Pero cuando la conversación se desvió hacia el tema de mujeres y relaciones, Simon se levantó y se dirigió a la puerta sin decir una palabra de explicación. Se arrepentía de eso ahora; de su grosería, no de su salida. Dennis parecía un buen tío. Había sido bastante astuto para sacarle las palabras a Simon, el cual temía que, de quedarse, hablaría. No podía imaginar cómo sería su vida después que alguien más supiera.
– ¿Usted dice que Alice no tiene amigos cercanos?
– No me malinterprete, ella es muy amable -continuó Briony-, lodos nosotros la apreciamos, indudablemente yo sí. Y estoy segura que todos. ¿No se lo han dicho?- Ella hablaba frenéticamente, como alguien con prisa. ¿Pero qué sabía Simon? Quizás toda la gente emocionalmente libre hablaba así.
– Sí -dijo. Compartir esta información era inofensivo. Todos los compañeros de Alice habían dicho que ella era encantadora, amable, considerada, sensible. Cuerda, también era el veredicto unánime.
– Pero ella no tenía tiempo para amistades verdaderas. Estaba tan absorta en los asuntos de familia. La invitábamos a los eventos sociales, usted sabe, ir de copas, comidas, fiestas de cumpleaños, pero nunca podía venir. Cada minuto de su tiempo libre parecía estar ocupado con absurdos… -Briony se detuvo y cubrió su boca con su mano-. Lo siento -dijo-. Realmente no debería inmiscuirme.
– Sí debería. Si nadie se inmiscuye, es improbable que encontremos a Alice ni al bebé. Todo lo que nos diga nos podrá servir de ayuda…
– Seguramente nadie perjudicaría a un bebé de dos semanas. -Briony frunció el ceño-. Quiero decir, obviamente sé que hay gente que podría, no soy ingenua. Pero, quiero decir, la mayoría de la gente…
Simon hablaba por encima de ella, desesperado por detener el flujo frenético de sus palabras.
– Cada minuto del tiempo libre de Alice parecía estar ocupado en… ¿Qué? Bien… -Briony frotó su clavícula con los dedos de su mano izquierda, dejando marcas rosas sobre su pálida piel-. Bueno, mejor sería que se lo dijera, entonces. Era su suegra, -suspiró aliviada por haber dicho lo inenarrable.
– Vivienne Fancourt.
– Sí, ese viejo murciélago. No soporto a esa mujer. Siempre venía aquí de visita, para decirle alguna tonta cosa trivial a Alice que podía fácilmente haber esperado hasta que llegase a casa, alguna majadería sin sentido -¡lo siento!- cuando Alice estaba ocupada trabajando. Y si alguna vez Alice había arreglado una noche para salir con cualquiera de nosotros, la acababa cancelando porque Vivienne le había recordado que debían ir aquí o allí, o Vivienne había arreglado una sorpresa, o Vivienne tenía entradas para este u otro espectáculo en Londres. Me volvía loca. Y parecía que Alice adoraba a la vieja bruja. Sabe cómo es Alice, tan tolerante y paciente y amable. Yo creo que estaba buscando una madre sustituta, con sus padres fallecidos, ¡pero Jesucristo en una bicicleta! Perdón, usted no es cristiano, ¿verdad? Yo pertenecería más bien al maldito Plymouth Brethren que a Vivienne Fancourt; tendría más libertad, eso seguro.
– ¿Así que Alice y Vivienne eran íntimas? -Simon intentaba no ofenderse por el comentario cristiano.
– No sé si ésa es la palabra correcta. Alice se sentía intimidada por Vivienne. La primera vez que vino a trabajar aquí, la citaba casi sin parar. Vivienne tenía un dicho o una regla para casi todo. Realmente era un poco como una religión. Creo que a Alice le gustaba la certeza que proporcionaba.
– ¿Qué clase de reglas?
– Ah, no sé. Sí. Nunca compres una alfombra que no sea cien por ciento lana, ésa era una de ellas. Me lo dijo Alice cuando estaba comprando mi casa. Ah, y nunca tengas un coche blanco. Dos lemas importantes para su vida, estoy segura de que estará de acuerdo conmigo -dijo Briony sarcàsticamente.
– ¿Por qué no? Es decir, ¿un auto blanco?
– Sólo el Señor lo sabe -dijo Briony cansadamente-. Afortunadamente las citas cesaron después, de lo contrario creo que la habríamos tenido que estrangular. ¿Cuáles son, si no le importa que pregunte, cuáles son las posibilidades de que Florence y Alice sean encontradas sanas y salvas?
Haré todo lo que pueda -dijo Simon-. Mi «Todo lo que pueda» es mejor que el de la mayor parte de la gente. Es todo lo que puedo decir.
Briony sonrió, pareció relajarse un poco.
– ¿Y lo que no pueda? ¿Es también lo mejor?
Una pregunta de terapeuta, si alguna vez Simon había oído alguna. Estaría loco si la contestara o siquiera pensara en ella.
– ¿Le hubiera gustado tener una amistad más estrecha con Alice? -indagó, preguntándose si los celos de Briony podrían haber afectado su perspectiva de la situación. ¿Le disgustaba la influencia de Vivienne porque quería dominar a la misma Alice? (Quizás Alice había tenido mucho tiempo en sus manos, pero había utilizado a Vivienne como una excusa. También podía haber encontrado agotadora la compañía de Briony.
– No, yo estaba bastante contenta con mi relación con Alice, pero me molesta ver gente siendo tonta, especialmente gente inteligente. Alice debería haber luchado contra Vivienne e insistido en tener una vida propia.
Su tono retaba a Simon a discrepar.
– ¿Se lo dijo a ella? -Se preguntaba cómo sería recibir terapia de alguien tan testarudo.
– No. Ella no es la clase de persona con la cual uno puede ser excesivamente familiar, ¿sabe? Ella tiene… límites- «Eso es que me gusta de ella», pensaba Simon. Aunque «gustar» era una palabra tan débil, un escalón más arriba de «tolerar»- Realmente ella es una persona reservada en muchos sentidos. Por ejemplo, en el par de meses antes de que se fuera en su permiso de maternidad, sin duda algo la estaba molestando. A menos que fueran sólo nervios sobre la inminente maternidad. Pero, de algún modo…
– ¿Qué? Simon garabateaba en su libreta.
– No creo que fuera solamente eso. De hecho, estoy segura que no. La última vez que la vi, podría decir que estaba pensando en confiarme algo. -Briony Morris sonrió de repente-. Puedo ser muy capaz de leer los pensamientos. Por ejemplo, sé lo que usted está pensando: «¿cómo una puntillosa como ella puede ser una terapeuta sentimentaloide profesional?» ¿No es cierto?
– Yo tenía la impresión de que la gente que hace su tipo de trabajo debería ser imparcial -dijo Simon, enfatizando la última palabra con desdén. ¿Cómo se puede ser una fuerza del bien en el mundo si uno no utiliza el juicio? Simon odiaba la clase de empatía fofa pregonada por la mayoría de estos curanderos, la presunción de que todo el mundo merecía compasión y consideración por igual. Gilipolleces. Nada haría tambalear jamás la convicción de Simon de que la vida, todos los días, todas las horas, era una batalla entre la salvación moral y el abismo.
Briony lo sorprendió diciendo:
– Todo el énfasis en sentimientos positivos y tranquilos en el mundo de la salud alternativa y la terapia es sólo un disparate. Todos tenemos sentimientos negativos, todos tenemos gente que odiamos así como gente que queremos. No se puede lograr la liberación emotiva verdadera a menos que uno reconozca que el mundo consiste en cosas malas y cosas buenas. Me encantan los westerns, adoro cuando John Wayne les dispara a los malos.
Simon sonrió.
– Yo también -dijo.
– Mire, Alice odiaría eso -dijo Briony-, De hecho, si la tuviera que criticar, diría que es un poco ingenua. Es tan amable y generosa, ve lo bueno en las personas incluso cuando no lo tienen.
– ¿Como Vivienne?
– Estaba pensando en David, realmente. Su marido. Alice trata siempre de resaltar su parte profunda y sensible, pero francamente, creo que las luces están encendidas aunque no hay nadie en casa.
– ¿Qué quiere decir?
– Él es una de esas personas a quienes, no importa cuántas veces lo vea ni cuánto tiempo hable con él, usted nunca siente que está conociendo mejor. He conocido gente como esa antes, personal y profesionalmente. A veces puede ser un mecanismo de defensa, están asustados de cualquiera que se acerque demando, así que se esconden detrás de un escudo que nadie puede penetrar. Pero también alguna gente es sencillamente superficial concluyó-. No estoy segura cuál de ellas es David, pero póngalo así, no veo ninguna similitud entre el hombre que he encontrado varias veces y el hombre del que Alice acostumbraba hablar. Ninguna en absoluto. -Briony se encogió de hombros-. A veces me lie preguntado si había dos Davides que se permutaban de acá para allá sin que nadie lo supiera.