Desde que ha vuelto de Florida, Vivienne no ha dicho lo que piensa. Nos está observando a mí y a David muy de cerca. Para nosotros es perturbador. Ella prefiere hacer preguntas a contestarlas. Siempre lo ha hecho. Te las dispara una tras otra, y escucha atentamente tus respuestas. Cuando la conocí me quedé asombrada y profundamente agradecida al descubrir que ningún detalle de mi vida cotidiana, ningún pensamiento o sentimiento, era demasiado pequeño para no despertar su interés. Uno normalmente no espera ese tipo de atención de nadie, a excepción de los padres. Vivienne parecía decidida a saber todo lo que había que saber de mí. Era como si estuviera recogiendo hechos para una futura prueba. Yo estaba demasiado ansiosa por ayudarla en su misión. Cuanto más celosamente estaban guardados los datos de mi existencia en la mente aguda de Vivienne, más real e importante me sentía. Me he sentido menos concreta desde que empecé a ocultarle aspectos de mí misma.
– He visto a Florence solo una vez, el día de su nacimiento -explica Vivienne-, después me marché a Florida con mi nieto. Cuando regresé ayer, había hablado ya con Alice. Sé que cree que el bebé que está en Los Olmos no es su hija, y me siento inclinada a tomarla en serio. La memoria juega malas pasadas, sargento Zailer, como estoy segura que usted sabe. Una prueba de ADN es la única forma de resolver esto.
Parece tranquila, pero por dentro debe sentir el mismo torbellino, la misma agitación inquieta que siento yo, como si el contenido de mi cabeza hubiera sido acuchillado repetidamente y machacado hasta formar una pulpa. Aun así, aquí estoy sentada, aquí está sentada Vivienne: cortés, comedida. Las dos estamos disfrazadas.
– ¿El bebé de Los Olmos se parece al bebé que usted vio en el hospital? -pregunta Simon. Su tono suave proporciona un contraste acogedor frente a la brusquedad de su compañera.
– Eso es irrelevante, detective -le replica bruscamente la sargento Zailer-, aquí no hay ninguna prueba de que se haya cometido un crimen. Se vuelve hacia él y murmura algo que suena como… «córtalo».
– Se le parece mucho, sí -responde Vivienne.
– ¡Por supuesto que se parece! -exclamo inesperadamente-. Nunca lo he negado.
– ¿Le gustaría dar las otras malas noticias, detective Water- house? -inquiere la sargento Zailer. Simon no quiere decirlo, sea lo que sea. Lo está obligando a ser horrible con nosotras-. Mi detective es tímido, así que se lo diré yo misma. Usted nos trajo una película fotográfica, señora Fancourt.
– ¡Sí! -Me adelanto en mi silla. Vivienne pone su mano en mi brazo.
– Estaba dañada. Contaminación lumínica, al parecer. Ninguna de las fotos ha salido. Lo siento -dice, aunque no lo parece en absoluto.
– ¿Qué? ¡No! -Me pongo en pie. Quiero abofetear la cara presumida, sarcàstica, vil y maligna de la sargento Zailer. No tiene ni idea de lo que estoy sintiendo, ni siquiera intenta ponerse en mi lugar. A alguien con tan poca empatía no se le debería permitir hacer el trabajo que hace. -Pero… esas eran las primeras fotos de Florence. Y ya no las tengo… ¡Oh, Dios mío! -Me siento con los brazos cruzados y aprieto las manos en mi regazo, decidida a no llorar delante de esta mujer.
Es casi insoportable pensar que nunca veré esas fotos, ni siquiera una vez. La que David me tomó, con mi mejilla junto a la de Florence. Besando la parte superior de su cabeza. David con los dedos de Florence enrollados alrededor de su pulgar. Florence retorciéndose sobre la rodilla de la comadrona, con un bostezo cómico dibujado en su cara, durante una sesión de eructos. Un primer plano del letrero que colgaba de su cuna de vidrio en el hospitaclass="underline" un elefante rosa cogiendo una botella de champán, con las palabras «El bebé de Alice Fancourt» escritas con bolígrafo azul sobre su estómago. Alejo todas esas cosas de mi mente antes de que me destruyan.
– Esto es muy raro. -Vivienne frunce el ceño-. Yo misma tomé algunas fotografías de Florence con mi cámara digital nueva, el día de su nacimiento.
– ¿Y? -pregunta Simon rápidamente. La sargento Zailer parece completamente desinteresada.
– Lo mismo. Mientras estaba en Florida me he dado cuenta de que esas habían sido borradas. Sencillamente ya no estaban allí.
No lo he podido entender: todas mis demás fotografías aún seguían allí. Solo las de Florence habían desaparecido.
– ¿Qué? -Es la primera vez que me lo dice, ahora, delante de dos policías. ¿Por qué no me lo había mencionado en cuanto le dije que Florence había desaparecido? ¿Sería porque David también estaba allí?
Le regalé la cámara digital a Vivienne por su cumpleaños. Normalmente ella se resiste a todo lo que considera moderno, pero quería tomar las mejores fotografías posibles de su nueva nieta. Todavía tengo una vivida imagen en mi cabeza de ella frunciendo el ceño delante del manual, demasiado orgullosa para admitir su desánimo delante de tantas instrucciones, determinada a no ser derrotada por la nueva tecnología. Se negaba a aceptar la ayuda de David, aunque él podía haberle ahorrado mucho tiempo.
Cuando Vivienne era una niña, sus padres le solían decir que no había nada que ella no pudiera hacer. Y ella les creía. «Así es como infundes confianza en una persona», me decía.
– Esto es imposible -murmura ahora, perdida por un momento en sus propios pensamientos.
– ¿Ahora admitirá que está sucediendo algo extraño? -exijo-. Vamos, ¿qué probabilidades hay de que dos grupos de fotos desaparezcan accidentalmente? ¡Son una prueba! -suplico a la sargento-, ¡Dos soportes fotográficos, ambos dañados, y resulta que son precisamente las únicas fotos de Florence que se han hecho!
La sargento suspira.
– Eso le parece a usted. Pero temo que no es lo que cualquier oficial de policía o un tribunal de derecho consideraría como prueba.
– Cheryl Dixon, mi comadrona, me cree -digo con lágrimas en los ojos.
– He leído su declaración. Ella ha dicho que no estaba segura, que de cualquier modo no podría decirlo. Ve docenas de bebés todos los días. Si fuera usted, señora Fancourt, concertaría unacita con el medico y vería qué puede hacer. Sabemos de su historial de depresión…
– ¡No deduzca que tiene algo que ver con esto! Mis padres han muerto recientemente. ¡Eso era duelo, no depresión!
– A usted le recetaron tomar Prozac -continúa la sargento Zailer con fingida paciencia-. Quizás ahora usted necesite algún tipo de medicamento. La depresión posparto es una dolencia muy común y no hay que avergonzarse de ello. De hecho, afecta…
– Un momento por favor, sargento. -Las interrupciones de Vivienne son tan corteses que hacen que el interlocutor original parezca grosero por no haberse detenido a tiempo-. Alice tiene razón acerca de las fotografías. Es sencillamente imposible que lo mismo le sucediera a nuestras dos cámaras. Nunca me había pasado antes con una cámara.
– Ni a mí -digo. Me siento como una cobarde, escondiéndose detrás de una protectora más valiente y más poderosa.
Las fosas nasales de la sargento Zailer se ensanchan y los labios se mueven un poco como reprimiendo un bostezo.
– Las coincidencias ocurren. -Se encoge de hombros-. Temo que no sea suficiente para que lo utilicemos como base para una investigación.
– ¿Esa es también su opinión, detective Waterhouse? -pregunta Vivienne.
Una buena pregunta. Simon está intentando que su expresión no lo delate.
– Señora Fancourt, el oficial al cargo aquí soy yo, y digo que no hay ningún caso. Ahora, si eso la deja tranquila, puede hacer su declaración al detective Waterhouse, pero temo que tendrá que ser el final de esto. Estoy segura de que concordará conmigo que hemos sido más que pacientes con todo este asunto…
– No estoy de acuerdo, sargento Zailer. -Vivienne se levanta. Me recuerda a un ministro de gobierno a punto de destruir a la oposición. Estoy contenta de tenerla de mi lado-. Por el contrario. Nunca he visto a nadie con más prisa. Tenía prisa la última vez que nos encontramos, si no recuerdo mal. Usted es una mujer que prefiere hacer muchas cosas mal y poder tachar más elementos en su lista a hacer pocas cosas bien. Lamento que usted sea la jefa del detective Waterhouse. Todos estaríamos mejor si fuera al revés. Ahora, me gustaría conocer el nombre de su superior para enviarle una queja.