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La otra fotografía ocupaba una posición principal en el escritorio. Tenía un marco grande de madera y era de un hombre y una mujer que tenían cincuenta o sesenta años. Los dos estaban boquiabiertos y sonreían, como si estuvieran bromeando con quienquiera que estuviera tomando la fotografía. Los padres fallecidos de Alice. Su madre tenía los mismos ojos grandes y claros. Otra vez;, Simon sentía una fuerte opresión en su pecho.

Había visto a Alice en persona hacía solamente unos cuantos días, y no se había sentido entonces como lo hacía hoy, como si hubiera alguna fuerza extraña que resplandecía dentro de él, quemándolo. ¿Qué había cambiado, aparte de que hubiera desaparecido? Se daba cuenta de que ya no estaba solo en la antesala. Una mujer alta con un cuerpo atlètico y tieso y pelo de color zanahoria hasta los hombros se colocó a su lado, mirando fijamente hacia abajo. Llevaba gafas cuadradas sin marcos y un vestido negro elástico. Algo en la forma en que lo miraba era impertinente.

– ¿Detective Waterhouse? Soy Briony Morris. Lamento haber tardado tanto tiempo. ¿Podemos hablar en mi oficina?

Mientras que él la seguía a lo largo del corredor y hacia arriba por los dos tramos de escaleras, ella se había girado dos veces para comprobar que él aún venía detrás. Despedía un aire de estar a cargo, como un profesor que supervisaba niños durante un viaje de escuela. Demasiada autoestima, pensaba Simon: la maldición real de nuestra época.

– Aquí estamos. -La oficina de Briony era la única en el piso del ático. Abrió la puerta e indicó a Simon entrar-. Siéntese en el sofá de allá.

La habitación olía a un perfume que recordaba una ensalada de frutas, principalmente pomelo. Había dos grandes pinturas enmarcadas en la pared que a Simon no le gustaban: colecciones coloridas y arremolinadas de edificios, flores, caballos y gente aparentemente sin huesos flotando juntas en el espacio. La mayor parte de sus miembros apuntaban en la dirección equivocada.

Simon se sentó torpemente en el deformado sofá beige, el cual ofrecía poco como apoyo o resistencia. Cada uno de los cojines del sofá era cóncavo, diseñado para tragar en su totalidad a cualquiera que aterrizase sobre él. Briony se sentó en un escritorio idéntico al de Alice, en una silla de madera con respaldo recto. Ella era varios centímetros más alta que Simon; él se sentía confinado, claustrofóbico.

– Así que está aquí por Alice y Florence. Me lo ha dicho Paula.

Paula era la reflexóloga.

– Sí. Ellas desaparecieron durante las primeras horas de ayer por la mañana -dijo Simon.

No le había dicho a nadie que hubiera entrevistado en el centro que el bebé que había desaparecido de Los Olmos no era, según Alice, su hija. Después de su alegato original que su bebé había sido intercambiado, Simon había estado enérgicamente a favor de entrevistar a los amigos y los compañeros de Alice para descubrir si ellos pensaban que ella era fiable, si sabían de algo de su pasado que pudiera arrojar alguna luz sobre su desconcertante comportamiento actual. Pero Charlie se negó. «No emplearé más recursos en esto», dijo. «Alice Fancourt tiene un historial de depresión, ha estado tomando Prozac, recientemente ha tenido un bebé de la forma más traumática posible. Es una lástima, de acuerdo, pero la depresión posparto no es un asunto de la policía, Simon.» Cuando él pareció dudar, ella dijo «Entonces, dime: ¿por qué alguien querría cambiar a un bebé por otro? ¿Cuál podría ser el motivo posible? Quiero decir, la gente roba bebés, sí, pero normalmente eso es cuando no tienen uno propio y están desesperados». Simon sabía que habría sido inútil mencionar a Mandy, la mujer del hospital de la que Alice le había hablado, aquella cuyo novio había querido llamar a su bebé Chloe, el mismo nombre que la hija que ya tenía de su anterior relación. No había prueba de nada, como Charlie se habría apresurado en señalar. Y ella habría exigido saber cuándo, precisamente, Alice le había contado todo esto.

Ahora se había oído a sí mismo decirle a Briony Morris que Alice y Florence habían desaparecido durante las primeras horas de ayer por la mañana, y sonó como una mentira. ¿Significaba eso que, en el fondo, le creía a Alice? Habían desaparecido dos personas, sin embargo había un misterio previo y más fundamental que permanecía sin resolver.

La confianza que Simon tenía en su propio juicio había sido sacudida negativamente por lo que Charlie le había dicho anoche. Había confiado siempre en sus instintos; lo defraudaban menos frecuentemente de lo que lo hacían otras personas. Sin embargo había estado en serios problemas, y ni siquiera lo había sabido. ¿De qué otra cosa podía él haberse perdido?

– Entonces, ¿en qué puedo ayudarlo? -preguntó Briony Morris-, ¿Quiere saber cuándo vi a Alice por última vez? Se lo puedo decir exactamente. El nueve de septiembre. Creo que la he visto más recientemente que a cualquier otra persona de aquí.

– Tiene razón -Simon garabateaba en su libreta-. Nadie más la ha visto desde que empezó su permiso de maternidad.

– Yo tuve un día libre, y ella vino por aquí. A mi casa, en Combingham. ¡Sí, vivo en la horrenda Combingham, por mis pecados! -Parecía avergonzada de repente, como si quisiera no habérselo dicho. A Simon no le importaba dónde vivía-. Pero intentar comprar una casa de tamaño decente en Spilling o Silsford, o incluso en Rawndesley hoy en día, con el salario de una mujer soltera… Es imposible, joder. Yo tengo una casa independiente con cuatro dormitorios dobles en Combingham. Aunque a decir verdad, probablemente estoy rodeada de tugurios de crack…

– ¿Cuál era el propósito de la visita de Alice? -Simon cortó su nervioso parloteo. Quizás Briony Morris no estaba tan segura de sí misma como había pensado al principio.

– ¿Usted sabe a qué me dedico? ¿Terapia de liberación emotiva? -Simon asintió con la cabeza, notando un repentino calor incómodo por debajo de su piel.

– Alice estaba un poco tensa. Estaba previsto que entraría en el hospital a las nueve de la mañana siguiente para ser inducida. ¿Sabe lo que eso significa? Es cuando…

– Sé lo que significa. -Otra interrupción. Dura-, ¿Así que ella vino a verla como paciente? ¿A su casa?

– Ella quiso una sesión conmigo, sí, para aumentar su confianza. Era una especie de cosa de última hora. O sea, también somos amigas, claro. Bueno, hay amistad, digamos. Realmente Alice no tiene amigos cercanos -Briony se inclinó hacia delante, colocándose el pelo detrás de la oreja-. Mire, probablemente no está autorizado a decírmelo, pero… ¿Tiene aún alguna pista sobre Florence? Quiero decir, solo tiene dos semanas de vida. Sé que aún es pronto…

– Así es -dijo Simon. Se preguntaba por qué Alice no se había tomado sencillamente un remedio homeopático si estaba nerviosa por dar a luz. Un privilegio del trabajo, había pensado, pudiendo curarse relativamente fácil, y gratis.

Hace ocho años, Simon había ido ver a un homeópata. No en Spilling; se había asegurado de escoger un lugar en Rawndesley, a una distancia segura de casa y que ninguno de sus padres seguramente conocería. Había oído un programa sobre homeopatía en Radio Cuatro, gente hablando de cómo se habían curado sus problemas psicológicos así como su estado físico, y decidió que podría ser bueno hacer algo así totalmente inesperado. Un tipo de escapatoria de los confines de su personalidad habitual.

Todo lo que había podido soportar había sido una hora en el asiento caliente; había despotricado la mitad del camino por lo que su homeópata había llamado la sesión introductoria. Cuando llegó el momento crucial, Simon había sido incapaz de decirle al hombre, un ex médico clínico amable y barbudo llamado Dennis, cuál era el problema. Habló de sus asuntos secundarios bastante fácilmente: su incapacidad de mantener un trabajo, su miedo de ser una decepción para su madre, su rabia sobre el estado amoral y vacuo del mundo, rabia que no sabía que tenía, hasta que Dennis le hizo esa combinación particular de preguntas.