Rezo para que David esté dormido. Está despierto, recostado sobre su espalda en la cama. Hay un biberón con leche de fórmula en su mesilla de noche. Estoy agotada, pero si me obligo a quedarme despierta, podría oír a La Pequeña antes de que él lo haga. Podría ser capaz de darle su botella nocturna y ver la sombra de su cabeza pequeña y redonda bañada por la luz de la pared del granero en contra el material de su cuna. Imaginando la experiencia, anhelo que sea real.
– ¿No hay límites para lo que estás preparada a hacer? -dice David amargamente-.¡Primero tratas de volverme loco, de hacerme creer que Florence no es Florence, y ahora quieres tratar que deje de alimentarla! ¿Qué te he hecho para merecer esto?
– No quiero que dejes de dar de comer al bebé. -Empiezo a llorar-. Solo quiero alimentarla también. No todo el tiempo, sino algunas veces…
– Incluso aunque, según tú, no es tu hija.
– Los sentimientos maternales no desaparecen solo porque el bebé no esté -sollozo.
– Oh, muy bueno, muy convincente. ¿Cuánto tiempo te ha llevado inventar esa frase?
– David, por favor…
– ¿Con quién estabas hablando con tu móvil ayer? Esa llamada que terminó abruptamente apenas llegué.
Miro al suelo, maldiciéndome por mi imprudencia. Debo tener más cuidado en el futuro.
– Con nadie -susurro.
No pregunta otra vez. Saco mi camisola debajo de mi almohada superior y la pongo en la cama delante de mí. Decido, allí mismo, no intentar salir de la habitación para cambiarme. No dudo de que David me detendría si lo intentara, así que no le daré la satisfacción. Apenas empiezo a quitarme incómodamente mi ropa, David aparta su mirada a propósito, como si no pudiera aguantar verme. Creía que nada podía ser peor que la forma en que me comía con sus ojos anoche, pero esto lo es. El asco de su cara me hiere tanto que no lo puedo aceptar. Creí que había dejado de tratar de discutir con él, pero me encuentro diciendo:
David, por favor ¿podrías pensar sobre lo que estás haciendo? No creo que en el fondo quieras ser cruel conmigo. ¿O sí?
Yo no estoy haciendo nada -dice-. Solo me ocupo de mis cosas.
Yo sé que esto es difícil, sé que es horrible, pero… Este no eres lu Tú no quieres ser así. Te conozco. No eres una persona antipática. Es sabido que en situaciones extremas, en momentos de crisis, la gente se asusta y se desorienta y se desgasta, acosa y hace loda clase de cosas horribles porque están asustados.
– ¡Cállate! -Su ferocidad me sobresalta. Se incorpora en la cama-. No estoy interesado en nada que tengas que decir. Eres una mentirosa. ¡Todo ese lenguaje terapéutico es solo tu manera i le oscurecer la verdad! Estás feliz de hablar de sentimientos, pero tío quieres hablar de hechos, ¿no?
– David, te diré todo lo que quieras. ¿Qué hechos?
– ¡Hechos! Si Florence no fuese Florence, ¿por qué diría que lo es? ¿No crees que querría que la encontrasen tanto como tú? ¿O estás insinuando que soy algún tipo de idiota que no sabe ver la diferencia entre su propia hija y otro bebé? Quiero decir, necesitas construirte una historia coherente porque, francamente, ésta no se sostiene. ¿Qué es exactamente lo que dices qué ha sucedido? ¿Que algún intruso entró en nuestra casa y cambió a Florence por otro bebé? ¿Por qué lo haría? ¿Por qué? ¿O crees que fui yo quien lo hizo? De nuevo, ¿por qué lo haría? Quiero a mi propia hija, no a un niño cualquiera.
Levanto mis manos para detenerlo.
– ¡No lo sé! ¡No sé quién se ha llevado a Florence, o por qué, ni quién es el otro bebé! ¡No lo sé! Y ni siquiera sé qué sabes, o qué piensas, o por qué estás diciendo lo que estás diciendo. ¡Tienes razón! No he entendido bien la historia porque no tengo ni idea de qué ha sucedido. Siento como si ya no supiera nada más y es aterrador. Eso es lo que no puedes entender. Y todo lo que puedo hacer es aferrarme a lo único que sé sin la menor sombra de duda: ¡El bebé que está en esta casa no es Florence!
David se aparta.
– Bien, entonces -dice-. No hay nada más que podamos decirnos.
– ¡ No te vayas! -le suplico-. Podría hacerte la misma pregunta que me has hecho tú. ¿Estás insinuando que soy una imbécil, que no puedo reconocer a mi propia hija?
No dice nada. Quiero llorar por mi frustración. Quiero gritar «No he terminado todavía. Todavía te estoy hablando». No puedo creer que él esté tan seguro como afirma estar. Debo estar contactando con él en algún nivel subliminal; me tengo que aferrar a esa creencia.
Una a una, dejo caer mis prendas en la cama. Cojo mi camisón pero David es demasiado rápido. Me lo arranca, haciendo con él una pelota en su mano. El movimiento repentino me asusta y grito por la sorpresa. Él se ríe. Antes de que tenga la posibilidad de prever su movimiento próximo, agarra la pila de mi ropa apartada y sale de la cama. Abre la puerta de mi armario, tira mi ropa y el camisón dentro y después cierra la puerta con llave.
Ahora mira mi cuerpo. Siento su mirada que se arrastra por encima de mi piel fría.
– Dudo que vayas a cualquier sitio esta noche -se burla-. Yo no lo haría con ese aspecto.
Considero mis opciones. Podría llamar a Vivienne, pero para cuando llegara aquí, David me habría devuelto mi camisón. Fingiría que yo he inventado toda la historia. Está esperando a que diga que necesito usar el cuarto de baño, pero no lo haré. Ni caminaré desnuda por el rellano. Sé exactamente qué sucedería si lo hiciera. David abriría mi armario, devolvería mi camisón a la cama y llamaría a Vivienne, quien estaría fuera de su habitación en pocos segundos. Quiere poner en duda mi juicio y mi comportamiento. No se lo voy a poner fácil. Preferiría quedarme despierta toda la noche con la incomodidad de la vejiga llena. Subo a la cama y tiro del nórdico hasta mi barbilla.
David hace lo mismo. Me pongo rígida, pero él no me toca.
Espero que apague su luz de cabecera para que yo pueda llorar en privado, por Florence, por la persona en la cual mi marido se está convirtiendo, y, sí, incluso ahora, por el dolor que sé que está padeciendo. La crueldad de David se dirige tanto hacia él mismo romo hacia mí. Tiene la actitud de todo o nada: si las cosas no se pueden hacer bien, las podrá hacer tan mal como puedan ser, tan rápidamente como pueda. Por lo menos entonces no tendrá nada más que temer.
Mi madre solía decir que yo era capaz de imaginar y empatizar ron el sufrimiento de los demás de una manera que la mayoría de la gente no podía. Creía que ese era el motivo por el que tenía lautos novios desastrosos cuando era adolescente. «Unas cabezas de chorlito», decía. Es cierto que una vez que te esfuerzas para ver cualquier situación a través de los ojos de otra persona, se vuelve imposible borrar a esa persona. Ésa es la forma en la cual siempre he mirado el mundo, con compasión. Evidentemente era estúpido suponer que el mundo sería igual conmigo.
No puedo seguir disculpando a David, esperando que cambie. Necesito aprender a responderle como lo haría a un enemigo si continúa comportándose como tal. Yo, que he dicho a una infinidad de pacientes de no pensar en términos de bueno y malo, de aliados y enemigos. Debería devolverles el dinero a todos.
No sé qué tan temprano se despertará David mañana por la mañana, cuán pronto me dará mi ropa. ¿Me hará suplicar? El pensamiento de lo que puede suceder es demasiado horrible para considerarlo. Sea lo que sea, debo superarlo. Tengo que resistir hasta mañana por la tarde, hasta mi reunión con Simon