retomar su libro. Notó que lo había cerrado sin preocuparse por volver a colocar el marcador. De nuevo se aguantó la irritación.
– Sí, ya sabes, uno de esos sitios donde la gente joven va a divertirse. Cryer era soltera y solo estaba esperando a que el divorcio terminara de tramitarse.
– Quizás había conocido a alguien nuevo y Fancourt estaba celoso.
– No es cierto. Sus amigos dicen que estaba buscando emparejarse, pero de momento estaba sola -dijo Charlie, un tanto agresivamente.
Simon se sintió frustrado, como si las circunstancias estuviesen deliberadamente conspirando para proteger a David Francourt. Si no de asesinato, al menos tenía que ser culpable de algo. Sin embargo, probablemente también de asesinato. La desaparición de Alice y la muerte de Laura estaban conectadas de algún modo, Simon apostaría su vida por eso.
– ¿Te importaría si le hago una visita a Darryl Beer en Brimley?
Charlie gruñó:
– Sí, por supuesto que me importaría, ¡carajo! ¿Por qué querrías hacer eso? Simon debes intentar evitar esas extrañas tangentes de las que te gusta ir y venir.
– Excepto cuando resultan ser acertadas, ¿eso quieres decir?
– Si, excepto cuando son exactas. Pero ahora no es una de esas veces. Ya es hora de que admitas que estás equivocado y seguir adelante.
– ¿Sí? ¿Tú cuándo has hecho eso? Eres tan terca como yo y lo sabes. Solo porque tú pienses algo no significa que sea verdad. ¡Siempre lo haces!
– ¿Qué hago?
– ¡Intentar convertir tu opinión personal en una especie de ley moral universal!
Charlie retrocedió. Unos segundos después dijo:
– ¿Nunca te preguntas por qué eres tan mierda conmigo cuando yo soy tan amable contigo la mayor parte del tiempo?
Simon miró hacia sus manos. Sí, se lo preguntaba.
– No es mi opinión personal -dijo con calma-. Es la confesión de Beer. Es la prueba del ADN. ¡La única persona aquí con una opinión ilegítima y sin bases eres tú! Darryl Beer mató a Laura Cryer, ¿de acuerdo? Créeme. Ese caso no tuvo nada que ver con este, con el de Alice y Florence Fancourt.
Simon agitó la cabeza:
– No quise ofenderte -dijo.
– Así que… ¿te has enamorado de ella? ¿De Alice? -preguntó Charlie. Parecía asustada. Apenas lo dijo, Simon supo que esta era la verdadera intención de su visita. Ella quería, quizá necesitaba, hacerle esta pregunta.
Simon se ofendió. ¿Quién se creía que era para preguntarle eso? Únicamente los residuos de culpa que le quedaban evitaron que la echara, culpa por no poder sentir de la forma que ella quería.
Charlie era la única mujer que había perseguido a Simon. El coqueteo comenzó el mismo día que fue trasladado al dic. Primero pensó que estaba bromeando hasta que Sellers y Gibbs lo convencieron de lo contrario.
Si Simon pudiese al menos desarrollar un interés romántico por Charlie, podría cuando menos hacer feliz a ambos. Sin duda su vida se haría un tanto más fácil. A diferencia de muchos hombres -como la mayoría de los policías-, Simon no se preocupaba mucho del aspecto físico. Qué más daba si Charlie tenía pechos grandes o piernas largas y delgadas. Su figura esbelta, combinada con su agudeza y disponibilidad, eran parte de lo que lo desconcertaba. Estaba lejos de su liga, como las chicas con las que se obsesionó en su juventud antes de que las innumerables humillaciones le enseñasen cuál era su lugar. Ella había emprendido con éxito dos carreras. Era el tipo de persona que podía hacer bien cualquier cosa que se propusiera.
Obtuvo su título en asnac -Estudios Anglosajones, Nórdicos y Celtas- en Cambridge. Antes de incorporarse a la policía había sido una prometedora investigadora académica durante cuatro años. Cuando un superior de su departamento, envidioso del intelecto superior de Charlie y su número de publicaciones, le negó un ascenso que estaba segura de merecer, comenzó desde abajo en la policía y ascendió a detective en tiempo récord. Sus logros impresionaban e intimidaban a Simon. Normalmente lo hacía sentir como un inepto.
Mirando en retrospectiva, Simon comprendió lo tonto que había sido. Charlie había dejado claro que lo quería y que indiscutiblemente tenía posibilidades con ella; los convencionalismos dictaban que debía tener una novia y ella era la única voluntaria. Una voz en su interior había expresado su desacuerdo desde el primer día, pero él la había ignorado y se decía a sí mismo lo maravillosa que era Charlie, lo suertudo que debería sentirse.
Finalmente ella había decidido hacer su intento en la fiesta de cumpleaños de Sellers. Simon, asombrado y un tanto zombi, no necesitó hacer ningún esfuerzo. Ella lo acaparó por completo, tomó la iniciativa en todo. Incluso había reservado la habitación de huéspedes de Sellers para ellos, según le confesó. «¡Si alguien más se mete ahí dentro antes que nosotros, Sellers tendrá que buscar otro trabajo!», bromeó.
Esto alarmó a Simon, pero aun así no dijo nada. Temía que fuese en la cama igual que era fuera de ella, que se la pasara todo el tiempo dando instrucciones sobre lo que quería que se hiciera, cuándo y dónde, en un tono que no permitía discusión.
Simon sabía que algunos hombres no tenían problemas con eso, pero él personalmente encontraba repelente esa posibilidad. Sabía que de todas formas el asunto iría mal, sería un desastre.
Aun así, se dejó llevar. Mientras el besuqueo continuaba Charlie parecía entusiasmarse cada vez más, así que Simon se comportó de la misma manera. Imitó su respiración rápida, dijo algunas cosas que esperaba fueran románticas, frases que nunca hubiese pensado si no las hubiera visto en las películas.