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Vivienne no vocifera, no solloza ni crea alboroto. Cuanto más abatida se siente, más silenciosa y serena está. Se sienta y medita. Mira hacia la pared y fuera de las ventanas, su rostro no revela nada, es siniestra en su quietud. Ni siquiera por el bien de su querido Felix puede fingir que está en su estado de ánimo habitual. Lo abraza fuertemente, como temiendo que él también pueda desvanecerse. Esta mañana le he dicho que creía que Felix debería irse y quedarse en casa de unos amigos, pero ella ha respondido con firmeza: «Nadie dejará esta casa».

Siempre ha dado órdenes así, como una fuerza dominante, segura de su poder absoluto. La primera vez que David me llevó a su casa para conocerla, me gustó su forma autoritaria de indicarme el tren que debía tomar para volver a Londres y lo que debía comer en el restaurante al que nos había llevado. Me parecía entonces que los amigos te ofrecen consejos gentiles antes de abandonarte para que te abras camino en la vida tú solo, asumiendo todo el peso de la responsabilidad. No trataban de entrometerse demasiado o de imponer sus puntos de vista porque, en lo más profundo, no les importaba.

Cuando Vivienne asumió sin lugar a dudas la idea de controlar mi vida, creí que me estaba tratando como si fuera una hija.

Yo le importaba mucho, de lo contrario ¿por qué tendría que molestarse tanto? Y tenía razón sobre el tren, y también sobre la comida. Vivienne no es ninguna tonta. Las decisiones que tomaba por mí eran mejores que las que yo habría tomado por mí misma. En el lapso de dos meses de haber conocido a David, yo lucía un corte de pelo más favorecedor y llevaba una ropa que me encantaba y que me quedaba fantástica, pero que nunca me habría atrevido a elegir por mí misma.

Llegamos a la comisaría justo a tiempo para la cita de Vivienne. Ella explicó quiénes éramos, y el hombre de la recepción, un oficial de mediana edad en uniforme, nos condujo aquí dentro y nos ordenó esperar mientras él iba a buscar al oac de nuestro caso. Ninguna de nosotras sabía lo que quería decir, si debíamos esperar a una persona, un documento o un comité.

Vivienne está aquí para hacer su declaración. Le he suplicado que me dejara acompañarla. Me parece demasiado amargo y espantoso estar cerca de David. Pero estoy más nerviosa de lo que suponía. Nunca antes había estado dentro de una comisaría y no estoy disfrutando de la experiencia. Siento como si, en cualquier momento, me fueran a declarar culpable de algo.

La puerta se abre y Simon entra, seguido por una mujer alta y delgada de pecho abundante que encajaría mejor en alguien más metido en carnes. Su lápiz de labios es rojo vivo y no le sienta bien. Tiene pelo castaño oscuro corto y usa gafas ovaladas de montura dorada, un jersey rojo y una falda negra. Mira fugazmente a Vivienne, después se inclina contra la pared y me mira fríamente. Me siento desaliñada con mi vestido premamá de corte imperio. Mi barriga aún está demasiado abultada para la ropa normal. La mujer tiene un aspecto duro y mezquino en su rostro, e instantáneamente siento temor y desagrado ante ella. Simon se sonroja cuando sus ojos encuentran los míos. Estoy segura de que no le ha contado a su antipática compañera la reunión que nosotros dos hemos organizado para el lunes por la tarde. Cuando sugerí que debería ir a la comisaría, él inmediatamente repuso que era imposible. Yo tampoco se lo he dicho a Vivienne.

Simon se vuelve hacia Vivienne.

– Soy el agente detective Waterhouse -dice-. Ella es la sargento Zailer.

– La sargento Zailer y yo ya nos conocemos -replica Vivienne enérgicamente. La velocidad con la que ella se desenvuelve me dice que esta reunión previa debe estar relacionada con el asesinato de Laura-, Ahora que están aquí, ¿podrían llevarnos a una mejor habitación? Esta deja bastante que desear.

– No tenemos ninguna habitación mejor -replica la sargento Zailer, sentándose frente a nosotras. Hay solo una silla en su lado de la mesa, así que Simon tiene que estar de pie-. Tenemos cuatro salas de interrogatorios y todas son como esta. Esto es una comisaría, no un hotel.

Vivienne frunce los labios y se incorpora más recta en su silla.

– Detective Waterhouse, ¿le importaría dar a las dos señoras Fancourt una actualización sobre el caso? -la sargento Zailer enfatiza la última palabra sarcàsticamente.

Simon despeja su garganta y cambia su peso de un pie al otro. Parece molesto.

– No hemos recibido denuncias por desaparición de bebés ni ayer ni hoy, ni siquiera en las últimas dos semanas -dice-. También, eh… tuvimos una respuesta desalentadora del Hospital General de Culver Valley. No tenían la… eh… placenta ni el cordón umbilical. Solamente se los quedan un par de días. Desafortunadamente eso significa que es imposible hacer una comparación de ADN entre la placenta y el bebé…

– En el hospital había una mujer en los días en que yo estuve… -empiezo a decir, pero Vivienne ha empezado a hablar también, y es su voz la que escucha todo el mundo. Me pregunto si debería intentar otra vez hablarles acerca de Mandy. La presencia de Vivienne me detiene. Sé lo que diría: esa Mandy era demasiado tonta para planear cualquier cosa tan imaginativa como la sustitución de un bebé por otro. Tengo una pequeña Vivienne en mi cabeza todo el tiempo, como si hubiera enviado a mi cerebro a una representante que reacciona exactamente como ella lo haría, incluso cuando ella no está presente.

– Usted podría tomar muestras de ADN de Alice y David y ver si son los padres biológicos del bebé -me fijo en la expresión de Vivienne. «El bebé», no Florence.

– Sí, podríamos hacerlo. -La sargento Zailer nos lanza una sonrisa impasible-. Pero no lo haremos. Si quiere pagar por ello, puede solicitarlo usted misma. De hecho sería probablemente mucho más rápido si lo hace así. Aquí no hay ningún caso, señora Fancourt. No ha desaparecido ningún bebé. Hemos hablado con sus vecinos más cercanos y nadie ha visto nada sospechoso. No hay ninguna evidencia de que algo ande mal, más allá de la cabeza de su nuera. Mi detective… -se detiene y mira expresamente a Simon- ha sido sumamente minucioso. Se ha puesto en contacto con el hospital en busca de una prueba material como una placenta o cordón umbilical, pero todavía no se ha encontrado nada… Bien, me temo que no podemos hacer mucho más. Aunque hubiéramos encontrado algo… nuestro laboratorio está colapsado de análisis de ADN relacionados con crímenes graves. Es una cuestión de recursos, señora Fancourt, estoy segura de que usted comprenderá.

Me pregunto cómo se siente Simon por el hecho de que lo llame «su detective». Ella ni siquiera me ha mirado cuando sugirió a Vivienne que yo era una deficiente mental. Puedo sentir los rayos de su hostilidad porque irradian a través de la mesa. Está ocupada y me considera a mí y a mi ridícula historia de intercambio de bebés como un derroche de su tiempo, pero intuyo que hay más que eso. Le desagrado personalmente.

Les digo a mis pacientes, o al menos solía hacerlo, que la mejor forma de tratar con alguien que se muestra agresivo es seguir el guión deec: describir, explicar, estrategias, consecuencias. Describes los aspectos inaceptables de su comportamiento y explicas cómo te hacen sentir. Entonces sugieres estrategias para cambiarlos -normalmente, que dejen de hacer lo que sea que estén haciendo mal- y señalas las consecuencias positivas de un cambio de ese tipo para todos los involucrados.

No creo que vaya a probar con el guión deec ahora.

– Gracias por su sugerencia -contesta Vivienne-. Seguramente encargaré una prueba de ADN para que mi familia se quede tranquila.

Su tono de voz no transmite ningún agradecimiento.

– ¿Entiendo, entonces, que usted también cree que la niña que está en su casa no es Florence Fancourt? -pregunta la sargento Zailer.