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– David y yo soportamos las reglas de Laura durante casi tres años -continuó Vivienne-. Teníamos la esperanza de que si soportábamos su… monstruoso régimen, se relajaría y nos permitiría tener un poco más de contacto con Felix. Pero temo que nos estábamos engañando. Ella no mostraba señales de cambiar, ni su modo de pensar ni sus reglas. Nos estábamos viendo tan desesperados que estuvimos a punto de consultar a mi abogado sobre el problema, cuando… cuando fue asesinada.

– Dejando a David como padre único -dijo Charlie. Sintió que unas luces de certeza se le escapaban. Se imaginaba a Darryl Beer en los jardines de Los Olmos con un cuchillo de cocina escondido en algún sitio de su vestimenta. Por primera vez, la imagen le parecía improbable. ¿Por qué venir armado con un cuchillo de cocina si el propósito de su visita era ver cómo estaba la tierra para un robo futuro?

Una vez que Laura estuviera fuera de su camino, David podía casarse con su nueva amiga y tener la custodia exclusiva de Felix, con su madre convenientemente a mano para realizar la mayor parte del cuidado de niño. Conveniente para David y Vivienne, conveniente para Alice, pensó Charlie. Loca Alice. ¿Y si acaso se había ido el brillo de su compromiso, teniendo un novio infeliz por su hijo ausente?

Detrás de la silla de David, en uno de los estantes, había una fotografía de su segunda boda. Alice llevaba un vestido de color crema y una tiara, y sonreía abiertamente a su marido. Su rubio cabello estaba más corto, hasta la barbilla, y había sido rizado para la ocasión. Lo tenía lacio y recto la semana pasada, cuando Charlie la había conocido. David, un par de pulgadas más alto que Alice, estaba sonriendo orgullosamente a su nueva mujer. Era una pareja atractiva, pensó Charlie, tratando de ignorar el aguijonazo de envidia que sentía. ¿Por qué esta mujer que ya estaba casada, que ya era querida, merecía la atención de Simon más que ella? No era justo.

Desde que Simon la había rechazado tan brutalmente en la fiesta del cuadragésimo cumpleaños de Sellers, Charlie se había vuelto casi patológicamente temerosa de poder someterse a cualquier tipo de situación indignante, lo que a menudo la volvía innecesariamente segura y agresiva. Era lo bastante inteligente como para reconocer esto, pero no, lamentablemente, para saber cómo empezar a abordar el problema. Un año después del horrible acontecimiento, todavía no estaba ni un poco cerca de ello. Nada en su vida, antes o desde entonces, había herido su psique y su ego tanto como lo había hecho Simon. Lo más terrible era que sabía que él se sentía fatal por ello y lo sentía auténticamente. Que no había nada planeado o malicioso en sus acciones la hacían sufrir más. Charlie aún tenía muy buena opinión de Simon como siempre. Todavía estaba enamorada de él, por el amor de Cristo. Y si no había nada malo en él, eso significaba que había algo malo en ella.

Había pensado una y otra vez en ello. Simon había sido entusiasta al principio. «Esto no va a ser sólo una aventura», le susurraba, mientras se dirigían al dormitorio de Sellers. «La relación va a durar mucho tiempo». No, sin duda él la había querido hasta ese punto. Charlie podía identificar muy fácilmente el momento en el cual Simon había cambiado de actitud, el cambio fue lo suficientemente radical como para alejarla de sus piernas y que ella cayera al suelo y él saliera corriendo de la habitación como si fuera una plaga. Probablemente él no se había dado cuenta en ese momento, como tampoco lo hizo después, que en su prisa había dejado la puerta abierta de par en par. Varios rostros, incluyendo el de Stacey, la esposa de Sellers, habían aparecido en el portal mientras Charlie se estaba peleando frenéticamente con su ropa.

No se lo había contado a nadie, ni siquiera a su hermana Olivia. Dudaba que alguna vez lo haría. Los detalles eran tan angustiosos de recordar, incluso en la intimidad de su propia mente. Lo peor de todo el desastre (Charlie no creía que era demasiado llamarlo así, lo veía como una descripción exacta) era que no permitía ninguna posibilidad de medida correctiva. Había sucedido. Ocurriría siempre. Nunca se podía deshacer, aunque había intentado arduamente, como si pudiera borrarlo. El año pasado había tenido sexo casual con un hombre por mes en promedio. Ninguno de ellos había huido, pero Charlie podía ver que no le estaba haciendo nada bien. Todavía se sentía indeseable, y ahora también se sentía barata y fácil. Sin embargo, su comportamiento tenía un elemento compulsivo. La próxima vez funcionaría. El próximo hombre borraría a Simon.

De toda la gente inconveniente para amar, coño, tenía que ir y elegirlo a él, pensaba. Aunque realmente no había sido una elección. Simon no se parecía en nada a nadie que Charlie hubiese conocido antes. Le habría parecido imposible mentirse a sí misma, fingir que era uno de los muchos peces en el mar. ¿Quién más podría sentir nostalgia, como Simon le había dicho una vez a Charlie, de los tiempos en los que, como católico, podía ser quemado en la hoguera? «¿Quieres ser quemado?», le había preguntado ella, pensando que tenía que estar tomándole el pelo. «No, por supuesto que no», había dicho, «pero en esos días, las creencias significaban algo. Eran vistas como peligrosas. Los pensamientos y las ideas deberían ser importantes, eso es todo lo que estoy diciendo. Está bien que la gente se asuste de ellos, que los hombres deseen morir por las cosas. A nadie parece importarle más nada». Y Charlie había luchado contra el afán de decirle cuánto le importaba él.

– Me sentí aliviada cuando Laura murió. -Vivienne rompió el silencio. Eso llamó la atención de Charlie-. No feliz, entienda, pero aliviada. Fue un sueño hecho realidad cuando Felix se vino a vivir con nosotros. No me importa si eso parece despiadado. Aunque…

– ¿Qué?

– Un tiempo después de la muerte de Laura, me di cuenta de que nunca le había preguntado, directamente, por qué estaba tan decidida a mantenerme lejos de Felix. Ahora nunca lo sabré. No puede haber creído que lo perjudicaría. Yo lo adoro. -Vivienne miró sus manos con desdén. Su boca se crispó, como si estuviera intentando impedir que ella misma dijera algo. Pero salió a pesar de sus esfuerzos-. Deseo, cada día de mi vida, habérselo preguntado. Sabe, suena extraño, pero perder a un enemigo es tan difícil de soportar como perder a un ser querido. Uno se queda con los mismos fuertes apegos que siempre tenía, pero nadie a quien atarlos. Hace que uno se sienta… engañado, supongo.

– Sé que esto puede no parecer inmediatamente relevante Charlie empezó suavemente-, pero hay una línea de investigación que puede resultar digna de consideración.

– ¿Sí? -Por primera vez desde el inicio de la entrevista había esperanza en los ojos de David Fancourt.

– Alice habló con el detective Waterhouse sobre su padre. Sé que no está en contacto con él, pero…

– ¿Qué? -Aparecieron arrugas de asco por todo su rostro -.¿Ella le habló sobre…?

– La boca de Vivienne se tensó con fuerza hacia los lados. Parecía enfadada-,¿Por qué diablos estaría ella interesada en Richard?

– No lo sé. ¿Alguna idea?

– Ninguna. Nunca me comentó nada sobre ello. -Había irritación en su voz. Charlie tenía la impresión de que Vivienne no era una mujer que soportaba amablemente quedarse fuera del círculo.

– ¿Sabe cómo nos podríamos poner en contacto con Richard Fancourt?

– No, lo lamento. No lo recuerdo con mucho afecto, y preferiría no hablar de él.

Charlie asintió. Una mujer orgullosa como Vivienne no deseaba que se le recordasen los fracasos de su vida. Charlie se sentía así sobre la mayor parte de los hombres con los que había estado involucrada: Dave Beadman, un sargento de Protección de Menores, que, cuándo se rompía el condón, decía: «No te preocupes, sé dónde hay una clínica de abortos. ¡He estado allí antes!». Antes de él, un contable, Kevin Mackie, que no era, como él mismo expresaba, «de esos a quienes les gusta besar en la boca».