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– Mi teléfono estaba en mi bolso esta mañana. ¡David lo ha cogido!

– Quizás lo dejó…

– ¡No! ¡No lo dejé en ningún sitio! ¿Qué tiene que suceder para que me ayude? ¿Qué me tiene que pasar? ¿Va a esperar a que me maten, como a Laura? -Recojo mi bolso y corro a la puerta, chocando con varias mesas en mi camino. Al final, consigo llegar a la calle. No dejo de correr. No tengo ni idea de hacia dónde estoy yendo.

Capítulo 18

5/10/03, 09.05 horas

Simon tenía un problema con Colin Sellers. Era sabido entre los detectives que Sellers, a pesar de estar casado con Stacey y tener dos críos jóvenes, había tenido una aventura con una mujer llamada Suki durante tres años. Era un nombre artístico. Su nombre real era Suzannah Kitson. Sellers parecía dispuesto a compartir todos los detalles acerca de su amante con sus compañeros, y así es como Simon sabía que Suki cantaba en restaurantes locales, a veces en cruceros. Tenía solamente veintitrés años y todavía vivía con sus padres. Sellers estaba siempre de mal humor cuando ella estaba navegando, como él lo denominaba.

Simon no sabía nada sobre lo que se sentía al estar casado, irse a la cama y despertarse con la misma persona día tras día, año tras año. Quizá uno se aburría. Veía que enamorarse de otra persona podía ser una aventura. Más difícil de soportar era cómo Sellers fanfarroneaba de lo que hacía con Suki a cualquiera que tuviera ganas de escucharle. «Ni una palabra al dragón», decía al final de cada anécdota lujuriosa, sabiendo que sus compañeros a veces encontraban a su mujer en las fiestas.

Quizás no le importaba si Stacey lo descubría. Simon no veía ninguna prueba de amor, culpabilidad, angustia, ninguna emoción profunda en absoluto. Una vez había preguntado a Charlie:

– ¿Tú crees que Sellers está enamorado de su concubina?

Ella rió fuerte.

– ¿Su concubina?¿En qué siglo vives?

– ¿Cómo la llamarías?

– No sé. ¿Su pedacito extraoficial? ¿Su socia sexual? No, no creo que la ame. Creo que le cae bien, y es una cantante, y por lo tanto un poco glamorosa, y Sellers es justo el tipo que necesita una novia trofeo. Apuesto a que tiene una manija diminuta. ¡Y más allá de la que te diga cualquier mujer, el tamaño importa!

Mientras escuchaba a Sellers contarle a Proust del trabajo que él y Chris Gibbs habían hecho hasta el momento sobre el caso de Alice y Florence Fancourt, Simon intentaba no pensar en el tamaño del pene del hombre. Si Charlie tuviera razón, seguramente Sellers no se habría atrevido a hablar de su órgano como lo hacía. «Acaba de visitarme el Capitán Empalmado» diría, cuando una mujer atractiva cruzaba su camino.

Esta mañana estaba de perfecto humor, bajo el ojo meticuloso de Proust. El inspector escuchaba atentamente, sorbiendo ocasionalmente de su taza «Mejor abuelo del mundo». Sellers hablaba con el tono sobrio de un hombre que había hecho un voto de castidad y se había unido a la sociedad de la abstinencia. El efecto Muñeco de Nieve: más potente que cien duchas frías.

– La grabación del circuito cerrado no nos ha dado nada. Lo mismo sucede con la búsqueda en Los Olmos. Hemos revisado la libreta de direcciones de Alice Fancourt, la mayoría son antiguos amigos de Londres. Hemos hablado con todos ellos y ninguno ha podido decirnos nada. No sacamos nada de su teléfono móvil, ni de su ordenador casero, ni del ordenador del trabajo. Ninguna pista. Y hasta ahora no hemos tenido la suerte de encontrar al padre de David Fancourt, pero estamos trabajando en eso. No puede haber desaparecido.

Proust parpadeaba y fruncía el ceño cuando Sellers examinaba rápidamente su informe. El inspector desconfiaba de la gente que hablaba muy rápido. Proust temía que el trabajo de Sellers fuera descuidado porque su discurso no era pausado y concienzudo. De hecho, Sellers era un detective razonablemente minucioso y particularmente dinámico. Simplemente no tenía paciencia para describir todos los concienzudos pasos que tomaba en una investigación, prefiriendo en cambio ofrecer sus conclusiones. Simon sabía que Charlie a menudo tenía que mostrar a Proust la libreta de Sellers, para probar que no se había olvidado de ningún resquicio.

Simon se esforzaba para concentrarse en la reunión de equipo, en la cara severa de Proust, en los colores enfermizos de las paredes y en la alfombra de la sala del Departamento de Investigación Criminal, en sus propios zapatos, en cualquier cosa que no fuera la gran fotografía de Alice clavada en la pizarra delante de él. No servía de nada. Incluso cuando no estaba mirando la fotografía, podía verla en su mente. El pelo de Alice estaba recogida en una coleta y sonreía a la cámara, su cabeza se inclinaba un poco a un lado. Simon creía que era un objeto de gran belleza. Bueno, no un objeto, no en ese sentido. Y realmente no era su aspecto. Era la forma en la que su personalidad brillaba a través de sus ojos. Su alma.

Se sonrojó, avergonzado por sus pensamientos. A veces sentía como si estuviera llevando consigo la conciencia de Alice. Temía que si reaparecía, descubriría que estaba equivocado respecto a tantas cosas. Temía estarse acostumbrando demasiado a que ella estuviera ausente, haciendo que en su mente la ausencia fuera una parte de su personalidad. Estaba jodido, lo sabía. La tenía que encontrarla, antes de que empeorara. Él; nadie más. Si Sellers conseguía localizarla, si una pista proveniente de una entrevista dirigida por Gibbs resultaba ser la decisiva, Simon no sabía si se podría dominar. Tenía que ser él.

– ¿Detective Waterhouse? -El tono cincelado de Proust interrumpió sus pensamientos-, ¿Algo que agregar?

Simon contó al resto del equipo de sus entrevistas en el Centro de Spilling para la Medicina Alternativa.

– Entonces, nada allí tampoco -resumió Charlie cuando él acabó.

Tenía lápiz labial rojo en sus dientes.

– Bien… -Simon no habría dicho eso. ¿O estaba tan desesperado de ser el caballero de la armadura brillante de Alice que estaba viendo pistas potenciales donde no las había?

– ¿Bien qué, Waterhouse? -indagó Proust.

– Una cosa me pareció extraña, señor. Briony Morris -la terapeuta de liberación emotiva- parecía realmente preocupada por Florence, pero menos preocupada por Alice. Eso no tiene sentido. No ha visto nunca a Florence, pero Alice ha sido su amiga durante algún tiempo.

– Quizás es una de esas gilipollas estúpidas que se ponen completamente empalagosas con un bebé -sugirió Sellers, asintiendo con la cabeza sabiamente-. Hay miles de esas. Probablemente se preocuparía incluso más si desapareciera un gatito.

Simon sacudió su cabeza.

– No estoy de acuerdo. Fue extraño. Tuve la impresión de que estaba preocupada por Alice antes de que desapareciera.

– Es una mujer -dijo Chris Gibbs-. Están todas completamente obsesionadas con los bebés. -Los ojos de Charlie, entornados por disgusto, ardieron en su dirección-. No me importa si suena sexista, Sarge. Algunas generalizaciones son verdaderas.

– ¿Cuál es su hipótesis, Waterhouse? -inquirió Proust-. ¿No será que la señora Morris es, como Sellers ha teorizado, excesivamente sentimental y propensa a la histeria cuando se trata de bebés? -Miraba intencionalmente a Sellers, quien, bajando la mirada, reconocía el vocabulario del inspector más amplio y más elegante.

– Aún no estoy seguro -dijo Simon-, Todavía lo estoy pensando.

– Bien, lamento interrumpir a una gran mente pensante -dijo Proust intencionadamente. Había un espacio alarmante entre una palabra y la siguiente. Simon se negaba a ser intimidado-. Nos dejará conocer los resultados de este proceso mental, ¿no es así?

– Sí, señor.

– Tengo una teoría -dijo Charlie-. Briony Morris conoce a Alice Fancourt bastante bien, sabe que es una curandera alternativa que ha sido medicada con prozac por depresión y que nos ha tenido corriendo en círculos porque inventó una absurda historia sobre que su bebé no era su bebé…