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– Faltaría más: Inspector Giles Proust. Asegúrese de mencionar, cuando le escriba, que usted tiene un caso sólido basado en dos cámaras estropeadas y la paranoia salvaje de una mujer que acaba de tener un bebé. -El rostro del sargento es de piedra.

– ¿Entonces continúo tomándole declaración a la señora Fancourt? -interrumpe Simon antes de que haya la posibilidad de que se filtren más malas vibraciones entre nosotras. Mira a la sargento Zailer con el ceño fruncido. Está enfadado con ella por aumentar la animosidad. Sus malos modos lo sorprenden como innecesariamente desagradables, pero no la puede criticar porque es su oficial superior, y eso lo frustra. Me pregunto si Simon es realmente un aliado, o si estoy sencillamente inventándomelo todo, poniendo en su cabeza los pensamientos que deseo que estén allí. Ya he tenido amigos imaginarios antes.

– Llegaré hasta el fondo del asunto, con o sin su ayuda -dice Vivienne-, Mis nietos lo son todo para mí, sargento, ¿lo entiende? Vivo para mi familia.

Eso es verdad. Vivienne podría haber alcanzado la cumbre de cualquier profesión que hubiera elegido, pero ella no estaba interesada en ser primera ministra, comandanta del ejército o abogada de la corona. Una vez me dijo que los títulos de madre y abuela eran los únicos que ambicionaba. «Si tienes una carrera, y si tienes suerte, podrás pasar cinco días a la semana con gente que te admira y te respeta», acostumbraba decir, «pero si haces de la familia el trabajo de tu vida, te dispones a pasar todo tu tiempo con gente que te admira, te respeta y te ama. No hay comparación. Mi madre nunca trabajó», añadió, «ni me habría gustado de ningún modo que lo hubiera hecho.»Pero una familia no es una entidad única con un solo personaje. Una familia, la de Vivienne especialmente, incluye a personas distintas, cada una con sus propias necesidades. A veces las muchas demandas de confianza y fidelidad no se pueden reconciliar. A veces hay que elegir: hijo o nieto, marido o hija, hijo o nuera.

Vivienne está de acuerdo en que la destrucción de las fotografías no puede ser una coincidencia, pero me pregunto si ha llevado su presentimiento hasta su conclusión lógica. Ha estado demasiado ocupada quejándose de la desidia de la sargento Zailer hacia nosotras. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar antes de que se le ocurra que, si no se trata de un accidente, significa que alguien ha saboteado las fotos de Florence deliberadamente, alguien que debe haber tenido tanto un motivo como una oportunidad? Alguien como David.

Capítulo 1 4

4/10/03, 15.15 horas

Simon se sentó en la antesala del Centro Spilling de Medicina Alternativa. Había hablado con un reflexólogo, un acupuntor y un curandero de Reiki, y ahora miraba los libros en el armario de madera con el frente de cristal junto a la puerta. Nada lo tentaba a cruzar la habitación y mirar más de cerca. Cómo curarte a ti mismo. El camino espiritual hacia la iluminación.

Simon no quería ser curado o iluminado por un maltratado libro en rústica, con páginas que amarilleaban. No se adhería a la opinión, divulgada por la mayor parte de estos curanderos alternativos, de que la espiritualidad era un camino rápido hacia la felicidad. El creía que la verdad era lo opuesto: la gente espiritual sufría más que los demás.

El centro ocupaba una estropeada residencia blanca de tres pisos en la zona peatonal de Spilling, con pintura negra descascarada alrededor de las ventanas. El único lado del edificio que era visible estaba cubierto de profundas grietas y manchas de color de óxido. Dentro había pruebas de dinero que se había gastado, dinero obtenido de los padecimientos y las incapacidades de las personas. La alfombra gris-verde era gruesa, tan suave que Simon podía sentir el resorte y el rebote de sus fibras a través de sus zapatos. Las paredes eran de color marfil y los muebles minimalistas: madera luminosa, cojines de color crema. Alguien había tenido firmemente en la mente la idea de un alma armoniosa.

No el alma de Simon, eso estaba claro. Se le ocurrió que la ropa de Alice, las veces que la vio, seguía más o menos el mismo esquema de color: beiges, grises-verdes, cremas. Estaba dentro de un edificio decorado como Alice. El pensamiento hizo que su pecho se sintiera pesado. Ahora que no podían encontrarla en ninguna parte, se había vuelto omnipresente. Estaba en todas partes.

Embarazoso, pero Simon se sentía solo sin ella. ¿Cómo era posible si apenas la conocía? La había visto cuatro veces en total. Era la idea que se había hecho de ella la que le había hecho compañía desde que la había conocido, no Alice misma. Él debería haberse acercado más a ella. Habría querido, pero temía que hubiera acabado teniendo que apartarla.

Habían pasado más de veinticuatro horas desde que David Fancourt había declarado desaparecidas a su mujer y a su hija. Se había abierto un historial, y Simon había dedicado la mañana siguiendo las grabaciones del circuito cerrado de televisión. Hacia la tarde, Charlie le había asignado la tarea de entrevistar a los compañeros de Alice. Un ardid para mantenerlo lejos de Los Olmos y de David Fancourt. No podía decir que la culpaba. Ella estaba decidida a creer que uno de los otros detectives, alguien menos convencido del entorpecimiento de Fancourt, tendría una mejor posibilidad de conseguir que hablara. De todas maneras, Simon se sentía insultado, por la distancia de la acción real.

Había hablado con todo el mundo, aparte del terapeuta de liberación emotiva. Su nombre era Briony Morris. Ella estaba con un cliente, haciendo esperar a Simon. Por lo menos se había enterado de la acupuntura y la reflexología, y ese grado de familiaridad los hacía parecer casi respetables. La terapia de liberación emotiva parecía poco prometedora. Su nombre hacía que Simon se sintiera despreciativo e impaciente, incluso un poco nervioso. Había empleado su vida tratando de tener sus emociones bajo control.

No esperaba conocer a una mujer cuyo trabajo de su vida era apoyar la política opuesta.

La oficina de Alice no había dado ninguna pista en cuanto a su paradero, sino sólo muchos libros y folletos sobre homeopatía, dos maletas negras achatadas llenas de remedios homeopáticos con nombres peculiares como «pulsatilla» y «Cimicifuga», y una caja atiborrada de botellas de vidrio marrón vacías. En uno de los cajones del escritorio había un folleto de la Escuela Primaria y Colegio para Señoritas Stanley Sidgwick de tapa marrón brillante, con el emblema y el lema de la escuela en el centro. Simon no entendía el lema, que estaba en latín. Quizá significaba «Si no tiene mucho dinero, está usted jodido». Una nota adhesiva amarilla estaba pegada en la cubierta. Alice había escrito, «Averiguar para F: ¿fechas de matriculación? ¿Cuánto tiempo de lista de espera?».

Pobrecita Florence, pensaba Simon. No tiene siquiera un mes y ya están planeando su maldito título de Filología Clásica en Oxford. La letra de Alice lo hacía sentirse inseguro. La tocó con su dedo índice. Entonces apretó los dientes y despegó la nota adhesiva para revelar una foto en color de tres niños con uniformes color turquesa -dos niñas y un niño- que sonreían y que estaban claramente tan bien alimentados así como eran aplicados.

En el siguiente cajón hacia abajo, Simon había encontrado una fotografía enmarcada de Alice, David, Vivienne y, supuso, Félix, que parecía como si hubiera sido tomada en el jardín de Los Olmos. Vivienne estaba sentada en la hierba con Felix en su regazo, sus brazos alrededor de él, y David y Alice estaban a ambos lados de ellos. Vivienne y David estaban sonriendo, Felix y Alice no. El río estaba detrás de ellos, y Alice estaba visiblemente embarazada.