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Simon levantó la vista, sorprendido.

– ¿Qué? ¿He dicho algo malo?

El sacudió su cabeza.

Briony jugó con su pelo.

– ¿Me hará saber apenas haya alguna noticia? -preguntó.

– Por supuesto.

– No puedo dejar de pensar en Florence, pobre bichita. ¿Usted cree…?- Sus palabras se agotaron. Era como si el mero hecho de formular una pregunta la tranquilizara, aún cuando no pudiese pensar en algo nuevo para preguntar.

Simon le agradeció su tiempo y se marchó. Dos David Fancourts. Y dos bebés. No importa lo que Charlie había dicho, sabía que ahora nada le impediría examinar los historiales de Laura Cryer en cuanto tuviera la oportunidad.

Capítulo 1 5

Domingo, 28 de septiembre de 2003

El teléfono suena mientras estamos cenando. Todos estamos desesperadamente agradecidos. De repente podemos respirar otra vez, y movernos. Vivienne se dirige a la sala. David y yo nos inclinamos en la misma dirección, deseando que las noticias sean más rápidas de lo que podemos entender.

– Sí. Sí -dice Vivienne vigorosamente-. ¿Viernes? Pero… Estaba esperando que usted pudiera atendernos más pronto que eso. Es un asunto urgente, pensé que estaba claro. Estoy dispuesta a pagar más si nos puede ver inmediatamente. Hoy o mañana.

Ha dedicado toda la mañana a hacer llamadas a los hospitales privados. Podía haber insistido en arreglar la prueba de ADN yo misma, pero necesito el apoyo de Vivienne, y lo conseguiré solamente si no desafío su autoridad. Me pregunto si ella percibe cuán desesperada estoy de tenerla como aliada.

– Bien. Parece que no tengo muchas opciones -dice fríamente.

Cierro mis párpados con fuerza. Viernes. Casi una semana. No sé si lo puedo soportar. Cuando abro mis ojos, mi pastel de merengue de limón sin comer gira delante de mí, sustancia viscosa amarilla chillona y espuma blanca dura. Conseguí tragar casi un cuarto de mi pastel de carne antes de que un tirón en mi garganta me dijera que no me podía exponer a probar otro bocado.

David se terminó toda su comida. Podría decir que Vivienne estaba sorprendida. Él comió más rápido que lo habitual, dando un gran espectáculo de cómo eliminar todo resto de comida en el plato y llevarlo a su boca, para demostrar que él quería que la hora de comer fuera lo más rápida posible en esta familia. Él y yo no nos hemos mirado desde que nos sentamos a la mesa.

Vivienne aparece en el portal, sus brazos cruzados.

– Viernes por la mañana. Nueve en punto -dice, su voz debilitada con decepción-. Y después dos días más para que nos den los resultados.

– ¿Dónde? -pregunto.

– En el Hospital Duffield en Rawndesley.

– No necesito ningún resultado -David murmura con enfado.

– Uno de vosotros va a tener mucho que explicar -dice Vivienne-, ¿Por qué no admitir ahora quién está mintiendo y nos ahorramos la agonía de esperar una semana? -Mira a David y después a mí-, ¿Y? No podéis los dos estar diciendo la verdad.

Silencio.

– Mis fotografías de Florence fueron borradas de mi cámara antes de que fuera a Florida. Lo cual significa que debe haber sucedido en el hospital el día del nacimiento de Florence, porque fui directo del hospital al aeropuerto. Quienquiera que lo haya hecho sabía qué iba a suceder.

Mandy estaba en el hospital. Y su novio. Y Vivienne no fue directamente del hospital al aeropuerto. Fue a La Ribera entre una cosa y la otra para llevar a Felix a su lección de buceo. No me atrevo a recordarle esto. No tiene sentido. Eso prueba que está equivocada respecto a un detalle menor, no que estoy diciendo la verdad ni que estoy tan cuerda como ella.

Me pregunto qué hacía con su cámara mientras estaba en La Ribera. ¿Estaba con ella todo el tiempo, en su bolso? ¿La dejó por precaución en su taquilla? Sé que la llave está la mayor parte del tiempo detrás del escritorio de recepción, y en cualquier caso, debe haber una llave maestra. En teoría, cualquiera del personal de La Ribera podía haber abierto el casillero y haber manipulado la cámara. Pero sé qué diría Vivienne: el personal de La Ribera la adora, y nunca soñarían con violar su intimidad. Además, ¿cómo es posible que tuvieran algo que ver con algo de esto? Es inconcebible.

– ¿Y? ¿Alice? ¿David? ¿Alguien va a decir algo? -Vivienne quiere que uno de nosotros confiese. Quiero que David le diga que tengo razón, que el bebé que está en la casa no es nuestra hija. La Pequeña. Me pregunto si la puedo llamar así. La tengo que llamar de alguna manera. La frase «el bebé», con toda la distancia que sugiere, me rompe el corazón.

La mirada perpleja de Felix arde en mí a través de la enorme mesa de comedor color caoba de Vivienne. Los cuatro de nosotros siempre nos sentamos en esta formación exacta: Vivienne y David en cualquiera de los dos extremos, a unos metros de distancia, yo y Felix en el medio, uno frente al otro. El comedor es la habitación que menos me gusta de Los Olmos. Está recubierta con terciopelo morado oscuro en las cuatro paredes, cortinas azul marino y el suelo es de madera oscura y pulida que no ha sido sellado correctamente, porque en el invierno el aire frío rodea tus piernas mientras comes.

En las paredes hay fotografías enmarcadas, en blanco y negro, de los adorados padres de Vivienne y de ella cuando era una niña. Su madre es una mujer pequeña y gorda con hombros inclinados y su padre es alto y de aspecto atlètico, con ojos bulbosos y un bigote que oculta su labio superior. Ninguno de ellos está sonriendo en ninguna de las fotografías. Me ha parecido siempre difícil creer que ésta era la misma gente cariñosa e indulgente de la que Vivienne habla tan calurosamente. «Me compraban dos de todo», recuerdo que me decía. Esto era para que sus amigas, cuando venían a su casa, pudieran jugar con varios juguetes y no importaba si los arruinaban; Vivienne tenía sus duplicados, sus juguetes reales, escondidos en un lugar seguro.

– Hagámoslo a su modo -dice en forma glacial-. Descubriré la verdad bastante pronto.

No te preocupes, pienso impacientemente. Es la maldita policía la que necesita descubrir la verdad.

¿Cuál es la rutina habitual del bebé? -pregunta Vivienne-. ¿Es común que ahora se quede dormida?

Rutina. La palabra me da ganas de llorar. Es un bebé, grito dentro de mi cabeza. Vivienne espera que todo el mundo actúe según un horario estricto, incluso los recién nacidos.

– ¿De qué bebé estás hablando? -dice David-, Oh, lo siento,.diablas de Florence? Ella tiene un nombre, sabes.

Nunca le he oído hablar así a Vivienne antes. Dediqué la mayor parte de mi embarazo deseando que él fuera capaz de enfrentársele. Sé que estaba tan sorprendido como yo cuando Vivienne nos mostró la carta del Colegio de Señoritas Stanley Sidgwick, confirmando que había sido reservado un lugar para Florence en su menor grado escolar para el siguiente enero que cumpliese dos años. Yo quería que David dijera «gracias pero no», que no queríamos que Florence asistiera a ninguna escuela o guardería jornada completa hasta que fuera bastante más mayor. Él no dijo nada. Ni se opuso cuando Vivienne insistió en pagar las cuotas de la escuela de Florence.