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– No toleraré situaciones desagradables -dice ahora-. Quiero que los dos lo tengáis claro. Hasta que este asunto se resuelva, lodos nos comportaremos como gente civilizada. ¿Lo habéis entendido? David, respóndeme. ¿Cuál es la rutina habitual del bebé?

– Duerme toda la noche, pero se despierta dos veces para tomar la leche. -Es el muchachito obediente otra vez.

– Quiero dar de comer a La Pequeña esta noche -se me escapa-. David siempre lo hace por la noche y… Yo quiero… -No lo puedo decir porque es demasiado doloroso. Estoy desesperada por hacer todo lo que las madres hacen, congelar pequeños bloques de puré de verduras en bandejas de cubo de hielo, cepillar cada diente nuevo a medida que aparece, cantar nanas, oír que me llaman «Mami» por primera vez. Despejo mi garganta y prosigo, mirando a Vivienne.

– Espero que, donde sea que esté Florence, alguna mujer la esté cuidando y la mantendrá segura hasta que la encuentre. Quiero hacer lo mismo por el bebé de arriba. Si no puedo ser una madre para mi propia hija, quiero hacer por lo menos lo mejor posible para el bebé que me han dejado. -Mis ojos están llenos de lágrimas-. De la misma forma en que me has cuidado cuando mi madre murió.

Porque ése es el atractivo de Vivienne. Cuando estás bajo su ala, te hace sentir que los golpes ásperos de la vida no te pueden afectar. Cuando David y yo nos comprometimos, mi coche fue fotografiado por un radar de tráfico. Iba a ocho millas por hora sobre el límite legal, y recibí un aviso de acusación de la policía. Con una carta impecable, Vivienne hizo que toda esa desagradable situación desapareciera, como hizo cuando mi banco congeló mi cuenta después de un malentendido con un pago. «Déjamelo a mí», dice, y lo próximo que sabes es que tus problemas se han desvanecido como por arte de magia.

Puedo ver por su cara que los míos aún no. No está de mi lado, no todavía, o no totalmente. Naturalmente no de la manera que yo necesito que esté. Me siento exiliada, desconsolada. Esto sería duro incluso con el apoyo de Vivienne. Sin él, los próximos días serán una agonía.

– De ninguna manera -gruñe David-, Has decidido rechazar a Florence. No irás a ningún sitio cerca de ella. -Sus palabras me perturban. No puedo entender por qué me conmociono todas las veces que es cruel conmigo, todas las veces que me atribuye los peores motivos y se niega a darme el beneficio de la duda. Me doy cuenta qué vida tan protegida he tenido. Como mucha gente que crece dando su felicidad y seguridad por hecho, encuentro difícil creer en la destructividad, la falta de amabilidad y el horror, a menos que los vea en las noticias o lea sobre ellos en los diarios. Enfrentando tales cosas en mi propia vida, mi primer impulso es suponer que debe ser un malentendido, que debe haber una explicación más inocente.

– Mamá, ¿Alice se está haciendo la traviesa? -Felix continúa inspeccionándome, como si yo fuera el objeto más misterioso y fascinante que haya visto.

– Termina tu postre, Felix, y ve a ponerte tus pijamas. Puedes leer en la cama diez minutos, y entonces subiré y te meteré dentro.

Me desprecio, momentáneamente, por la avalancha de alivio agradecido que siento cuando Vivienne no dice «Sí, Alice está siendo muy traviesa».

– Marni Laura era traviesa, ¿no es cierto, papá? -Felix se vuelve hacia David, como esperando que sea más sincero. Me congelo. Felix nunca ha mencionado a Laura antes, por lo menos en mi presencia.

David mira a Vivienne, tan sorprendido por la pregunta como yo.

– Marni Laura era traviesa y murió. ¿Alice morirá también?

– ¡No! -digo inesperadamente-. Felix, tu madre no… no era…

Me callo. Demasiados ojos están sobre mí.

Espero que Vivienne o David digan «Por supuesto que Alice no va a morir», pero no lo hacen. En cambio, Vivienne le sonríe a Felix y dice: «todo el mundo muere a la larga, querido. Lo sabes». Felix asiente con la cabeza, su labio superior tiembla.

Vivienne cree que los niños crecen para ser adultos más fuertes si se les dice la verdad sobre las realidades ásperas de la vida. Sus padres la educaron de la misma forma. No eran religiosos, e infundían en Vivienne la idea de que cielo e infierno eran fantasías inventadas por humanos débiles e imperfectos en un intento de huir de la responsabilidad. No hay ninguna vida después de la muerte en la cual la gente es castigada o recompensada; uno debe luchar por la justicia en este mundo mientras todavía está vivo. La primera vez que Vivienne me dijo esto, no pude evitar admirar su filosofía, aunque mis propias creencias sobre lo que sucede después de nuestra muerte son mucho más ambiguas.

– Pero tú no vas a morir por un tiempo muy, muy largo, hasta que seas viejo -le dice a Felix.

Me doy cuenta de que estoy esperando una tranquilidad similar. No dice nada sobre mí. -Ahora, venga, hombrecito. Es la hora de dormir para los duendecitos… -Felix sonríe ante la frase familiar-, ¡Y la hora de dormir para los pequeños chimpancés! -añade.

Apenas sale de la habitación, antes de que mi valor tenga una posibilidad de fallarme, digo:

– ¿Qué le has dicho a Felix sobre la muerte de Laura? ¿Por qué cree que era traviesa? ¿Le has dicho que murió porque hizo algo malo? ¿No ves que eso es terrible, incluso para dejar que lo piense? Sea lo que sea que ella hizo, cualquiera que sea tu pensamiento sobre ella, aún es su madre.

Vivienne frunce sus labios y apoya su barbilla en sus manos, no dice nada. No hablará más de la muerte de Laura, me he dado cuenta. Se niega a ocuparse del tema aunque yo lo plantee. Tengo una teoría sobre esto. Realmente creo que Vivienne está resentida con Laura por haber muerto. Eran adversarias, en las mismas condiciones, y entonces de pronto Laura fue asesinada y todo el país sintió pena por ella. Fue a un nivel más alto, fijada para siempre como una víctima, una mujer agraviada. A Vivienne, esto le habría parecido como un engaño, como si ser apuñalada fatalmente fuera una forma barata y fácil de ganar compasión.

Y Laura estaba fuera de su alcance para siempre. Vivienne no podía luchar más contra ella, lo cual significaba que no podía ganarle de la manera que había querido y necesitado siempre. Sabía que nunca escucharía a Laura decir «Lo siento, Vivienne. Veo que has tenido razón todo el tiempo». No que Laura hubiese proferido esas palabras nunca, ni en un millón de años.

– Laura está muerta -dice David-, Y tú eres una zorra mentirosa -me contesta bruscamente. Se parece al novio de Mandy. Peor. Me pregunto qué sucedería si telefoneara al hospital y preguntara sobre Mandy. ¿Me darían su nombre completo, su dirección?

– Parad los dos -dice Vivienne-. ¿No me habéis oído antes? Tenéis que comportaros educadamente mientras estéis en esta casa. No toleraré concursos de groserías en la mesa. Esto no es un cuartel.

Hago retroceder mi silla y me levanto, temblando.

– ¿Cómo preocuparte sobre los modales en un momento como (sie? ¡Florence podría estar muerta! Y la prueba no es hasta el viernes, lo que significa que la policía no la empezará a buscar hasta entonces ¿A ninguno de vosotros os importa? Sí, yo gritaré bien alto si me da la gana, coño. ¡Quiero a mi hija, el tiempo se está yendo y no hay nada que yo pueda hacer! Todos los días, todas las horas… ¿Lo veis?

Hay un destello de triunfo en los ojos de Vivienne. Disfruta viendo cómo otras personas pierden el control. Cree que demuestra que están equivocados y que ella tiene razón, su necesidad de recurrir a la hipérbole emocional.

– Lo siento -digo rápidamente-. No os estoy gritando a vosotros. -Estoy sola… No lo puedo reprimir más o realmente me volveré loca.

– Mejor voy a ocuparme de Felix -dice Vivienne, con voz ronca-. No volveré a bajar. Buenas noches.

Escucho sus pasos cruzando la sala. Sé que las palabras «Florence podría estar muerta» están sonando en sus oídos. Bien. Quiero que esté tan llena de espanto y terror como yo.

David sale de la habitación sin decir una palabra. La hora de acostarse es mucho más temprano para todos nosotros ahora que somos tan desgraciados. Levanto las cosas de la cena lentamente, dándole bastante tiempo para dormirse antes de que yo suba. A medida que camino por el descanso, pruebo las manijas de todos los dormitorios libres y las encuentro cerradas. No puedo dormir abajo. Vivienne no lo permitiría. Es una de las reglas de su casa, y no tengo dudas que David la alertaría sobre mi ausencia en nuestro dormitorio. Me la puedo imaginar sacudiéndome en el medio de la noche para despertarme, diciéndome que Los Olmos no es un albergue juvenil. No quiero enemistarme con ella.